Capítulo 5

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Capper reajustó la velocidad de la cinta continua, aflojando la marcha.

—Cuéntame más de Jimin Yu.

Un hilillo de sudor se deslizó hasta empapar el cuello ya mojado de la descolorida camiseta de los Dolphins de Jeongguk mientras volvía a colocar la barra de pesas que había estado levantando en su soporte.

—Ya conociste a YoonGi. Mejórala ochento veces, hazlo mujer, y te sale Jimin.

—YoonGi es interesante. Uno no sabe bien a qué atenerse con él.

—Es un bicho raro. —Jeongguk estiró los brazos—. No lo habría contratado jamás si no llega a dar en el clavo con Zyean Becker.

Capper soltó una risita.

—Todavía te cuesta creer que te rechazara.

—Para una vez que conozco a alguien fascinante, va y no está interesado.

—Qué puta es la vida. —La velocidad de la cinta disminuyó hasta detenerse. Capper bajó y recogió una toalla del suelo desprovisto de alfombras del salón.

La casa de Jeongguk de Lincoln Park olía aún a construcción nueva. Probablemente porque lo era. Formaba una elegante cuña de piedra y cristal que se adentraba en la calle umbría como la proa un barco. A través de la imponente V de las ventanas del salón, que iban del suelo al techo, podía ver el cielo, árboles, un par de casas decimonónicas restauradas que se alzaban al otro lado de la calle y un parque vecinal bien cuidado y rodeado por una verja de hierro. La terraza de su azotea —que tenía que admitir que sólo había pisado dos veces— brindaba a lo lejos la vista del lago de Lincoln Park.

Cuando encontrara un esposo, le dejaría elegir los muebles. De momento, había montado un gimnasio en el salón, por lo demás vacío, comprado un equipo de audio de última generación, una cama con colchón Tempur y una televisión de plasma con pantalla grande para el salón de prensa del piso de abajo. Todo ello, combinado con las maderas nobles y el mármol rústico del suelo, los armarios hechos a medida, los baños de piedra caliza y una cocina provista de lo último en electrodomésticos de diseño europeo, hacían de esa casa la que había soñado desde que era niño.

Sólo que habría querido que le gustara más. Tal vez tendría que haber contratado a un interiorista en vez de esperar, pero eso era lo que había hecho con su anterior casa —lo que le costó una fortuna, por añadidura—, y no le complació el resultado. Puede que los interiores fueran espectaculares, pero se había sentido raro allí, como de visita en casa de otra persona. Lo vendió todo cuando se mudó allí para poder empezar de cero, pero ahora lamentaba no haberse quedado con suficientes muebles como para evitar que el eco resonara en las habitaciones.

Capper cogió una botella de agua.

—Dicen que es una rompepelotas.

—¿Zyean? —Jeongguk se subió a la cinta.

—Yu. Parece que sus empleados no suelen aguantar mucho tiempo.

—A mí me parece una buena mujer de negocios. Aparte de eso, ejerce de mentora para otras mujeres desinteresadamente.

—Y si tan buena es, ¿cómo es que no haces que te presente a alguno de sus candidatos, como hiciste con YoonGi la semana pasada?

—Lo intenté una vez, pero no funcionó. Se implica mucho, y puede resultar un poco inaguantable en grandes dosis. Pero me ha enviado unos cuantos candidatos bastante decentes, y sabe hacer su trabajo.

—Eso explica que no le hayas pedido una segunda cita a ninguno.

—Lo haré, tarde o temprano.

Capper se dirigió a la cocina. Tenía un apartamento en Wrigville, pero iba allí de vez en cuando para hacer pesas los dos juntos.

Jeongguk aumentó la velocidad de la cinta. Capper llevaba con él casi seis años ya. Después de su accidente de moto, Capper se refugió en las drogas y la autocompasión, pero Jeongguk le había admirado cuando jugaba y le contrató como ayudante. Los buenos ayudantes solían ser ex deportistas, hombres cuya reputación conocían los atletas universitarios y de los que se fiaban. Los agentes solían utilizarlos para atraer a clientes potenciales. Aunque Jeongguk no se lo había exigido expresamente, Capper supo que antes tenía que dejar las drogas, y eso fue lo que hizo. No pasó mucho tiempo antes de que su rollo «no me toques los cojones» le convirtiera en uno de los mejores.

Capper había empezado a hacerle de chófer por casualidad. Jeongguk pasaba muchas horas en las circunvalaciones de peaje de Chicago, de camino a Hallas Hall, yendo a la sede de la Stars o haciendo viajes sin motivo yendo y viniendo a O'Hare. Odiaba perder el tiempo atrapado en embotellamientos, y a Capper le gustaba ponerse al volante, de forma que Capper empezó a encargarse de ello cuando a los dos les iba bien. Conduciendo Capper, Jeongguk podía hacer llamadas, contestar e-mails y revisar papeles, aunque con la misma frecuencia dedicaban su tiempo a diseñar estrategias, y entonces era cuando Capper se ganaba el sueldo de seis cifras que Jeongguk le pagaba. El aspecto intimidante de Capper ocultaba una mentalidad muy analítica: fría, centrada y nada sentimental. Se había convertido en el mejor amigo de Jeongguk, y en la única persona en quien confiaba plenamente.

Capper volvió de la cocina con una cerveza.

—A tu casamentero no le gustas.

—Ya ves lo que me importa.

—Pero creo que le haces gracia.

—¿Le hago gracia? —Jeongguk perdió el ritmo—. ¿Qué coño quiere decir eso?

—Pregúntaselo a él, no a mí.

—No pienso preguntarle una mierda.

—Será interesante ver con quién se presenta ahora. Lo que está claro es que el morenazo que te presentó Yu la semana pasada no te gustó nada.

—Demasiado perfume, y costaba sacárselo de encima. —Dio un golpe al panel de control, aumentando la velocidad de la cinta—. Supongo que debería hacer que Yu asistiera también cuando me presenta a alguno, igual que hice con YoonGi, pero Yu controla tanto que se hace difícil sacar conclusiones.

—Deberías hacer que asistiera siempre YoonGi. Él no parece ponerte de los nervios.

—¿Pero qué dices? Pues no me ha puesto de los nervios esta tarde ni nada, con su cuestionario de las narices. —Sonó su móvil. Capper se lo pasó. Jeongguk comprobó quién llamaba y descolgó—. Namjoon... precisamente contigo quería hablar.

J M, HS D K [ggukgi]Where stories live. Discover now