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Volvió a casa una hora después. Por un lado, estaba eufórico porque su imprimación le aceptaba y en la mirada de Edward veía un sentimiento diferente del que vio una semana antes. Por otro, se sentía un desalmado por hacerle eso a su propia hermana. Debía hablar con ella cuanto antes.

Cruzó la casa aún dormida, hizo tiempo al ducharse y permaneció en su habitación hasta que oyó ruido en la cocina. Era su padre quien se dirigía a la cocina. Sin que le viera se deslizó al cuarto de Rebecca. Llamó a la puerta en vano y se preparó mentalmente para el golpe que le aguardaba.

—Rebecca. —La llamó moviéndola ligeramente. Ella se puso el brazo sobre la cara y rodó al otro extremo de la cama—. Tengo que decirte algo importante.

—¿Ahora? —se quejó—. Hace días que no duermo, sal de mi habitación.

—Cuando te diga esto tampoco vas a dormir.

—Uf. —Lanzó molesta las mantas hasta la cintura—. Más vale que sea importante o si no me dará igual que seas el alfa, el líder, el jefe o el lobo más importante de la manada. Simplemente te haré llorar.

—¿Sabes lo que es la imprimación? —La cara de su hermana se suavizó un poco.

—Sí.

—¿Sabes que es totalmente ajena a los deseos de la persona?

—Sí —repitió.

—¿Sabes que si ambas partes la sienten no hay nada que se pueda hacer para evitarlo?

—¿A dónde quieres llegar, Jacob?

—Mi imprimación acaba de aceptarme.

—Genial, enhorabuena. Espero que seas muy feliz con ella.

—Ese es el problema.

—Creía que acababa de aceptarte. ¿No se supone que eso garantiza la felicidad del lobo?

—Sí —afirmó bajando la cabeza por miedo a hacerle daño.

—¿Cuál es el problema? ¿Por qué me lo cuentas en ese tono cuando deberías estar...? —Su voz se apagó a medida que entendió la situación—. No puede ser. Anthony.

—En realidad se llama Edward.

—¿Qué? ¿También me engañó con eso? Genial —dijo tapándose la cabeza con las mantas.

—Lo siento, Rebecca, de verdad. No quería hacerlo. No deseaba imprimarme de un vampiro y mucho menos de él.

—Lo sé —concedió bajo las mantas como si lo hiciera desde una cueva.

—Me siento el peor de los traidores. Ni siquiera sé cómo se lo diré a los demás, es un enemigo y no se trata de una mujer. Se supone que se escoge al alma gemela para trasmitir los genes.

—¿No irás a decirme que puedes trasmitirle los genes en un supuesto embarazo? —soltó asomando un poco la cabeza.

—¿Qué? No pienso llegar a eso —replicó nervioso por tratar ese tema con ella.

—Sí, claro, porque jamás llegaréis a ese punto.

—Bueno, no lo sé.

—Está claro que no debo preguntar quién será el activo —bromeó dándose cuenta de que no le dolía tanto como esperaba. Además, ver a su hermano colorado como un tomate le animaba en el buen sentido.

—Nunca lo he hecho con un hombre, ¿vale?

—Tienes dote de liderazgo, serás tú.

—¿Podemos hablar de otra cosa?

El legado de ForksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora