La niña de mis ojos sonríe bonita frente a la plenilunica noche de mis alegrías, de mis desvelos; la niña de mis anhelos sabe que la sueño como una esperanza final y única, deseo último de un feliz infeliz que en su mundo no tuvo más gracia que la de su pelo que ondeaba con la brisa; mi niña, mi niña hermosa sonríe, y yo la amo.
Es la niña de mis ojos como la hoja blanca en que con esmero una vez, cuando ya no supe si vivía o moría escribí mi intención para lo postrero, es, atavio y luz de un lucero, vida en la vida de un universo entero; sombra al cobijo de un árbol que para el fatigado viajero fuese más que placentero, dulce, grato, pero falaz. Es como la brisa que corre y corre pero al final no lleva prisa, y yo, en mi suspirar corro tras ella aunque ni me huye ni me espera; la quiero, la necesito e imploro aun sin querer, sin saber para qué o cómo se me hizo menester.
La niña de mis ojos es hermosa cuando sonríe, timida cuando calla, ella vive en un abismo de fantasía, que, canalla, nos aleja y acerca porque nuestro amor no permite lejanía; sin embargo, es la realidad, la fría y maldita realidad quién nos engaña, pues la veo como en mi soñar se baña y enbellece, y me bebe completo en un sorbo de su divina esencia etérea, oh alma triste, oh alma alegre, ¿por qué si mis pies están tan ligados a tierra insistes en existir en esa vana querella aérea? ¿Por qué te haces ajena y a veces mía? ¿Me amas, me odias, o no soy para ti más que frases cubiertas de falsía?
La niña de mis ojos es un misterio insondable que llena mis horas, con sus segundos y milésimas, con sus intantes de calma callada y sus ratos de ira no premeditada; mi niña es lo que más amo, fulgor y magia fugaz; guerra en tiempos de paz, paz cuando ya no hay más que guerras; mi niña es sin más, lo que pude pedir a un dios del que no tengo más certeza que las manos de ella, pues si ella no es hija de un dios, sólo puede ser un sueño, y si la sueño, no es real, y si no es real, ¿qué sentido tiene soñar?
