Caminando sobre el agua

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Capítulo 4

Te quiero, amor, amor absurdamente, tontamente, perdido, iluminado, soñando rosas e inventando estrellas y diciéndote adiós yendo a tu lado.

Jaime Sabines

Terry caminó sin ninguna dirección en especial, mientras el frio viento azotaba su rostro, llevándose las lágrimas, ese había sido definitivamente el último adiós, un lastimero sollozo salió de sus labios, por un momento tocó la felicidad, aquella que le había sido negada casi en el mismo instante en que nació.

Repentinamente, se paró en seco al ver al otro lado de la calle, una lujosa mansión, de la cual iba saliendo un grupo de "honorables" caballeros. Por sus ropas se distinguía que eran adinerados; Terry se permitió sonreír de medio lado al percatarse que esa no era un "hogar" y mucho menos aquellos hombres eran unos "caballeros".

Recordó la primera vez que visitó un lugar como ese; al cumplir catorce años, el duque lo llevó a una hermosa mansión en el condado de Kent, Terry pudo ver los lujosos carruajes que ahí se encontraban, así como unos cuantos automóviles, señal de que las personas dentro no eran cualquiera. A su mente vino el desfile de mujeres que el duque pidió exclusivamente para su primogénito, todas eran hermosas a su manera, con escotes pronunciados, maquillaje exagerado, y sonrisas lascivas que dirigían al hijo del duque, pues sabían que de ser la elegida para ser quien iniciara al jovencito en el arte de amar, la paga sería bastante buena.

Su virtud la había perdido en brazos de una hermosa mujer de larga cabellera castaña de casi veinte años según dijo la madame.

Después de aquel primer encuentro, Terry acudía con regularidad a ese tipo de lugares, pues sin saber porque, el acto le proporcionaba una especie de tranquilidad, ante la indiferencia de su padre y el abierto rechazo de la que hasta hacia algunos años había creído su madre. Pero todo eso dejó de tener importancia, desde que a su vida había llegado Candy, incluso cuando se separaron aquella noche de invierno, nunca volvió a esos lugares.

Sin pensarlo más, cruzó la calle y entró en aquel sitio. Tal parecía que era el lugar de reunión de la gente acaudalada de Filadelfia, había varias mesas dispuestas por el que se suponía era el salón de baile, solo se encontraba un hombre tocando alguna melodía en un viejo piano, y pudo ver el gran número de mujeres en aquel lugar. Decidió tomar asiento en una de las mesas vacías.

-¿Puedo acompañarte?-le preguntó una hermosa rubia de ojos grises, con un extraño matiz oliváceo en ellos.

-Adelante-dijo Terry, invitándola con un movimiento de la mano.

-¿Vas a tomar algo?-quiso saber la rubia.

-A ti-dijo sin rodeos Terry, solo por esa noche, quería liberarse de todos aquellos sentimientos que lo embargaban, en el pasado, el alcohol solo logró casi arruinar su vida, pero estaba seguro que al retomar esa "terapia" como el solía llamarle, solo lo dejaría agotado, mas no consumido.

Siguió a la rubia a lo largo de las escaleras, entraron a aquella habitación tenuemente iluminada, la mujer, lentamente se despojaba de sus ropas, mientras Terry hacia lo mismo. Lentamente, aquella mujer se acercó a él, tomó su rostro entre sus adiestradas manos, y lo besó, Terry percibió el ligero sabor a whisky, y sin pensar en nada mas, se dejó llevar por aquellas primitivas sensaciones que lo ayudaran a liberarse por un momento del infierno en el que vivía.

El vaivén de sus caderas iba en aumento, escuchaba lejanamente los jadeos de su acompañante, vio la cabellera rubia esparcida en la almohada, una, dos, tres estocadas más, y así, Terry encontró aquella liberación que tanto ansiaba, mientras el nombre de la mujer que amaría hasta el fin de sus días, salía en un murmuro de sus labios.

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Candy respiraba profundo, tratando de controlar el llanto que no cesaba, si sus amigas la veían de esa manera, seguramente se preocuparían.

-Toma-vio una nívea mano extenderle un suave pañuelo, escuchó una voz que, aunque solo la había escuchado una sola vez en su vida, la reconocería en cualquier lugar.

-Gracias, señor Jefferson-dijo Candy bastante apenada, limpiándose sus lágrimas-creo que enfermaré de gripe-se excusó Candy con una débil sonrisa.

-Es usted una pésima mentirosa, señorita Andrey-expresó Christopher con una sonrisa-y si mi memoria no me falla, me parece que no hay necesidad de formalismos entre nosotros. Disculpa mi atrevimiento Candy, pero, por azares del destino, a mi llegada, presencié como le rompías el corazón al joven Grandchester.

Candy abrió enormemente los ojos, preguntándose qué tanto había visto Christopher, apenada por ello, agachó la mirada, mientras controlaba el llanto que nuevamente quería salir.

-¿Qué es precisamente lo que no les permite ser felices?-preguntó Christopher-porque por el estado en el que te encuentras y en el que se fue el joven Grandchester, claramente no es por falta de amor.

-¡Oh Christopher!-y nuevamente Candy se soltó a llorar inconsolable, por alguna extraña razón, Candy sintió la necesidad de desahogarse, mientras este la escuchaba pacientemente.

-Ambos fueron víctimas de las circunstancias-dijo Christopher una vez que Candy terminó de relatarle su breve historia de amor-pero no entiendo tu necedad de darle la espalda a la felicidad, no dejes escapar esa oportunidad, que podría ser la última para ser feliz.

-Pero yo no podría ser feliz al cimentar mi propia felicidad a costa de Susana-replicó Candy, mirando el cielo-solo espero que Susana y Terry puedan ser realmente felices.

-Creo que, cuando hablamos de amor, siempre desearemos lo mejor a la persona amada, aunque no esté a nuestro lado-dijo melancólicamente Christopher, y por un momento a Candy le pareció que hablaba más para sí, que con ella- ¿Quieres pasar a la fiesta?

-Sinceramente, no-respondió con un suspiro Candy.

-Bien, entraré a excusarte, permíteme un momento-y diciendo esto, entró a la mansión, para salir solo unos cuantos minutos más tarde-listo Candy, debo agradecerte por haberme librado de una aburridísima fiesta.

-¿No querías venir?-preguntó Candy, mientras Christopher le ayudaba a ponerse su abrigo.

-Sinceramente, no. Hace más de seis años que me marché de aquí, así que en cuanto regresé tuve que ponerme al día en mis negocios, y eso implica aburridas charlas y fiestas-dijo con pesar Christopher.

-Me recuerdas tanto a Albert-rió Candy-el ama tanto la libertad, que no quiero imaginar lo mal que debe de estar pasándola encerrado entre cuatro paredes.

-Me imagino como debe sentirse tu hermano, aunque con el paso del tiempo, uno se termina acostumbrando.

En el camino de regreso al colegio, ambos iban en silencio, pero no por ello, Candy se sentía incomoda, era como cuando estaba con Albert, no había necesidad de llenarlos, así que Candy se permitió pensar en lo que había hecho. Apenas si lo conocía, y le había platicado cosas que nadie más sabia, se sentía realmente avergonzada por ello.

-Estaré un mes arreglando algunos pendientes, así que, sí me permites, me gustaría poder invitarte a salir en algunas ocasiones, realmente me es muy grata tu compañía Candy-expresó Christopher una vez que se estacionó afuera del colegio-claro, que pediré el debido consentimiento a la señora Elroy.

-Por supuesto Christopher, me agradaría hacerte compañía-expresó con una sonrisa Candy-ahora si me disculpas, tengo que ir a dormir. Que pases buena noche.

-Igualmente, Candy.

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