Capítulo 3: El desprecio de una hermana

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—Escucha, el príncipe solo decidió llevarte al palacio porque se siente en deuda contigo—me aseguraba Isabella con sus brazos cruzados mientras ambas nos encontramos en el interior del carruaje—. Pero ni pienses que tu vida va a mejorar solo porque ahora vivirás en el palacio. Hasta que fallezcas, tú seguirás siendo una esclava.

—Sí, señorita—asentí más preocupada por continuar bordando las orillas del velo que usaría para su boda que por sus comentarios.

—En cuanto me convierta en la princesa de Magnolia, yo misma me encargaré de buscarte un marido —su afirmación provocó que me pinchara el dedo con la aguja, el acto hizo enfurecer a Isabella—¡Ten cuidado! ¡Vas a manchar mi velo!

—Discúlpeme, seré cuidadosa—le aseguré retomando mi labor.

Una vida que un par de días atrás había elegido hacer desaparecer, ahora me aterraba perder. Cosa que seguramente pasaría cuando mi futuro esposo descubriera que ya no era virgen.

Entendí que, si quería continuar viviendo, tenía que idear un plan. Uno que me permitiese escapar de la rígida mano de Isabella.

Me pregunté si acaso el príncipe aceptaría darme unas monedas de oro o enviarme a un convento para salvarme. Después de todo, era él quien había tomado mi virginidad y con ella mi oportunidad de casarme.

Pero nunca me atrevería a pedirle nada.

Sin embargo, la duda me perseguía como un espíritu maldito. ¿Por qué él había elegido hacerme eso si a quien quería era a mi hermana?

Arruinar a una chica solo por diversión. Sin duda era correctamente llamado: "el cruel".

El cochero nos anunció entonces que habíamos llegado a lo que ambas bajamos del carruaje inspeccionando el ambiente.

Era una lujosa mansión ubicada en lo alto de las montañas con infinitos jardines de flores, fuentes hechas de mármol, verdes tierras y tantos árboles que bien podría llamarse un bosque propio.

Mi corazón se llenó de júbilo a la vez que mis pulmones del aire limpio del campo. Era un aire tan puro que casi limpiaba años de hollín acumulado en ellos.

Olía a yerba y a lo lejos se podía oír un arroyo entre el canto de las aves. Mi deseo más profundo en ese momento fue quitarme los zapatos, correr descalza para sentir esas suaves y olorosas yerbas bajo mis pies y encontrar ese arroyo para purificarme en sus aguas.

—¿Y el palacio? —pregunto una indignada Isabella.

—El príncipe no vive en el palacio—anuncio el cochero—. Él prefiere vivir aquí, entre su ejército. Sin embargo, cada mes visita a su madre y a su hermano en él.

—¿Y el personal de la casa? ¿No debería haber salido a recibirme?

—Se encuentran dentro de la casa. Los caballos no pueden subir la colina, por lo que, debemos caminar a partir de aquí.

—¿Caminar? —repitió en un desaire—No puedo caminar hasta allá. El sol le hace mucho daño a mi piel y mis pies son demasiado delicados para soportar tal esfuerzo. ¿No nota acaso que soy una joven de alta cuna?

—¿Qué sugiere?

—María—me llamó Isabella interrumpiéndome mientras yo contemplaba una mariposa amarilla—, cárgame hasta la casa.

—Como ordené—asentí agachando la cabeza.

—Tenemos hombres fuertes que pueden desempeñar esa labor—anuncio el cochero.

Único rey: De esclava de mi hermana a amante de su esposo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora