Capítulo 11

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—Este año, sólo dos cajas de galletitas de menta, chicas —dijo YoonGi al abrir la puerta—. Estoy a dieta.

Jeongguk entró con gran ímpetu, dejándolo atrás.

—¿Comprueba alguna vez si tiene mensajes en el contestador?

YoonGi bajó la vista hacia sus pies descalzos.

—Ha vuelto a pillarme con mi mejor aspecto.

Jeongguk estaba en modo hiperactivo, y apenas lo miró, como por lo demás procedía.

—Está guapísimo. O sea, que allí estoy yo, atrapado en un seminario sobre la Biblia en Indianápolis, cuando me llega la noticia de que mi casamentero está en la playa con Andrea Klein.

—¿Respondió al teléfono en mitad de un seminario sobre la Biblia?

—Me aburría.

—¿Y asistía usted a esa clase porque...? Da igual. Su cliente quería que asistiera. —Cerró la puerta.

—¿Por qué demonios le pidió Klein que fuera con él?

—Está loco por mí. Me ocurre constantemente. Mike dice que no puedo evitar causar ese efecto en los hombres.

—Ya. Capper me dijo que Andreas quería ir a la playa y necesitaba que alguien le apartara las moscas.

—¿Por qué lo ha preguntado, entonces?

—Para conocer el punto de vista de Mike.

YoonGi sonrió y le siguió con pasos sordos hasta el recibidor.

—Su terrorífico esbirro estaba al tanto de esto desde ayer. ¿Por qué ha esperado hasta hoy para contárselo?

—Eso me pregunto yo. ¿Tiene algo de comer?

—Algunos restos de comida tailandesa, pero les está creciendo pelo, así que no se lo recomiendo.

—Voy a pedir una pizza. ¿Cómo le gusta?

Tal vez fuera porque estaba prácticamente desnudo y no le gustaba su actitud, o a lo mejor es que era una idiota sin más, pero el caso es que se llevó una mano a la cadera, le miró con descaro y dejó que las palabras salieran de su boca.

—Me gusta caliente... y... picante.

Jeongguk bajó los párpados, posando la mirada sobre el escote de su albornoz.

—Eso mismo me dijo Mike.

YoonGi se batió a toda prisa en retirada hacia las escaleras. El sonido de la discreta risa de Jeongguk lo acompañó hasta el piso de arriba.

Se tomó su tiempo para ponerse su último par de shorts limpios y una blusita azul con un remate de encaje que iba a posarse en lo que pasaba por ser su canaleta. Que tuviera que mantenerse a la defensiva no implicaba que hubiera de descuidar su aspecto. Se empolvó las mejillas dándoles un tono bronceado, se dio un toque de brillo en los labios y finalmente se pasó un peine de púa ancha por el pelo, donde algunos tirabuzones rebeldes le enmarcaban ya la cara como adornos navideños.

Cuando volvió al piso de abajo, encontró a Jeongguk en su despacho, apoltronado en su silla con los tobillos cruzados encima de la mesa y el auricular de su teléfono encajado bajo la barbilla. Sus ojos acusaron recibo de su culo y luego de sus piernas desnudas, y sonrió. Estaba jugando con YoonGi otra vez, pero no iba a permitirse a sí mismo sacar conclusiones.

—Ya lo sé, Namjoon, pero no tiene más que diez dedos. ¿Cuántos diamantes puede llevar encima? —Frunció la frente al oír la respuesta al otro lado de la línea—. Haz caso a la gente que se preocupa por ti. No digo que lo tuyo con ella no vaya en serio, pero espérate un par de meses, ¿vale? Hablamos la semana que viene. —Colgó el teléfono con rabia y bajó los pies al suelo—. Chupasangres. Esas personas ven a los chavales venir de frente y les sacan todo lo que tienen.

—¿Estamos hablando de los mismos chavales que señalan con el dedo a los chupasangres en la recepción de los hoteles y dicen «tú, tú y tú» ¿Y que al cabo de diez minutos les están dando mil razones para no ponerse un condón?

—Sí, bueno, eso también se da. —Cogió la cerveza que le había birlado de la nevera—. Pero lo de algunas de estas personas es increíble. Los tíos serán duros en el campo, pero cuando termina el partido la cosa cambia. Sobre todo con los más jóvenes. De pronto les vienen todas estas personas preciosas diciéndoles que están enamoradas. Cuando quieres darte cuenta, los chicos les están regalando coches deportivos y anillos de diamantes para celebrar que han cumplido un mes. Y no quiero empezar a hablar de los aprovechados que se quedan embarazados para luego vender cara su discreción.

—Una vez más, nada que no pueda prevenirse con un condón. —Cogió una regadera de plástico azul y fue con ella hacia las violetas africanas de Nana.

J M, HS D K [ggukgi]Where stories live. Discover now