Capítulo #2

32 6 0
                                    

Dentro de una hora seré la señora Susan MacLeod, Effie me acomoda el cabello, me da igual como quede, las ojeras que tengo en el rostro hablan por si solas, no pegué ojo en toda la noche y durante el resto del día lo único que he podido hacer es llorar.

—Este vestido verde le quedará muy bien señorita—me dice Effie sacando el vestido que me pondré para la boda.

Me acomodo el vestido y me miro al espejo, la imagen que me devuelve este es el de una mujer sin vida, esa soy yo.

—Susan—me llama mi hermano desde la puerta—estás hermosa, el verde siempre te ha quedado muy bien—asiento con la cabeza, no tengo ganas ni de dirigirle la palabra—vamos, Cailean te espera.

Caminamos el trayecto hasta donde se va a celebrar la boda en total silencio.

—Quiero que sepas... que—empieza a decir mi hermano pero no lo dejo terminar, no tengo interés en lo que tenga que decir.

—Si no te importa, deseo casarme lo antes posible para terminar con esta falsa de una vez por todas.

Arran me toma de la mano y me lleva hasta donde está Cailean, al rededor hay algunos de sus hombres y su hermana.
Cailean lleva puesta ropa limpian, con el tartán de su clan, se rebajó la barba y tiene el cabello limpio, una vez que me toma de la mano y me coloca a su lado siento el olor a madera con algunas hiervas que desprende, un olor agradable y varonil. La cicatriz que le atraviesa todo un ojo le resalta, hace que parezca más rudo aún.
Cuando terminamos de pronunciar nuestros votos, Cailean saca un anillo precioso con una piedra roja, es el anillo más lindo que he visto, lo pone en mi dedo mientras me mira a los ojos, yo no tengo ninguno para él, pero eso no importa, yo no sabía que me iba a desposar y tampoco lo deseaba.
No hay besos ni gestos de cariño,  solo me toma de la mano y camina de vuelta al salón principal de la fortaleza, una vez que llegamos me suelta como si mi mano lo quemara.

—Tienes lo que resta de día para preparar todo lo que te haga falta llevar a Dunvegan, partimos mañana a primera hora—da dos pasos hacia mi y me acorrala con la pared que tengo a mis espaldas—Y por tu bien no intentes nada, porque ahora soy tu esposo y tus actos tienen consecuencias—dice mientras me acaricia un mechón de mi cabello para después darme la espalda y salir por la puerta principal.

Cailean:
—Tienes lo que resta de día para preparar todo lo que te haga falta llevar a Dunvegan—doy dos pasos hacia ella, haciendo que pegue su espalda a la pared que se encuentra atrás—Y por tu bien no intentes nada, porque ahora soy tu esposo y tus actos tiene consecuencias.

Sin saber por qué le acaricio un mechón de su cabello. Es una criatura tan pequeña, frágil.
Me alejo de ella con pasos rápidos, salgo  al exterior, maldigo a mi padre, al padre de Susan, a todos nuestros antepasados.
Qué demonios hago casado con esa mujer, el matrimonio jamás entró en mis planes, soy un guerrero, lo mío es la guerra, no andar haciendo de esposo.
¡Susan!, ¿que voy hacer contigo?, odio lo frágil que es, llora por todo como si fuera una niña pequeña, no soportará mi trato del día a día, no puedo imaginar cómo se tome mi actitud cuando esté de mal humor, no es un secreto para nadie que me pongo algo.... Desagradable.

—Te estaba buscado—me dice Hanz, mi hombre de confianza, mi amigo—ya le he dicho a los hombres que partimos a primera hora de la mañana.

—Gracias—suspiro—quiero llegar en cuanto antes a casa.

—Si quieres podemos hablar—me dice Hanz mientras me pone una mano en el hombro.

—No tengo nada de que hablar, era lo que tenía que hacer y hecho está.

—Claro y ahora tenemos una señora en nuestras tierras y si te sirve de consuelo, no es más que una niña malcriada, berrinchuda que llora por todo—lo dice con una sonrisa, lo mato, juro que lo mato, odio que este haciendo bromas todo el tiempo  y sobre todo cuando mi humor es negro.

Hasta el amanecer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora