32: Día de playa

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»Dios nos ama tanto, que desde el cielo nos envió un Salvador, como si fuera el sol de un nuevo día.  »Él salvará a los que viven en peligro de muerte. »Será como una luz que alumbra en la oscuridad, y guiará nuestros pasos por el camino de la paz.»
Lucas 1:78‭-‬79 TLA



Capitulo 32


El sol brillaba precioso en el cielo. El reloj marcaba las ochos de la mañana, las aves cantaban sus melodías matutinas, un viento agradable la abrazaba, ella respiro y se sintió viva.

Estuvo un rato reflexionando mientras veía a través de la ventana, hasta que finalmente decidio bajar a la cocina. Ella también cantaba, en un susurro decía;

Una mirada de fe
Una mirada de fe
Es la que puede salvar al pecador
Y si tú miras a Cristo Jesús
Él te perdonará
Porque una mirada de fe
Es la que puede salvar al pecador

Margarita y Roberto estaban sentados en el comedor en silencio, él desayunando y ella tomándose su segunda taza de café. Ly se había sentado en el mismo mutismo, y casi se atraganto con el pedazo el cereal cuando su padre rompió el silencio para felicitarla.

Lo miro casi espantada, hasta que entendió que había descubierto uno de sus exámenes de matemáticas que había olvidado en la mesa. Le felicito a su árida manera, y ella no supo ni como reaccionar. Su madre en cambio le pregunto por la obra escolar, de repente la había recordado y le cayó como un balde de agua averiguar que ya hace dos meses Amberly no asistía a los ensayos. No podía comprender porque lo había dejado y Ly no hizo mucho esfuerzo en explicárselo.

—¡Aún así todavía tenemos que asistir a la obra! –Exclamo. Amberly no tenía ganas de desairarla.

Pero no habían muchas probabilidades de que asistiera. No sé sentía bienvenida.

Un momento más tarde su padre recibio un mensaje y le aviso que alguien estaba haciendo un pedido. Ella contuvo un bufido, esa sería su segunda entrega. El trabajo no era nada extraordinario, e incluso le daba motivos para pasear en su bici –cosa que siempre le había gustado–, así que intento quedarse con lo bueno y no amargar su mañana, pues no estaba de un humor propenso a la amargura. Al contrario, era propensa a la paz.

A las diez y tanto de la mañana busco su bici y bajo a la tiendita para recoger la entrega, pensando que con su infima comisión se llevaría un paquete de manies. Claro, su padre le daba algo por hacer eso, si no su madre enloquecería, aunque de por sí ella ya estaba enojada, pues no le parecía un trabajo indicado para una adolescente de diesiseis años.

Las cosas entre sus padres no habían mejorado.

En el camino, en la amenidad de una mañana cotidiana en un vecindario suburbano, pensó con entusiasmo que esa tarde llamaría a su hermano y le hablaría de la importante decisión que había tomado. Le era difícil imaginar la reacción de Julio con todo lo impredecible que él podía ser, sin embargo ya lo había pensado mucho... Y no sé echaría para atrás, ni siquiera si Julio no estaba de acuerdo.

Si sentía que quería reír mientras pedaleaba por la calle, era porque Él le había hecho vivir de nuevo. Las circunstancias de su vida no habían cambiado, pero ella sí. Algo había cambiado, sin saber que ni como, y todo era gracias a Cristo Jesús. No era la misma... Su corazón ahora le pertencía a Él, simplemente ya no podía deshacer eso. Él había marcado un A.C y un D.C en su vida.

Llegó pronto a su primer destino y decidió mostrar una expresión amable a la mujer que recibió la compra. Era una señora de unos cincuenta, rolliza y con un peinado particular que le hizo gracia. Parecía dispuesta a extenderse a hablar y retuvo a la muchacha un poco más de lo que le hubiera gustado. Ly evito ser grosera, he incluso le siguió la conversación. Una vez recibido el pago se retiró.

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