LÁMPARA DE QUEROSENO

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Faltaría una hora antes de la puesta del sol, su luz aún se escabullía entre las ramas de los enormes pinos; fue pasado el mediodía cuando me separé de la excursión. Después de dos años viniendo a acampar cada fin de mes, creí conocer todas las veredas y cuando la noche estaba por caer, la temperatura por bajar y después de pasar el día gritando a mis compañeros de grupo tratando de encontrarlos, me di cuenta de que, mi experiencia, no era tanta como creía.

Al menos una cosa era cierta, venía preparado con una bolsa de dormir, una cuerda, un martillo, raciones de campamento, una caja de cerillos y una linterna; saqué la linterna. Durante la noche los sonidos del bosque se notan con mayor claridad a los sonidos del día; la rítmica ululación de un búho me acompañó cerca de diez minutos, los cantos de los grillos y los sonidos de las ramas al chocar unas con otras, fueron más considerados, sin embargo, el frío comenzaba a molestarme. Finalmente, cuando me convencía de dormir a la intemperie, encontré la cabaña.

A pesar de la bombilla de la linterna a través de las ventanas, el interior permanecía oscuro; no parecía habitada. Con la puerta cerrada, el martillo me fue útil y al entrar observé brevemente el mobiliario: una mesa de madera desgastada, un par de bancas a los costados, una chimenea: «¡excelente, esa era buena noticia!»; una lampara de queroseno y un catre parecían suficiente. No muy lejos de la chimenea una pila de leña me tranquilizaba; la coloqué al interior y con un poco del queroseno la encendí aprovechando mi caja de cerillos. El fuego me permitió conocer un poco mejor el interior de la cabaña: tres ventanas a los costados y la puerta, y un par de repisas que llamaron mi atención, en ellas permanecían frascos de vidrio con una solución transparente, destapé uno sin notar aroma alguno, me atreví a introducir un dedo para probarlo y descubrí una sustancia salina, no me serviría de mucho y decidí volver a taparlo. Seguí husmeando girando la cabeza y encontré un pico y un par de palas, y en el suelo, otro pico partido en dos por el mango; supuse que el dueño trabajaría en alguna mina cercana.

Parecía buen momento para comer, dejé la lata de frijoles para el amanecer y opté por las dos barras energéticas; intentaría permanecer despierto, sin embargo, la caminata me había dejado agotado, por lo que noté que, comerlas, no sería de mucha ayuda. Me recosté en el catre al interior de mi saco de dormir, con el martillo sobrecogido sobre mi pecho, procurando ser precavido en caso de que alguien intentara sorprenderme, y en la comodidad de un lugar cerrado y caliente, me dormí.

Desperté aún a oscuras, dándome cuenta de mi mal gusto por no usar accesorios personales. Siempre preferí mantener las muñecas desnudas; el peso, por muy ligero, de relojes y pulseras, me incomoda, pero esa noche, sin señal en el celular y descargado, saber la hora me hubiera tranquilizado. La fogata mantenía unas cuantas brazas, algunas horas habrían transcurrido mientras dormía, y antes de iniciar a incorporarme, escuché movimientos entre los arbustos afuera de la cabaña. Volteé a una de las ventanas y entre la oscuridad alcancé a distinguir claramente una antorcha; no supe si alegrarme o asustarme. Podría ser uno de mis compañeros o varios de ellos, el dueño de la cabaña o alguien de quien cuidarme. Continué la vista a la otra ventana en la dirección que parecía caminar el extraño y volví a ver la antorcha, está vez más retirada. Me levanté con el martillo en la mano y me dirigí a la tercer ventana, la antorcha se notaba ya bastante lejos; entré en pánico al no lograr observar a la única persona vista durante las últimas doce horas, tal vez más. Al encender la linterna las bombillas tintinearon sin lograr encenderse: «¡maldita sea mi suerte!»; dije para mis adentros. Recordé la lámpara de queroseno, al buscarla noté un poco de combustible aún en su compartimento; la encendí y salí en su búsqueda.

Pensé en cerrar la puerta, pero romper el cerrojo al entrar no había sido tan buena idea; continué. Caminé en dirección a donde pensé encontrar al extraño de la antorcha. La luz del queroseno alumbraba bastante bien y eso me tranquilizaba, lo que me inquietaba era que el combustible se terminara antes de regresar. Habría caminado unos treinta metros antes de toparme con un par de herramientas abandonadas, nuevamente pala y pico, en esta ocasión, al pie de una montaña de tierra negra; recordé la herramienta encontrada al interior de la cabaña, tal vez se trataba del mismo minero. A un costado un par de frascos similares a los vistos en las repisas, los de solución salina. Me acerqué a levantar uno de ellos y observé lo que parecían un par de ojos humanos enrojecidos de venas; me asusté. Volteé al otro frasco encontrándolo vacío tan solo con la solución salina a su interior, entonces observé en el suelo algo que no esperaba: una excavación de al menos un metro de profundidad donde el cuerpo de un hombre robusto cabría perfectamente; y a fin de constatar sin lugar a dudas la más mala de todas mis malas suertes, la luz de la lámpara de queroseno se apagó: «seguramente» ...pensé: «eso terminaría siendo lo peor de mi aventura».

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⏰ Última actualización: Nov 02, 2023 ⏰

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