Capítulo 35: Sospechas y sospechosos

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Brianna

—A mi madre no le gustará saber que te desfloré, pero servirá para que en su lugar me obliguen a que pase el próximo año comprometido contigo. ¿Se lo dices tú o se lo digo yo? Tenerte como mi mujer en el futuro no debería ser tan malo después de todo.

Las palabras de Alec se repitieron en mi cabeza como la secuencia de un viejo tocadiscos roto; el sonido lejano y entrecortado, siendo difícil de procesar en las sinapsis de mi cerebro. Muchas veces, alrededor de los años, me había negado la posibilidad de pensar en cómo sería mi futuro y con quien terminaría compartiendo mi vida. Resignándome así a verme, gracias a mis nulas posibilidades, como una aspirante a ama de casa o una bibliotecaria solterona a la que los años le habían pasado factura con demasiada rapidez.

Pero ese momento, solo unas cuantas palabras pronunciadas con vehemencias, bastaron para darle una nueva resolución al conflicto en el que me llevaba debatiendo toda mi adolescencia con respecto a mi futuro.

Convertirme en la esposa de Aleksander Belikov...

—¿Qué acabas de decir? —Mi voz se escuchó tambaleante y tuve que apoyar mi espalda en uno de los árboles del bosque para no derrumbarme contra el suelo por la creciente ansiedad.

—Le contaré a mi madre de nosotros, se encargará de transmitirle el mensaje a mi padre —repitió este, utilizando otras palabras para mayor comprensión. Unas que me catapultaron directo a la realidad por si me había quedado alguna clase de duda—. Te casaras conmigo.

Por lo regular, el modus operandi de Alec lo hacía un jugador sumamente calculador. Nunca decía cosas a la ligera y cuando algo se le metía algo entre ceja y ceja, nada iba a quitarle la determinación de completar su cometido. Rara vez mentía, por muy cruel que fuese la verdad y siempre, pero siempre se salía con la suya, haciendo su propia voluntad, pero ¿realmente, esa vez, hacía aquello sin dobles intenciones?

Por más de que dijera que le gustaba y que tal vez sentía algo por mí, sabía que lo que teníamos ya estaba más que marcado con una corta fecha de caducidad y que nuestra tontería, al finalizar ese año escolar, iba a terminar de la misma forma en que había comenzado.

No obtendrá ningún beneficio de mí amarrándome a su lado.

Por lo que rompiendo mi propio corazón y tragándome mis sentimientos, pronuncié:

—¿Te volviste loco? No soy apta para ser tu esposa. Deberías saberlo.

Tras eso, Alec soltó una risa cruda, que sonó lo suficientemente cruel para alarmar a las aves que estaban a nuestro alrededor.

—¿Quién dice eso? ¿Tú?

—¿Y si simplemente soy yo quien no quiere ser tu esposa? —le dije, sin titubear, aunque por dentro tenía un nudo en el estómago—. No soy una de esas chicas que usó un elegante vestido blanco para su baile de debutantes, por Dios, Alec, ni siquiera fui considerada para ser una de ellas. ¿Aún crees que esto podría funcionar? Tienes dieciocho años y ya esperan que te cases con una mujer eslava, sí, pero esa no puedo ser yo.

—Sé que tengo que casarme con una rusa. ¿Por qué no podría funcionar? Le agradas a mi madre, lo suficiente, por lo menos más de lo que lo hacía Kamila Patrova muy seguramente, ¿por qué te ha mantenido todos estos años a nuestro alrededor si no fuera así? —Se detuvo en medio de la frase, dando unos pasos más cerca de mí y tomando mi mentón con una de sus manos. De ese modo, mi cabeza quedaba alzada, haciendo que fuera imposible desviar mi mirada de la suya gris—. Y si piensas lo del no haber sido parte de ninguno de esos bailes de debutantes, tal vez tu destino no era usar uno de esos horribles vestidos blancos sino hasta nuestra boda. Por lo otro, eres una mujer rusa y en lo que a mí respecta, ya completaste todos los ítems.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora