Jeongguk estaba furioso. No le gustaba quedar como un idiota bajo ninguna circunstancia, pero especialmente en presencia de Margaret Pierre. Y sin embargo ahí estaba, absolutamente fuera de su elemento. Si se hubiera tratado de una fiesta de adolescentes, no habría problema. Le gustaban los adolescentes. Se le daba bien hablar con ellos. Pero los niños pequeños —las niñas pequeñas— eran un misterio para él.
Su ira contra YoonGi iba en aumento. Le había parecido que engañarle de esta manera sería divertido, pero nada que tuviera que ver con Margaret podía hacerle gracia. Cuando de negocios se trataba, no le gustaban las bromas. YoonGi lo sabía, pero había decidido ponerle a prueba, y se vio forzado a cortarle las alas. No iba a dejar que eso le remordiera la conciencia, además. El sentimentalismo y el remordimiento eran cosa de perdedores.
Centró su atención en el patio trasero de los Pierre, con su piscina, sus altos árboles y su amplia y bien aprovechada explanada, todo ello pensado para una gran familia. Esa tarde, estaba lleno de vaporosos colgajos rosas: colgaban de los árboles, rodeaban la zona enlosada y cubrían la estructura de barras de los niños. Festoneaban igualmente las diminutas mesas en que globos rosas oscilaban al soplo de la brisa sobre el respaldo de cada sillita. Cajas de cartón rosa rebosaban de vestidos centelleantes como el que llevaba Pippi Kim, y en un carrito rosa abollado se apilaban zapatillas de plástico. Falsas joyas rosas decoraban una silla en forma de trono situada en el centro del patio. Sólo la piñata en forma de dragón verde que se balanceaba bajo la rama de un arce se había librado de la plaga rosa.
Siempre se había sentido bien en su piel, pero ahora se sentía raro y fuera de lugar. Miró hacia la piscina y experimentó una chispa de esperanza. En una piscina estaría como en casa. Desgraciadamente, la verja de hierro tenía el candado echado. Al parecer, Eli y Margaret habían decidido que vigilar a tantas niñas pequeñas alrededor del agua sería demasiado peligroso, pero él habría vigilado las malditas niñas. Le gustaba el peligro. Con un poco de suerte, una de las pequeñas sabandijas se habría sumergido un rato y él hubiera podido salvarla de ahogarse. Eso le habría ganado la atención de Margaret.
La propietaria de los Stars se hallaba de pie detrás de la más alejada de las mesitas, disponiendo algún tipo de chismes de cartón. Al igual que todas las demás, llevaba en la cabeza una de aquellas espantosas diademas rosas, lo cual le inspiró un profundo sentimiento de agravio personal. Los propietarios de equipos debían llevar o bien Stetsons o la cabeza descubierta. No había más opciones.
Margaret eligió aquel momento para levantar la vista. Abrió los ojos como platos por la sorpresa, y uno de aquellos chismes de cartón se le cayó de las manos.
—¿Jeongguk?
—Hola, Margaret.
—Vaya. Esto sí que es bueno. —Se apresuró a recoger lo que demonios fuera aquello—. Por más que me encantaría subir con usted a las trincheras a disputar otro asalto de lucha en el barro, ahora mismo estoy bastante ocupada.
—YoonGi pensó que le vendría bien un poco de ayuda.
—¿Y eso es usted? No lo creo.
El compuso en sus labios la más desarmante de sus sonrisas.
—Admito que estoy más bien fuera de mi elemento, pero si me orienta adecuadamente pondré lo mejor de mí mismo.En lugar de seducirla, despertó sus recelos, y su rostro adoptó su habitual expresión de desconfianza. Antes de que pudiera interrogarle, no obstante, un ejército de niñitas apareció a la carga a la vuelta de la esquina. Algunas iban cogidas de la mano, otras caminaban. Vestían en diferentes formas y colores, y una de ellas lloraba.
—Los sitios desconocidos a veces nos dan miedo —oyó que decía Miley—pero aquí todo el mundo es muy, muy simpático. Y si te asustas mucho, ven y dímelo. Yo te llevaré a dar un paseo. Y si necesitas ir al váter, yo te diré dónde está también. Nuestro perrito está encerrado para que no le salte encima a nadie. Y si ves una abeja, díselo a uno de los mayores.
A esto debía referirse Eli cuando había dicho que Miley se involucraba emocionalmente.
Eli se acercó a las cajas rosas de cartón.
—Toda princesa necesita una preciosa túnica, y aquí están las vuestras. —Algunas de las niñas más lanzadas corrieron a por ellas.