Alguien ocupó el asiento al lado del suyo en el compartimento de primera clase, pero él estaba demasiado ensimismado con la hoja de cálculo que había desplegado en su portátil como para prestarle atención. No fue hasta que el auxiliar de vuelo advirtió que se apagaran los dispositivos electrónicos que tomó conciencia de aquel perfume turbio y sutil. Levantó la vista y se topó con un par de inteligentes ojos azules.
—¿Jimin?
—Buenos días, Jeongguk. —Se recostó contra la cabecera—. ¿Cómo demonios se las arregla para soportar estos vuelos de madrugada?
—Se acaba uno acostumbrando.
—Voy a fingir que le creo.
Lucía una especie de vestido envolvente de color lila, como de seda, ajustado y sin mangas, con una rebeca púrpura abotonada a la altura de los hombros y una cadena de plata al cuello con tres diamantes engastados. Era una mujer muy bella, culta y con talento, y le gustaba hacer negocios con ella, pero no la encontraba sexy. Cultivaba una imagen demasiado estudiada, demasiado agresiva. Podría decirse que era una versión femenina de sí mismo.
—¿Qué la lleva a Tampa? —preguntó, pese a que conocía la respuesta.
—El clima no, desde luego. Hoy se alcanzarán allí los treinta y cuatro grados.
—Ah, ¿sí? —Jeongguk no se preocupaba del tiempo a menos que afectara al resultado de un partido.
Ella le dedicó una sonrisa pensada para encandilar. Le habría funcionado de no ser porque él poseía una sonrisa similar que empleaba con idéntico propósito.
—Después de su llamada de anoche —dijo Jimin—, decidí que teníamos que evaluar el punto en el que estamos y considerar qué ajustes deberíamos hacer. Le prometo no ponerle la cabeza como un bombo durante todo el vuelo. Nada resulta más molesto que verse atrapado en un avión con alguien que no para de hablar.
Si uno de sus casamenteros debía prepararle una encerrona en un avión, hubiera preferido que fuera Campanilla. A YoonGi habría podido amedrentarlo para que le dejara en paz. El aspecto que lucía Jimin esa mañana no tenía nada que ver con un impulso repentino de visitar Tampa. Él le había explicado el nuevo arreglo por teléfono la noche anterior y le colgó antes de que pudiera reponerse del disgusto. Era evidente que ya se había recuperado.
Se conformó con una chachara intrascendente hasta que estuvieron en el aire, pero una vez les sirvieron el desayuno empezó a preparar el terreno para ir al grano.
—Jisoo estuvo encantado de conocerle. Más que encantado. Tengo la fuerte impresión de que se quedó prendado de usted.
—Espero que no. Es una persona muy agradable, pero no me pareció que conectáramos de verdad.
—Sólo pasaron juntos veinte minutos. —Le obsequió con la misma sonrisa comprensiva que empleaba él cuando un cliente se ponía difícil—. Entiendo perfectamente su situación de partida, pero el límite de tiempo que ha establecido crea algunos problemas. Llevo en este negocio el tiempo suficiente para darme cuenta de cuándo dos personas necesitan darse una segunda oportunidad, y creo que Jisoo y usted cumplen los requisitos.
—Lo siento, pero eso no va a suceder.
Ninguna arruga perturbó la lisura de su frente, su expresión permaneció imperturbable.
—Mire, esto no va a funcionar. —Jimin jugueteó con el envase del yogur en la bandeja de la fruta—. No tengo por norma meterme con la competencia, especialmente tratándose de una empresa de vía estrecha como Bodas Mina. Quedaría medio mafioso. Pero...
—Perfecto para Ti.
—¿Cómo?
—Él la llama Perfecto para Ti, no Bodas Mina. —No podía imaginar por qué había sentido la urgencia de aclarar este extremo, pero, por algún motivo, le había parecido necesario.