Capítulo 10 - Aliado

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"¿Hijo? ¿Mamá?"

Sara se volvió hacia la persona que había entrado abruptamente en la habitación. Se llevó las manos al vientre, protegiendo a ese pequeño que comenzaba hacerse notar.

–Abuelo –murmuró.

Sintió alivio, aunque cuando se encontró con la mirada penetrante de Martín Acevedo, apretó más las manos contra su pequeña pancita.

–Sara...

La lentitud con la que el hombre se movía en su silla de ruedas no era normal, dado que era famoso por darse unas buenas carreras cuando tenía oportunidad. Sin embargo, en esta ocasión se le acercaba con sigilo, con pausa, con temor...

Las piernas le fallaron y agradeció a todos los dioses que la cama estuviera cerca porque apenas acertó a dejarse caer.

–Yo... Puedo explicarlo.

Aunque... ¿Qué debía de explicar? Era tan evidente que estaba embarazada que no podía ocultarlo.

–¿Esperas un hijo? –Don Martín no había perdido su porte de militar de alto rango, cosa que llegaba a intimidarla.

Asintió, sin añadir nada más. No serviría de nada adornar con palabras lindas algo que saltaba a la vista. A cambio, el abuelo cerró los ojos y apretó con enojo los puños.

–¿Quién es el papá?

Y aquello era otra cosa inevitable que no podía ocultar por mucho más tiempo. Respiró profundamente antes de decir en voz alta el nombre del papá de su bebé.

–Franco Reyes.– El aire escapó de sus pulmones junto al nombre, pero lo más curioso, es que sintió alivio.

No obstante, alivio no fue lo que se encontró en el rostro del abuelo, sino que su rictus se paralizó y podía asegurar que la vena de su frente estaba por reventar.

–Sara –comenzó finalmente cuando pudo contener su rabia–, tendrás tanto el apoyo de tu mamá como el mío, y tu bebé será amado por todos nosotros, pero eso no impedirá que mate con mis propias manos al desgraciado de Franco Reyes.

Podía sentir la ira irradiar del cuerpo del hombre, aunque no comprendía el por qué. El abuelo veía a los Reyes con unos ojos muy distintos a los de su mamá y en casi todas las ocasiones en los que había surgido un problema con ellos, el abuelo había sido su principal defensor.

–¡No! –exclamó preocupada al ver como el anciano trataba de abandonar la sala y farfullaba que iba a por la escopeta. –¡Abuelo, no!

No deseaba quedarse viuda antes siquiera de contraer matrimonio, dado que si ella era buena con la escopeta, el abuelo era infalible.

–¡¿No, Sara?! ¡¿Por qué?! ¡Es evidente que ese tipo abuso de ti!

Ahora entendía el extraño comportamiento de don Martín al escuchar el nombre del menor de los Reyes.

–Él no abusó de mí, jamás lo haría –se apresuró a defender a su novio.

–Pero... Ustedes se odian –confundido, el hombre se rascaba la cabeza.

Sara suspiró pesadamente. El pensar de su abuelo era el más lógico sabiendo de las provocaciones y rivalidades que se habían creado entre Franco y ella al principio.

–No nos odiamos, sino que nos amamos –dijo con una sonrisa en su rostro. Aunque el corazón se le encogió al recordar lo ocurrido en la tarde. Franco estaba enojado por su falta de decisión.

–F.

Sacudió la cabeza y centró la vista en el abuelo.

–F de Franco –continuó el hombre– Era él quien te enviaba todos esos arreglos florales... ¡Las pelotas del marrano! ¡Era Franco Reyes por el que mi nieta tenía los ojos como dos cocuyos!

La carcajada del abuelo la hizo volver a esa época en la que se avergonzaba de tener pensamientos románticos sobre Franco.

–Ay, abuelo. No te burles.

Don Martín negó con la cabeza.

–Estoy feliz. Inmensamente feliz porque mi nietecita haya encontrado el amor –aunque su semblante cambio rápidamente cuando bajó la vista hacia su pequeña pancita–. Espero que sea algo serio para ambos porque con un hijo en camino...

–¡Es serio! –le interrumpió– Es muy serio, nuestra intención es contraer matrimonio.

El abuelo giró feliz en su silla de ruedas a la vez que gritaba emocionado.

–¡Dominga! –exclamó el hombre– ¡Hay que brindar con la mejor champaña!

El pánico se apoderó de ella y solo acertó a poner una mano en la boca del abuelo, cosa que este enseguida captó en su mirada.

–¿Ocurre algo? ¿El bebé... Es sano?

La preocupación se mezcló con una pequeña sonrisa que amenazaba por salir de su boca. Se acercó con determinación a su clóset y entre las ropas de montar sacó un pequeño sobre donde ocultaba las primeras imágenes de su hijo.

–Abuelo, es un bebé muy sano –le mostró la ecografía de su hijo.

No sabía qué miraba con tanta atención, pero las lágrimas brotaron de los ojos del hombre.

–Es hermoso... –murmuró devolviéndole la imagen–, pero entonces ¿Cuál es el problema?

Apretó la ecografía contra su pecho y lentamente volvió a su sitio en la cama.

–El problema es mi mamá.

Don Martín bufó.

–A tu mamá no le queda otra que aceptar que sus hijas están con unos hombres honrados, además de recibir con los brazos abiertos a sus nietos.

Si solo se tratase de eso...

–Sé que mamá amará a mi bebé, pero en cuanto escuche el nombre de Franco, me expulsará de la casa y Fernando terminará adueñándose de todo. Ahora yo tengo el poder en la hacienda.

El abuelo negó con la cabeza.

–Sara no tienes ningún poder, puede que Gabriela confíe más en ti que en Fernando, pero está obnubilada por ese hombre y aunque me duela decirlo, le situará por delante de todas ustedes.

No quería escucharlo, porque no podía aceptar el poco instinto materno de la mujer que le había dado la vida.

–Sara –el abuelo tomo su mano entre las suyas y la envolvió con delicadeza–. Ya has hecho mucho y puede que haya llegado el momento de que seas tú misma la que se marche por su propia decisión de esta casa. Ahora tu principal preocupación debe ser el bebé y Franco.

Las palabras del abuelo eran sabias y abrían en su interior una batalla en la que solo podía haber un ganador. Así continuó, con aquella batalla mental, cuando el abuelo se retiró, no sin antes despedirse de ella con la promesa de guardar su secreto.

La decisión de SaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora