Capítulo 6: Arrodíllate ante el Rey Supremo

50 7 0
                                    

Después de abandonar los aposentos de Senren, Virlik estuvo deambulando por el palacio, dirigiéndose a ninguna parte de forma consciente. Cuando se dio cuenta, estaba en las dependencias de los soldados. El ambiente que se respiraba era tranquilo y los soldados supervivientes al sitio de Derius habían regresado a su habitual normalidad. Muchos de ellos saludaron a Virlik cuando lo vieron y él se interesó por los heridos.

— Están bien, capitán. Los han atendido adecuadamente y la mayoría descansan en sus habitaciones sin problema. Pocos han quedado en la enfermería por la gravedad de sus heridas.

Eso lo tranquilizó y decidió convocar una reunión en el Salón de los Capitanes para ver quiénes habían sobrevivido y saber a qué atenerse a partir de ahora. Si debía tomar una decisión después de la audiencia de Derius con la nobleza de Nersem, era mejor estar preparado para cualesquiera que fuese su decisión final.

El Salón de los Capitanes era, como su nombre indica, la sala de reuniones de los capitanes de la Guardia del Corps y del Ejército Real junto a sus subalternos en el mando de las brigadas, tanto de forma conjunta como separada. Sala espartana, espaciosa, práctica y llena de mapas y libros de estrategia militar, era un lugar muy familiar para Virlik. Estuvieran en guerra o en tiempos de paz, las obligaciones con los soldados no se desatendían, aunque estas solamente tuviera que ver con la seguridad de la capital o del monarca, y cada semana había, mínimo, una reunión para controlar a todos los soldados de Intera, sus entrenamientos, guardias, turnos y vacaciones. Al mes controlaban los informes de los puestos fronterizos y otros enclaves importantes de Nersem o inclusive cualquier contienda armada que hubiera en el exterior y tuviera que ser tratado por el Rey Supremo una vez ellos hubieran debatido sobre el tema.

Como Virlik esperaba, la sala estaba todavía vacía pero tal cual la habían dejado antes de ocupar sus puestos para defender al Rey Supremo de la amenaza de Derius hacía escasos días. Ahí estaba el mapa de Intera y, sobre él, las piezas que simulaban el ejército enemigo en las murallas y las que representaban a las brigadas que formaban el Ejército Real y la Guardia del Corps en los puntos estratégicos de la ciudad. Nada de todo lo que habían planeado había valido la pena ni garantizado su victoria aquel día.

— Capitán — lo llamó una voz a su espalda.

El susodicho se dio la vuelta y contempló el rostro de Nirlan, el primer subcapitán de la Guardia del Corps. Su mano derecha. Vivo. Estaba vivo. Sintió una opresión de alivio en el pecho. En la reunión en el patio de armas, Virlik prácticamente no había querido centrarse en identificar a nadie por temor de no ver a todas las caras conocidas que deseaba. Nirlan era una de ellas, pero ahí estaba el joven subcapitán de veinticuatro años. A pesar de la sombra de moratones en el rostro y de un corte a medio cicatrizar en el cuello, uno que había pretendido degollarlo, Nirlan estaba de una pieza.

Virlik, que no se sentía capaz de hablar, asintió en reconocimiento mientras iban entrando el resto de subcapitanes. Al poco apareció Firlis, el tercero al mando en la Guardia del Corps y Teleris, la mano derecha del fallecido capitán del Ejército Real, el marqués Fergás.

— ¿Alguno más? — preguntó Virlik cuando parecía evidente que nadie más iba a llegar.

— Solo quedamos nosotros, capitán — asintió Teleris. El tercer subcapitán estaba menos entero que Nirlan, con el brazo izquierdo en cabestrillo y una cojera pronunciada en su pierna derecha. Pero según le informó la fractura del brazo no era demasiado grave y el corte de la pierna, aunque profundo, no se había infectado y en pocas semanas le quitarían los puntos.

Por su parte, Firlis no es que estuviera mejor que los otros dos y se mantenía en pie por pura fuerza de voluntad. Al parecer, al segundo subcapitán le habían asaetado para bien con dos flechas que no lo habían matado de milagro. Una de ellas lo había alcanzado en el cuello, provocando que no pudiera hablar nada de nada hasta que sanara y los galenos evaluaran el daño real en sus cuerdas vocales. La otra casi le había acertado en el corazón, pero no había sido el caso gracias a la rapidez con la que el joven se apartó para esquivarla, aunque no pudo y se clavó en su pecho, milagrosamente sin perforarle el pulmón.

Un trono de sangre y espinos. Bilogía de la Obscuridad Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora