Yo, jamás le hice daño a nadie, bueno, al menos que no haya tenido motivos justificados para hacerlo, pues sepa usted que yo me llamo Marcela Santoy y soy hija única de Don Francisco Santoy y Doña Abigail Peña, ambos ya están en el paraíso, lo tengo por seguro. Soy de pueblo suriano guerrerense llamado Atoyac. Y la verdad no tiene caso contar mi infancia, en ella no hay pecado intencional y de los cuales yo me acuerde, sé que mentir de nada me servirá pues usted lo sabe todo y que esto es una prueba de honestidad ante Dios, así que contare desde mis 9 años, que fue cuando empezó la historia de mi vida.
Erase yo una niña sin ningún escrúpulo no inocente, mi mamá murió cuando yo tenía 8 años fue una víctima de la inseguridad pues querían secuestrarme y mi mamá se opuso dándome tiempo de huir, y así los secuestradores no se apiadaron y la mataron de un tiro en el corazón. Y esta historia comienza en el parque de Atoyac cuando ya había pasado justo un año después de que mi madre había finado por salvarme de un secuestro. Acababa de terminar la misa en la cual yo me la había pasado totalmente perdida con la vista al suelo. No quería recibir condolencias pues eso solo era hipocresía porque cuando uno realmente los necesita en vida esto nunca están disponibles para prestar siquiera un poco de caridad y nunca faltan aquellas metiches arrimadas solo para enterarse lo más posible para después ser el centro de atención de una charla. Estaba yo sola únicamente viendo a los niños jugar totalmente perdida pensado en la envidia que les tenía a esos niños, pues podían aún correr felices sabiendo que todavía iba a estar su madre para darles amor, mi papa al no encontrarme en la iglesia decidió salir preocupado a buscarme al parque para ver si estaba jugando como cualquier otro chiquillo de mi edad, y efectivamente, estaba en el parque, pero no como todos los demás niños si no que sola, sentada en un rincón con la mirada triste y perdida pues, ¿Cómo sonreír si acababa de salir de la misa de cabo de año de mi madre?, el inmediatamente se me acercó, me abrazó y me dio algunas palabras de aliento, a lo que yo le respondí:
- Papá, en verdad doy gracias a dios por tenerte aquí a mi lado, pero se ha llevado a mi madre, y no lo culpo al fin y al cabo fue la mal intención de un maldito. Y aunque hubiera sido su voluntad tengo que desahogarme.
Dicho esto solo me siguió abrazando y por un momento se alejó y me trajo un helado y una vez de pasaron 2 horas nos retiramos pues ya era tarde y la noche no tardaba en caer.
No habíamos caminado ni una cuadra del parque cuando se nos atravesó en nuestro camino una camioneta blanca moderna y de la cual bajaron 2 hombres encapuchados y armados, uno arrojo a mi papá al piso mientras que el otro trató de agarrarme, mi papá inmediatamente se levantó y de sorpresa por la espalda le quito la arma a un hombre y aprovechando le disparó en la pierna del individuo, y no conforme mi papá le iba a dar un tiro en la sien pero un hombre que se había quedado en la camioneta le disparó atravesándole de esta manera el corazón, dejándolo sin vida en ese momento, yo que me había logrado escapar del sujeto después de que mi papá le disparara a su cómplice, me fui a esconder detrás de una columna del patio de una casa de ahí pero cuando vi a mi papá caer, un dolor en el pecho me estremeció y corrí inmediatamente hacia el ya cadáver llorando y cuando lo toque des intencionadamente metí el dedo índice en el hoyo que le había hecho la bala, solo vi la sangre en mis manos cuando de repente uno de los hombre con un trapo me tapó la boca y me dormí, de lo siguiente ya no me acuerdo solo me acuerdo que me introdujeron a la camioneta.