El inicio de lo inevitable

59 1 0
                                    


Me despierto como caba día a las 8 de la mañana, pero, de repente, lo recuerdo.

Es hoy, hoy se lleva a cabo el centésimo quincuagésimo aniversario de La Selección.

Tengo 18 años, y, por tanto, este es el primer año en el que mi nombre va a entrar en la urna.

Intento calmarme, cesar mi gran dolor de cabeza pensando que, en Kalel hay miles de personas, es prácticamente imposible que salga yo.

Intento distraerme, me levanto de la cama y, me miro al espejo aunque no durante mucho tiempo, nunca me ha gustado mi imagen, soy de una zona pobre de Kelel, mi familia es zapatera y, aunque me gustaría, no tenemos demasiada comida.

Soy una chica delgada y alta, lo que me ha creado muchos complejos a lo largo de mi adolescencia. Muchas noches me llegan a la mente recuerdos de todos los días en la escuela, de mis recreos en el baño escondiéndome de la gente, de mi vergüenza a que otra gente viera mi cuerpo. No puedo evitar que una lágrima recorra mi pálido rostro.

Intento evitar el reflejo del espejo y me voy a dar una ducha.

Los chorros de agua caliente caen sobre mi cuerpo, me enjabono mi lacio pelo castaño con una pastilla hecha por grasa de cerdo que pudimos comprar la semana pasada en el mercado del pueblo, siento cada gota de agua caliente chocar contra mi piel y, por un momento, siento paz.

Siento la misma paz que cuando iba cada martes del invierno a patinar sobre hielo con mi madre, bueno, así lo llamaba ella, aunque en realidad íbamos a la piscina congelada del colegio y utilizábamos unos patines normales de la escuela de hockey.

Patinábamos de la mano, riéndonos de cada persona y animal que veíamos, abrazándonos, y, a pesar de lo difícil que es en Kelel, viviendo la vida y siendo felices.

Me paro a pensar esos momentos felices y llenos del calor y del amor de una madre, las mañanas de domingo en las que me despertaba con tortitas para desayunar por las cuales había renunciado a una semana de suelo, las tardes recogiendo patatas en el huerto, ojalá ella siguiera aquí, conmigo, ojalá me siguiera cuidando, todo sería más fácil.

Cada año que pasa, tus papeletas en la urna se duplican, por tanto, mi padre, de 50 años, este año tiene 64 papeletas en la urna.

Siento miedo, por mí pero, sobre todo, por él.

No podría soportar una vida sin él, suponiendo que fuera elegido y, que no sobreviviera a la selección.

Mi padre no ha vuelto a ser el mismo desde la pérdida de mi madre, ahora es frío, distante, y ha eliminado cada cosa que le recuerda a mi madre.

Quizás es su manera de que el dolor cese, pero, no me gusta no recordar a mi madre como es debido, ni siquiera hicimos funeral.

Han pasado ya 4 años, pero, tanto mi padre como yo, seguimos tan cabizbajos como el primer día.

No entiendo qué es lo que me hace tener miedo a La Selección.

Realmente nadie sabe exactamente lo que es pero, hay gente que vive tras ella.

Los supervivientes pasan unas semanas de pruebas en lo que llamamos La Cabaña, y, tras eso, ocupan cargos importantes para el gobierno.

Nadie sabe que criterios sigue el gobierno durante las 3 semanas de selección, pero, nadie de mi familia ha conseguido vivir tras ella.

El primero fue mi abuelo, un apasionado de la filosofía, amante de la vida, lo veía todo de colores.

Fue mi mayor apoyo durante mi niñez, hasta que yo cumplí los 7 años.

Orden en caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora