YoonGi y jeongguk salieron de Chicago el viernes después de comer. El camping del lago Wind se hallaba al noreste de Michigan, aproximadamente a una hora de la bonita ciudad de Grayling. SeokJin y Eli llevaban allí toda la semana, y el resto de miembros del club de lectura iba llegando en coche, pero el señor Súper-representante no disponía de tanto tiempo, de modo que se las había arreglado para que les llevaran en el reactor de la empresa de un amigo. Mientras él llamaba por teléfono, YoonGi, que no había ido nunca en un avión privado, miraba por la ventanilla y se esforzaba por relajarse. Porque ¿qué importaba que Jeongguk y él fueran a compartir una cabaña durante el fin de semana? Él se pasaría la mayor parte del tiempo por ahí con los hombres o tratando de impresionar a Margaret, así que apenas le vería, lo que sin duda era lo mejor, pues todas aquellas feromonas tan masculinas que emitía estaban afectándolo. Afortunadamente, comprendía la diferencia entre la atracción biológica y el afecto duradero. Puede que estuviera algo salido, pero no era autodestructivo del todo.
Un cuatro por cuatro gris de alquiler les esperaba en la pequeña pista de aterrizaje. Estaban a sólo unos ciento treinta kilómetros de la isla de Mackinac, y el aire cálido de la tarde les traía el vigorizante aroma a pino de los bosques del norte. Jeongguk cargó con su bolsa y con la de YoonGi, las llevó hasta el coche, y luego volvió a por los palos de golf. YoonGi había estirado su presupuesto para comprarse unas cosas nuevas para el viaje, incluidos los pantalones sueltos de gamuza que llevaba y cuyas finas rayas verticales hacían que sus piernas parecieran más largas. Un coqueto top color bronce realzaba sus pequeños pendientes de ámbar. Se había hecho cortar las puntas y su pelo, por una vez, no le daba problemas. Jeongguk llevaba otro de sus polos carísimos, éste verde musgo, combinado con chinos color piedra y mocasines.
Colocó el equipaje en el maletero y a continuación le lanzó las llaves.—Usted conduce.
YoonGi contuvo una sonrisa mientras se sentaba al volante.
—Cada día que pasa, se hacen más evidentes las razones por las que quiere un esposo.
Jeongguk dejó su portátil en el asiento de atrás y se acomodó en el del copiloto. YoonGi consultó las indicaciones de Eli y luego tomó una sinuosa carretera de dos carriles. Se preguntó cómo habría pasado Jeongguk el Cuatro de Julio. No había vuelto a verle desde el miércoles, cuando le presentó a la arpista del De Paul, que a Jeongguk le pareció inteligente, atractivo, pero demasiado serio.
Concluida la cita, le había pedido más información sobre Zyean. Algún día no muy lejano tendría que contarle la verdad sobre ese asunto. Una idea en absoluto agradable.Mientras él hacía otra llamada, se concentró en el placer de conducir un coche que no fuera Bower. Eli no había exagerado al describirle lo bonito que era aquello. Los bosques se extendían a ambos lados de la carretera, en grupos de pinos, robles y arces. El año anterior, YoonGi se había visto obligado a cancelar sus planes de asistir al retiro porque Seulgi se presentó en Chicago sin avisar, pero se lo habían contado todo: los paseos que habían dado por el camping, que iban a nadar al lago y que hacían las tertulias literarias en el cenador nuevo que Eli y SeokJin habían construido cerca de la zona privada donde vivían, contigua al bed & breakfast. Le sonó todo muy relajante. Pero ahora no se sentía relajado. Se jugaba mucho, y tenía que permanecer centrado.
Jeongguk realizó una segunda llamada antes de guardar por fin el teléfono y ocuparse de criticar su forma de conducir.
—Tiene un montón de sitio para adelantar a ese camión.
—Siempre que ignore la doble línea continúa.
—No le pasará nada por pisarlo.
—Claro. ¿Para qué preocuparse por una tontería como una colisión frontal?
—El límite de velocidad es de noventa, usted no pasa de cien.
—No me obligue a parar el coche, joven.
Jeongguk se rió entre dientes, y pareció relajarse un rato. Sin embargo, no tardó en volver al ataque: suspirar, mover nerviosamente el pie, enredar con la radio. YoonGi le dirigió una mirada sombría.
—No es usted capaz de pasarse tres días enteros lejos del trabajo ni soñando.
—Claro que sí.
—No sin su móvil.
—Desde luego que no. Ganará usted nuestra apuesta.
—¡No hemos hecho ninguna apuesta!
—Mejor. Detesto perder. Y en realidad no son tres días. Hoy ya he trabajado ocho horas, y el domingo por la mañana salgo para Detroit. Usted ha hecho planes para volver a la ciudad por su cuenta, ¿no?
YoonGi asintió. Iba a volver en coche con ShuHua, la otra soltera del grupo. Él echó un vistazo al velocímetro.
—Ha debido de hablar con Eli después de la fiesta, y me atrevo a suponer que la acribillaría a preguntas sobre este fin de semana. ¿Cómo le explicó que viniera con usted?
—Le dije que estaban llamando a la puerta y que enseguida la llamaba. ¿Eso es un pavo silvestre?
—No lo sé. ¿Le devolvió la llamada?
—No.
—Debió hacerlo. Ahora sospechará algo.
—¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Que está usted obsesionado con chuparle el culo a su hermana?
—No. Se supone que debía decirle que he estado trabajando demasiado y que eso me ha puesto tan tenso que no me deja apreciar los hombres estupendos que me está presentando.
—Eso es muy cierto. Debería darle a Josiah otra oportunidad. La arpista —añadió, por si ya se le había olvidado.
—Me acuerdo.
—El solo hecho de que piense que Adam Sandler es imbécil no implica que carezca de sentido del humor.
—A usted le hace gracia Adam Sandler —observó él.
—Sí, pero yo soy un inmaduro.
Él sonrió.
—Admítalo. Sabe que no era adecuado para mí. Ni siquiera creo que yo le gustara demasiado. Eso sí, tenía unas piernas magníficas. —Recostó la cabeza en el respaldo, curvando la boca como la cola de una pitón—. Dígale a Eli que no puede encontrarme esposo porque sólo pienso en el trabajo. Dígale que necesita alejarme de la ciudad el fin de semana para poder tener una charla seria conmigo sobre lo confundidas que tengo mis prioridades.
—Lo de sus prioridades es cierto.
—¿Lo ve? Ya está haciendo progresos.
—Eli es muy lista. No se tragará eso ni por un segundo. —No añadió que Eli ya había empezado a tantearlo con preguntas sobre qué tal se iba llevando con Jeongguk.
—Usted puede salir airoso le entre ella por donde le entre. ¿Y sabe por qué, campeón? Porque no le asustan los desafíos. Porque usted, amigo mío, vive para los desafíos, y cuanto más duros mejor.
—Sí señor, ése soy yo. Un verdadero tiburón.
—Así se habla. —Pasaron como una exhalación junto a un indicador que señalaba al pueblo de Wind Lake—. ¿Sabe por dónde va?
—El camping está en la otra punta del lago.
—Déjeme ver.
Al ir a coger la hoja arrugada con las indicaciones que tenía él sobre el regazo, rozó con el pulgar la cara interior de su muslo, y a YoonGi se le puso la carne de gallina. Por pensar en otra cosa, salió con un poco de agresión pasiva.
—Me sorprende que éste sea su primer viaje al camping. SeokJin y Eli suben aquí cada dos por tres. No puedo creer que él no le haya invitado.
—En ningún momento he dicho que no me hayan invitado. —Dejó las instrucciones para fijarse en un indicador—. SeokJin es un tío muy entero. No necesita que le lleve de la mano a todas partes como mis clientes más jóvenes.
—Se estás saliendo por la tangente. SeokJin no le ha invitado nunca a subir aquí, ¿y sabes por qué? Porque no hay forma de que nadie se relaje con usted al lado.
—Que es exactamente lo que usted está intentando cambiar. —Una señal verde y blanca con letras con ribete dorado apareció la izquierda ante su vista.