CAPÍTULO 4

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Louis no podía continuar evitando lo inevitable.

Se quitó la ropa que se había puesto para ir a la oficina y se puso unos pantalones cómodos y una sudadera azul marino.

Sabía que Harry estaba en casa: había visto su jeep cuando había estado aparcando en el garaje. Llevaba dos días con una carta suya que no se atrevía a devolverle. Teniendo en cuenta que sus respectivos buzones carecían de ranuras para echar el correo dentro, estaba obligado a entregársela en persona.

Hacía cuatro días que no lo veía, desde aquella surrealista noche en la piscina, cuando lo sedujo y después desapareció.

Tenía que admitir, al menos para sí mismo, que su estrategia consistía en evitarlo deliberadamente, aunque no estaba seguro de cuál podría ser la de Harry. Era un maestro de la sorpresa, un especialista en aparecer cuando menos lo esperaba.

No habían vuelto a coincidir en el portal, y parecía que su vecino pasaba más tiempo fuera de casa, y regresaba siempre pasada la medianoche.

Una noche, Louis estaba sentado a oscuras en la terraza, cuando distinguió su silueta a través de las cortinas del dormitorio, mientras se desnudaba...

Se le disparó el pulso cada vez que evocaba la violenta excitación que había experimentado. Era una locura. Ahora conocía bien el efecto que Harry podía ejercer sobre sus sentidos, sobre su cuerpo.

Estaba harto. Se calzó las zapatillas y salió de su dormitorio con paso decidido. Después de recoger la correspondencia de su vecino de la mesa del vestíbulo, se dirigió hacia el otro extremo del complejo residencial.

Como remitente constaba una tal Gemma, lo cual no pudo menos que incitar su curiosidad. ¿Quién sería aquella misteriosa mujer? ¿Su hermana? ¿Su madre? ¿Su esposa? Se dio cuenta de que no sabía prácticamente nada sobre la vida de su vecino, aparte de que poseía el bar La Oveja Negra.

Aquella noche habían intimado de una manera que jamás había creído posible. Su vecino había conseguido excitarlo, había logrado acceder a aquella parte de su alma necesitada de caricias. Era como si hubiera sabido exactamente lo que quería, lo que necesitaba.

Pero el riesgo emocional que suponía aceptar lo que Harry le ofrecía era demasiado destructivo, como bien sabía por experiencia. Podía enamorarse de él y de su actitud lúdica e irresponsable ante la vida, pero era su imperturbable confianza en sí mismo lo que amenazaba la suya propia. Y su sano juicio también.

Decidido a dar un gigantesco paso atrás para volver a levantar las barreras que él se había atrevido a derribar, llamó a su puerta.

Después de lo que había ocurrido entre ellos, era imposible pensar que pudieran volver a ser simples conocidos, pero quedarían como amigos y punto. La amistad sí que podría soportarla. Los amigos no intentaban dirigir la vida de uno ni plantear exigencias innecesarias.

Como ya había transcurrido un minuto entero y nadie había abierto, pulsó el timbre. Nada. Pensó entonces en deslizar la carta por debajo de la puerta. Acababa de agacharse para hacerlo cuando se abrió de golpe y se encontró con unos pies descalzos. Se irguió lentamente.

Obviamente lo había sorprendido saliendo de la ducha, y casi se consideró afortunado de que hubiera tenido el detalle de ponerse unos pantalones en vez de salir con una toalla a la cintura.

Gotas de agua perlaban su pecho musculoso. Dejó de secarse el pelo con la toalla y se lo peinó hacia atrás con los dedos. Un brillo de inteligencia asomaba en sus ojos.

Louis no necesitaba ser adivino para saber que estaba pensando en el baño nocturno. Y en lo cerca que había estado de...

— ¿Llego en un mal momento?

FANTASÍAS (LS AP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora