Día 6. Día de muertos

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Aquella mañana nubosa tenía cierto aroma nostálgico, las bellas flores de cempasúchil tenían ese poder especial, evocaban fugaces momentos de felicidad, mientras te aguaban los ojos al recordar a aquellos que se habían ido. Pues aquellas flores solo florecían en la época otoñal, cuando las lluvias torrenciales daban tregua a los pobladores.

Su familia se había dedicado a cultivarlas por generaciones, y ahora, siendo el único hijo del matrimonio Midoriya debía continuar ese legado. Trabajaba duro para conseguirlo, iniciaba su jornada muy temprano en la mañana y veía el sol avanzar mientras él recorría los extensos campos de flores.

Ese día era igual al resto, hasta que esa melodía apacible inundó sus sentidos. Había alguien tocando la guitarra en alguna parte, a la música se sumó una voz poderosa y cautivadora. Quería ponerle un rostro a aquella voz, por eso siguió la música, como hechizado por ella.

En el centro de la plaza, entre un cúmulo de pueblerinos encontró a quien buscaba. Había tres hombres en el lugar, todos vestidos de mariachis y con su instrumento entre las manos. No pudo mirar con detalle a dos de ellos, pues su mirada se perdió en el hombre que cantaba, un rubio de enigmáticos ojos escarlata.

Las miradas se cruzaron, la voz del mariachi pareció ir dirigida a uno solo de sus oyentes, pues desde el momento en que lo vió todo su ser le perteneció solo a él, al hombre de ojos cuál esmeraldas que llevaba el cabello adornado de flores.

No había palabras para explicar el extraño sentimiento que luchaba por brotar de lo más profundo de sus corazones, no había forma de negar lo que sucedía, la manera en que las miradas se negaban a separarse, los músculos tensos que rogaban acercarse, dar un paso más y tocarse.

El concierto de los mariachis terminó con un coro de aplausos y vítores, mientras las jóvenes del pueblo y algunos viejos borrachos guiaban a los músicos por el pueblo pareció que el encanto mágico se rompió, todo el mundo debía volver a las labores que descuidaron.

Izuku estaba regresando por el camino empedrado, intentando sacar esa voz de su mente. Alguien se apresuró para caminar a su lado, él lo vió de reojo, al mariachi de cabello rubio mostrándole una sonrisa ladina debajo del enorme sombrero.

—Un placer conocerlo —saludó el hombre ofreciendo una reverencia con el sombrero.

—De hecho, no nos conocemos —respondió Izuku continuando su camino.

—Oh bueno, por la forma en que me miraba creí que me conocía de algún lado —dijo el mariachi e Izuku inevitablemente desvió la mirada.
—Pues no, solo… estaba muy concentrado en la música…

—¿Y qué le pareció?

—Creo que… son buenos músicos.

—Un día, si tengo su permiso, puedo llevarle una serenata.

Izuku soltó una carcajada irremediablemente, aquel hombre estaba diciendo locuras, ese tipo de cosas debían ser como los mariachis conquistaban señoritas a cada pueblo que iban.

—No caeré en los engaños de un mujeriego. Ustedes los músicos tienen muy mala fama —señaló como un regaño.

—Las mujeres no son lo mío —susurró el mariachi.

Entonces Izuku se congeló en su sitio, con una mirada que no se decidía entre ser seria o esperanzadora. “Las mujeres no son lo mío” ¿ese hombre estaba diciendo lo que él creía?, estaba admitiendo ser uno de esos hombres extraños… como él mismo lo era en secreto.

Su miedo lo hizo mirar a su alrededor, sintió su corazón dar un vuelco al sospechar que esas miradas curiosas lo juzgaban, y que las mujeres que susurraban entre ellas ya sospechaban de lo que conversaba con aquel mariachi.

Antología del horror Vol. II (MurderousLoversWeek 2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora