Duerme

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2:

Hubo momentos en la vida de Denji en los que una idea daba vueltas por su cabeza: Que todo el mundo se sumergiera —Al igual que él— en la miseria que experimentaba todas las noches al dormir en el cuchitril donde vivía. Eso haría que los idiotas de los Yakuza no lo miraran desde arriba, como a un ratón que se agita bajo los pies de quien lo aplasta. Conforme crecía, dejó atrás este resentimiento para dar paso a la indiferencia. Y cuando vio una película sobre una guerra nuclear en el cine, comprendió que el mundo no merecía que todos vivieran en la miseria. La reafirmación de esa conclusión le llegó hace dos días, cuando se embarcó en un viaje para buscar algún rastro que le sugiriera cuál era el origen de la desaparición de personas en el mundo.

Ningún ser viviente transitaba por las calles de Tokio, ya sea por cielo o tierra. Las casas y rascacielos estaban deshabitados por dentro. En vano había gritado en busca de alguien por todas las calles; de los humanos solo quedaron como prueba de que alguna vez existieron sus pertenencias y creaciones. La mayoría de los autos estaban guardados en las cocheras y parques de estacionamientos, los restantes estacionados en medio de las pistas y algunos estrellados. Por las calles a veces podía ver periódicos y afiches de publicidad esparcidos por el suelo. El silencio también se había apoderado de la ciudad, aunque pequeñas ráfagas de viento recordaban que el mundo seguía en rotación.

Cuando llegaba la noche, descansaban en alguna casa que estuviera por el camino. Tomaban duchas que les quitaran todo el sudor por andar durante el día. Cada vez que abría el grifo, Denji no sabía si sería la última vez que vería agua salir de él. ¿No se supone que es gracias a los humanos que el sistema de alcantarillado funciona? ¿Cuánto faltaba para que la electricidad se fuera para siempre? Por lo menos podría comer todo lo que encontrara antes de que se echara a perder.

Fue cuando terminó de vestirse con la última ropa limpia que le quedaba, y vio a Nayuta ingresar con una pijama nueva a la habitación donde dormirían, que cayó en cuenta de que ellos nunca dejarían este deshabitado mundo. Eran inmortales, a fin de cuentas. Usarían lo que habían dejado los demás hasta que ya fuera inservible. No vería otra vez forma humana que no fuera la de Nayuta. En medio de la oscuridad y el frío, el pánico comenzaba a surgir sobre su cuerpo. Se levantó y quedó sentado al borde de la cama. Deben haber más humanos; si yo estoy vivo, significa que otros también lo deben estar, no puede ser que no haya nadie más. Se puso de pie. Iría afuera a respirar aire limpio, pero antes de que saliera de la habitación, sintió que su compañera se levantaba somnolienta a su espalda.

—¿A dónde vas?

—Afuera.

—No hay nada afuera.

—Necesito estar solo un momento.

El mismo paisaje de todos los "días". La ansiedad que sintió al levantarse no hizo más que aumentar. La esperanza de que hubiera más personas vivas solo empeoraba su situación. Tenía la urgencia de huir de Tokio, no importa a dónde, pero no quería permanecer más tiempo en esta ciudad. Y entonces esa pudiera ser la respuesta al enigma. Puede que solamente Tokio sea el campo donde este singular efecto se está produciendo. Manejaría un auto para salir sin demoras; se supone que los coches aún conservaban gasolina en sus tanques. Como un relámpago, entró a la casa, para contarle a Nayuta su plan para dejar Tokio. No la encontró durmiendo, gritó su nombre. Subió al techo de la casa. La encontró ahí, en la azotea mirando el horizonte. Se giró hacia él y antes de que pronunciara palabra alguna, Denji le propinó un golpe con los dedos en la frente. "A partir de ahora tendremos nuevas reglas, si te llamo, vas a responder inmediatamente". Nayuta solo afirmó con la cabeza. Denji estuvo complacido. Comenzó a hablar sobre su idea de salir de Tokio manejando un auto, admitió que nunca había conducido uno, pero que vio un programa en televisión donde enseñaron qué era lo necesario para encender y manejar uno. Nayuta escuchaba atenta las explicaciones de Denji, para finalmente decirle que no sería necesario, que ya estaban a tres kilómetros del área limitrofe de Tokio.

Sangre en el cielo Denji Donde viven las historias. Descúbrelo ahora