Capítulo 19

8 8 2
                                    

Maratón 2/6

—¡Cuánto lo sentimos, Abby! —murmuró la mujer, fingiendo tristeza—

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Cuánto lo sentimos, Abby! —murmuró la mujer, fingiendo tristeza—. Lissy era tan buena… es una pena que haya muerto tan joven…

Suspiré con fuerza, intentando contener el enojo que se alojaba en mi pecho. ¿Cómo se atrevió a aparecer, luego de dejarnos al abandono? ¿Cómo se atrevió a hacerse llamar “mi tía”, cuando nunca le importó lo que pasara conmigo?

—Mi nombre es Alissa, tía, no Abby —murmuré, entre dientes, con la esperanza de que notara mi rabia y se fuera de una vez por todas. No obstante, fue en vano. Aquella mujer pareció no entender mis indirectas y prefirió seguir atormentándome con falsas condolencias y anécdotas que la hacían ver como la hermana mayor perfecta. Por favor, ¿y a eso se le llamaba “hermandad”?

—No lo olvides, Ali, siempre contarás con nosotras y no te vamos a dejar sola, ¿verdad, Jenny?

La chica a su lado asintió, pero el gesto se vio demasiado falso y en su mirada se pudo apreciar el asco que sentía al verme. Ni yo le agradé ni ella a mí, algo que quedó claro desde el momento en que nos presentaron. Curioso, ¿no? Conocer a mi prima, quien tiene casi mi edad, en el velorio de mi madre, la mujer que fue “su tía”.

Tras escuchar más palabras y pésames, al fin tuve la oportunidad de acercarme a ese sitio, donde su cuerpo reposaba. No podía creerlo, mi mente se negaba a aceptar que mi madre estaba ahí, sin vida. Y aunque quería, no podía salir de ese estado de “trance” en el que entré apenas salí del hospital, más sola de lo que estuve alguna vez.

Miré a mi alrededor y al ver a todas esas personas que se hallaban junto a mí, sentí que me asfixiaba. Pude percibir como mi garganta se cerraba, impidiendo que el aire llegara hasta mis pulmones, pero no supe si era por el malestar que sentía en el estómago, por las inmensas ganas que tenía de llorar o por toda esa gente que se había presentado de golpe, asegurando ser “mi familia”, cuando nunca, en mis casi dieciocho años, los vi.

Inhalé aire con fuerza y una lágrima se deslizó por mi mejilla. Había pasado todo el día en medio de un llanto silencioso que no me ayudaba a liberarme de aquel dolor tan profundo que me invadía por dentro. ¿Por qué no podía sólo gritar como quería? ¿Por qué tenía que fingir fortaleza frente a esas personas? ¿Por qué no podíamos estar sólo mamá y yo?

La respuesta era simple: No podíamos ser sólo ella y yo, porque ella ya ni siquiera estaba ahí, conmigo, sino en un ataúd, donde dormía en completa paz y tranquilidad, como si ningún mal le hubiera afectado nunca, pero ¿a qué precio? Al precio de dejarme sola, en un mundo al que jamás pude enfrentarme por mí misma.

Me mordí la lengua cuando sentí mis ojos picar y, sin siquiera pensarlo, corrí. Corrí tan lejos como mis pies me lo permitieron. Corrí, lejos de ese lugar, lejos de casa, de las personas, lejos de todo y de todos. No quería verlos, tampoco quería seguir soportando aquel infierno; lo único que en verdad anhelaba, era poder encontrar un lugar tranquilo, donde sólo fuéramos ella y yo.

El Asesino Arcoíris © || COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora