Capítulo 10

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YoonGi recogió unos cuantos platos de papel más, pese a que Margaret le había dicho que no se molestara. Le aterraba la idea de estar encerrado en el coche con Jeongguk durante el viaje de vuelta. Margaret rebañó una pizca del revestimiento de helado rosa de las ruinas de la tarta castillo y se la llevó a la boca.

—Domi y yo tenemos ya ganas de irnos de retiro. Cualquier excusa nos vale para ir al lago Wind. A Eli, desde luego, le tocó la lotería al casarse con un hombre con camping propio.

—Con lo poco que falta para la concentración del equipo, será el último descanso que podamos tomarnos en bastante tiempo. —Eli se volvió hacia YoonGi—. Casi se me olvida. Cancelaron la reserva de una de las cabañas. Podéis compartirla ShuHua y tú, ya que estáis los dos solteros, ¿o prefieres quedarte con tu habitación en el bed & breakfast?

YoonGi se lo pensó. Aunque nunca había estado en el camping del lago Wind, sabía que tenía tanto un albergue Victoriano con derecho a cama y desayuno como un cierto número de pequeñas cabañas.

—Creo que...

—La cabaña, sin duda —dijo Jeongguk—. Parece que YoonGi no ha mencionado que me ordenó acompañarlo.

YoonGi se volvió a mirarle con ojos asombrados.

A Margaret se le congeló el dedo sobre el revestimiento del pastel.

—¿Viene usted al retiro?

YoonGi observó que a Jeongguk le palpitaba una venita en la base del cuello. A él esto le encantaba. Podía ponerle en evidencia con unas pocas palabras, pero era un adicto a la adrenalina y ya había tirado los dados.

—Nunca he podido resistirme a aceptar una apuesta —dijo él—. YoonGi cree que soy incapaz de pasarme una semana entera sin mi móvil.

—Ya te cuesta aguantar durante una cena —masculló Eli.

—Espero que los dos os disculpéis cuando os haya demostrado lo muy equivocados que estáis.

Eli y Margaret se volvieron hacia YoonGi con idéntica expresión inquisitiva. Su orgullo herido le pedía que le castigara. De inmediato. Merecía su libra de carne por la forma en que lo había despedido, a sangre fría.

Siguió un silencio extraño. Jeongguk lo observaba a la espera, con la venita del cuello marcando el paso de los segundos con su pálpito.

—No resistirá. —Forzó una sonrisa—. Lo sabe todo el mundo, menos él.

—Muy interesante. —Eli se mordió la lengua para no decir más, aunque YoonGi sabía que lo estaba deseando.

Al cabo de veinte minutos, Jeongguk y YoonGi se dirigían de vuelta a la ciudad, con un silencio en el coche tan espeso como el escarchado rosa de la tarta castillo, pero ni mucho menos tan dulce. Jeongguk se había portado mejor con las niñas de lo que él esperaba. Había prestado respetuosamente oídos a las preocupaciones de Miley, y Pippi le adoraba. A YoonGi le sorprendió el gran número de veces que le vio en cuclillas a su lado, hablando con ella.

Finalmente, Jeongguk rompió el silencio.

—Ya había decidido volver a contratarlo antes de oír lo del retiro.

—Oh, sí, le creo —dijo, enmascarando su herida con el sarcasmo.

—En serio.

—Cualquier cosa, con tal de que nada le quite el sueño.

—Está bien, YoonGi. Desahóguese. Suéltelo todo. Todo lo que ha estado aguantándose durante la tarde.

—Desahogarse es privilegio de los iguales. A humildes empleados como yo no nos queda sino fruncir los labios y besar el suelo que pisa.

—Ha pisado fuera del tiesto, y lo sabe. Esto de Margaret no acaba nunca de arreglarse. Creí que podría cambiar eso.

—Lo que usted diga.

Se pasó resueltamente al carril izquierdo.

—¿Quiere que me eche atrás? Puedo llamar a Eli por la mañana y decirle que me ha surgido algo. ¿Es lo que quiere que haga?

—Como si tuviera elección, si quiero que siga siendo cliente mío.

—Vale, vamos a ponérselo fácil. Decida lo que decida, lo vuelvo a contratar. Nuestro trato sigue en pie en cualquier caso.

Procuró demostrarle que su oferta no lo impresionaba.

—Ya, me puedo figurar lo mucho que cooperaría si me negara a que venga conmigo al retiro.

—¿Qué es lo que quiere de mí?

—Quiero que sea honesto. Míreme a los ojos y admita que no tenía la menor intención de volver a contratarme hasta que ha oído lo del retiro.

—Sí, tiene razón. —No lo miró a los ojos, pero al menos estaba siendo honesto—. No pensaba perdonarlo. ¿Y sabe por qué? Porque soy un hijo de puta despiadado.

—Muy bien. Puede venir conmigo.

J M, HS D K [ggukgi]Where stories live. Discover now