HAN JISUNG.
Imaginemos una mañana perfecta. Cuando el sol está en su punto más alto, las rosas salen despeinadas, y los pájaros revolotean cantando sin ninguna preocupación. Lamentablemente, mi hermosa mañana se tuvo que ver turbada, por una sombra diminuta que me arrebató las sábanas del dormitorio, en mi santuario.
Me levanté con aires de molestia, listo para discutir aun con el sueño cargado en mis pestañas. Sin embargo, todo mi intentó de rebeldía retrocedió al descubrir al dueño de esa sombra, era Yang Jeongin.
El chico, era el segundo hijo del dios más poderoso e importante. Estamos hablando del protector y rey del inframundo, el gran Hades.
Con su cabello azabache ligeramente rizado, ojos avellana cautivadores, y una personalidad flameante, Yang no podía ser más ni menos, que mi mejor amigo. Era un año menor que yo, y era la perfecta armonía del caos.
-Buenos días, futuro caballero blanco, y príncipe del Olimpo, Han. -Dijo el menor con una sonrisa encantadora, que después se tornó burlesca. - O debo decir, ¿Futuro caballero irresponsable?
— No sé de qué demonios estás hablando. — Contesté, y le arrebaté mis sábanas de sus manos, arropándome de nuevo. - Déjame dormir.
Escuché como él soltaba un leve resoplido, y acto seguido, su cálido aliento impactó en mi oreja izquierda, erizándome la piel por completo.
— Te dejaría dormir, créeme. Pero, ¿Ya olvidaste que hoy tienes lección con Atenea? Ya sabes lo que dicen las ninfas sobre los castigos, que esa diosa aplica.
No hizo falta más para levantarme de golpe, con los ojos abiertos de par en par, por el temor. ¡Lo había olvidado por completo! Y sin pensar en nada más que librarme de un castigo, por parte de "la gran Atenea", comencé a buscar mis flechas y mi arco, concentrándome en el ruido nada discreto que hacía al desordenar mi habitación.
—¿Crees que tenga un poco de compasión si le explico lo de Apolo? —Le hablé de espaldas a mi amigo, mientras abría un viejo baúl y buscaba mi arco y mis flechas.
Jeongin vaciló unos instantes antes de contestar.
— No lo creo.
Suspiré fastidiado y saqué el arco de las profundidades del baúl. Era mi arma preferida, aunque no más que "La espada de lamentos", porque en algún punto perteneció a mi madre, una diosa apacible, pero feroz y tempestuosa. Era poco habitual el que alguien como mi madre, poseyera un arma como esta. Pero, eso era lo que lo hacía más especial. El cuerpo estaba completamente hecho de perlas, y la cuerda era un ligero hilo dorado, tan veloz, capaz de arrojar una flecha a distancias inimaginables, por eso, era apodado "El destinatario" un arco que sabía cumplir con el mandado, y dándole a mi oponente un destino que se consideraría fatal.
Acaricié mi arco con los dedos, sintiendo la rocosa y voluptuosa textura de su cuerpo. Saqué mis flechas, tenían por color una mezcla de dorado, y blanco. Eran inofensivas, pero si traspasaban la piel de cualquier ser vivo, podrían envenenar su alma, y la convertiría en una nube espesa de humo, o en el peor de los casos, harían de esa carne un pedazo de mineral con el que podría seguir creando nuevas flechas. No sé exactamente que otras sorpresas tenga mi arco, pero estoy seguro de que, por el momento, estoy mejor sin saberlas. Al deslizar mis dedos por las flechas, tuve una extraña sensación, me invadió una especie de inquietud.
Como si mi propio arco le perteneciera a otra persona.
— Han, creo que ya deberíamos irnos. -Me advirtió la inconfundible voz del menor a mis espaldas.
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CIELO EN LLAMAS (MINSUNG)
FanfictionEl cielo azul ya no existe más, uno nuevo se ha iniciado, la guerra entre seres celestiales y humanos no ha finalizado. Una oscuridad eterna rodea al mundo, obligando a quienes están en él a sobrevivir. Pero nada te llevas sin haber perdido algo, el...