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No se había atrevido. No había tenido el valor de sacar el tema a la luz. Los nervios le ganaron y se sintió iluso como un niño con algo que nunca iba a pasar. Tuvo miedo que el otro le dijera que ni siquiera había pensado en aquel día.

Era su aniversario de seis meses, de entre todas las fechas existentes esa en específico era la que más significado tenía para él. Seis meses. Lo veía con asombro sin creerlo, y le sorprendía, sinceramente después de todo lo que habían vivido. Se habían intentando asesinar, se peleaban a cada rato y apenas soportaban la previéndose del otro. ¿Cómo habían evolucionado a eso? A qué cada día quisiera pasar a su lado y hablar por horas enteras. Con Akutagawa había descubierto que podía hablar y hablar sin sentido, divagar en imaginaciones difusas y jamás sentirse juzgado, es más, sentir que el otro le seguía el hilo de la conversación, que lo comprendía. Habían pasado seis meses desde que el mafioso se le declaró y a partir de eso él fue capaz de ponerle nombre a su sentimiento.

¿Cómo había pasado? Sentía que debía ir desde el inicio de toda su historia para comprenderlo. Para seguir cada pequeño paso y notar en qué momento sus pasos se separaron de los del odio. Tal vez, lo sospecho poco después de que le salvara la vida, lo sintió en el pecho al ver el mar obscuro y el cielo en tonos violetas. Lo sintió real, ese dolor que se le extendía en el pecho y sentía haber perdido una parte de sí mismo. Fue desgarrador, como si tiraran de uno de sus brazos y se lo arrancaran, pero sin la posibilidad de la regeneración del tigre. Su alma sufrió una metamorfosis y se sintió incompleto. Fue ahí la primera vez que sintió los inicios de un amor casi surreal. Akutagawa no debía morir, y sin embargo prefirió arriesgarse para salvarlo. Y el amor se manifestó una sensación sin sentido que lo dejó devastado. Inmóvil y pensativo, sin saber si sentirse arrepentido o agradecido o simplemente maldito, un infeliz.

Fue poco después que se enteró de su verdadero destino y algo en su pecho se liberó. Iba a salvarlo, quería hacerlo, le tocaba sacrificarse o lo que fuera. Traería a Akutagawa devuelta y no le volvería a permitir que se fuera. Tal vez fue gracias a esa promesa que se hizo que le oído su número en la primera oportunidad que tuvo. Lo recuerda vívidamente: sus ojos grises y fríos mirándolo fijamente, apacibles pero inertes, fijos en su pupila, sus labios entreabiertos tal vez por la sorpresa y luego un largo parpadeo, un cerrar de ojos que evocó una sombra prominente en sus pómulos debido a sus pestañas largas y negras.

-No repito.

Sí, había tenido la osadía de preguntarle el número, pero jamás espero que la respuesta fuera afirmativa. Que le dijera que si tan rápido. Y después, todo fluyó solo, como si finalmente los planetas se alinearan en la forma correcta. Fue él quien lo invitó a la primera cita, una reunión bajo un concepto algo estúpido, quería agradecerle, y pensó que invitándolo a salir el asunto podría quedar zanjado, pensó qué tal vez así dejaría de sentir a su corazón latir despertado cada vez que lo veía.

Akutagawa levantó una ceja, solo fue un movimiento sencillo y se supo perdido en algo que no conocía.

-¿Tienes dinero para poder invitarme?

La pregunta en sí no le molesto, no era dicha con afán de ofender y lo entendió de inmediato. Se lo preguntaba porque realmente le interesaba saber. Él asintió y todo salió de maravilla.

Aquella primera cita había sido el parte aguas de un sin número más. Pequeñas salidas donde su corazón se llenaba de un líquido maleable y cálido, donde se sentía capaz de cualquier cosa. Akutagawa le hacía sentir seguro, le hacía sentir que podía expresarse y que sus palabras jamás toparían un punto en el cual el otro se sintiera incómodo.

Así fue el inicio de un amor que no supo qué nombre concederle. No supo cómo debía nombrar eso que le invadía por el cuerpo y llenaba su células de felicidad. No lo supo ni siquiera cuando salieron un día a la playa y con el viento batiendo sus cabellos bicolor y el mar iluminando sus ojos ojos grises de una manera particular, como oro derretido, todo él pidió una pausa, le pidió que le tomara de la mano y le apretara esos mechones rebeldes que rasgaban su rostro pálido. No tuvo nombre, pero se sentí bien. Se sentía real.

Scarf and moonlight Donde viven las historias. Descúbrelo ahora