5.1 Reyes

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Abrí los ojos y sonreí al ver el oscuro cabello de Reyna regado por la cama. Me levanté con suavidad para no despertarla y ella gimió como un cachorro. Di dos largos pasos hacia la salida y cuando iba a abrir la puerta, la escuché.

—Nyki... —balbuceó.

—Duérmete. Voy a caminar un poco —murmuré.

—¿Sigues siendo fitness?

—No he dejado de serlo.

—Espérame... Me hará bien caminar.

Moví los hombros y ella me lanzó una almohada. Salí de la habitación y sentí un peso caerme en la espalda. Me caí de rodillas en el pasillo y me dio tiempo de aguantar el peso con las manos; vi los cabellos castaños sobre mi cabeza y cayendo por los hombros.

—¡Mi Rey, feliz cumpleaños!

Reyna se bajó de mi espalda y me dio un abrazo por el costado.

—Gracias, Reynita. Pero suéltame, qué asco. Me estás tocando. —Carcajeé.

—Qué odioso... Nada de caminar, vamos a comer. En diez minutos.

Se incorporó, me dio un beso en la mejilla y se fue corriendo al baño.

—¡No te tardes!

Fui a mi antigua habitación y revisé el móvil, tenía una llamada perdida de Alek y varios mensajes de otras personas. El móvil volvió a sonar y contesté la llamada.

—Hey, bro.

—Felicidades, maricón. Un año más llevándolo con orgullo.

—Tss, aprendí de ti, el mejor.

Nos reímos y me costó recuperar el aliento.

—¿Arvelo?

Yeah. Para variar.

—¿Tu tía?

—Está bien, creo que ya se fue a trabajar.

—Dale mis saludos, a tu prima también.

—Dale... Nos vemos en un par de días.

Diez minutos habían pasado y ya estaba esperando a Reyna en la sala. Ella bajó las escaleras y se detuvo frente a mí, con una cartera beige de asa larga colgando del hombro, una camisa ceñida de color azul marino con lunares blancos, jeans azul claro y zapatillas rosadas. Se me tiró encima y volvió a felicitarme, y luego me jaló hasta hacerme salir de la casa.

—Vamos caminando... Hueles rico, ¿Antonio Banderas?

—Paco Rabanne...

—Uhm... Muy masculino.

—Uh huh...

Seguimos la acera y cruzamos unas seis veces en las esquinas, hasta llegar a un centro comercial de dos pisos. Tenía varias cafeterías, centros de copiado y un par de panaderías y locales de comida. En el centro una fuente, rodeada de arbustos y palmeras que se elevaban hasta el segundo piso y la luz natural se colaba dentro e iluminaba la mayoría de los pasillos.

—Vamos al Home Café. Tienen unas tostadas de muerte lenta... —dijo, tomándome del brazo y guiándome por el centro comercial.

—¿Está arriba?

—Sí, en la terraza.

—Suena ostentoso.

—Y si supieras que es superasequible. Mamá y yo venimos los domingos que no queremos estar en casa.

—Ah... Conque ahí es donde viven metidas cada vez que las llamo...

Reyna sonrió, contenta, y me señaló una mesa bajo una sombrilla azul. Nos sentamos y en pocos segundos un mozo nos llevó la carta. La abrí y vi desde batidos detox y proteínicos hasta merengadas con helado, galletas y crema chantillí. En otra de las páginas estaban las tostadas que mencionó Reyna, así como desayunos más clásicos y otros más hacia ese extremo dietético. No tuve que leer mucho, ya sabía qué quería. El mozo volvió a los minutos y nos preguntó si estábamos listos para ordenar.

¿Doble Realidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora