Era algo confuso.
— “¿Desde cuándo te ocurre eso?” —
— “Desde siempre.” —
...
— “Creo.” —
Ni siquiera él lo sabía. Técnicamente había sido de esta forma desde que tiene memoria, pero eso lo hacía más complicado.
El recuerdo más viejo que tenía es de la primera vez que atacó a alguien mientras estaba fuera de sí mismo. La primera vez que despertó con la sangre de alguien más en sus manos.
Lo que ocurrió antes de eso era un enigma. Ni siquiera tenía recuerdos de lo que fue su vida, su infancia, antes de ese día.
Y aunque lo odie, ya se acostumbró. Inconscientemente creó una rutina para estas ocasiones, preparándose con días de anticipación para prevenir cualquier accidente. Fue algo gradual. Primero fue el bozal, luego la jaula y las esposas. Se volvió complicado, pero necesario de todos modos. Debía abandonar la idea de luchar consigo mismo, era inútil, pues ni siquiera era él quién estaba en su cuerpo al momento de estos episodios. Alguien, algo, lo empujaba hasta el fondo de su propia mente, descartado como un pensamiento abandonado en segundo plano. Se sentía en estado latente mientras el monstruo utilizaba su cuerpo como un arma de carnicería.
— “Disparame.” —
— “¿Qué?” —
— “Si logro escapar. Quiero que dispares, no lo pienses dos veces. Bah, ni siquiera una sola vez, simplemente hazlo.” —
— “No voy a hacer eso.” —
— “Debes hacerlo. Es la única forma de mantenerlos a salvo. Soy un peligro.” —
Todos siempre intentaban animarlo con palabras gentiles minimizando el peligro que él significaba, quizás no lograban entenderlo porque nunca habían vivido uno de aquellos episodios junto a él; y él deseaba con toda su alma que se quedara de esa forma.
— “Es en serio.” —
Se fijó en la forma en que su entrecejo se frunció frustrado ante su obstinación, seguido de un suspiro rendido y cansado.
— “Está bien.” —
Aunque le doliera ver como los demás arrugaban el rostro con disgusto cada vez que confesaba su pequeño problema, prefería soportar esas miradas juzgadoras antes que ver los ojos de los demás apagarse bajo sus garras.
— “Gracias.” —
Una cosa menos de la que preocuparse.
Se dirigió a su vagón, asegurándose de cerrar las puertas con todos los candados y cadenas que pudo encontrar.
Una vez adentro, encerrado y solo, comenzó a desvestirse. Dejó su traje doblado y guardado en uno de los pocos muebles que poseía. Se sentó de piernas cruzadas en el piso, al centro del vagón, y cerró los ojos.
Meditó por exactamente una hora y seis minutos.
Se levantó y fue a buscar sus cosas.
Sostuvo el bozal en sus manos, mirándolo casi con pena por un rato y luego se lo colocó. El clic de los seguros cerrándose en su nuca eran ensordecedores, como un revólver disparando justo al lado de su oreja. De mal genio, terminó de acomodar el bozal para que no lograra salirse de ninguna forma y comenzó a encadenarse al piso.
En el centro del vagón había una pequeña pieza de metal que salía del suelo, como la oreja de una taza, a la cual enganchaba las miles de cadenas que necesitaba para contener a su propio cuerpo.
Una cadena conectaba el bozal directamente al piso, las demás restringían el movimiento de sus extremidades de la misma forma, impidiendole poder siquiera acercarse a la salida.
Así pasaba días, pegado al suelo, sin comida, sin luz, sin compañía; esperando que el monstruo emergiera y tomara el control sobre su cuerpo.
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the evil within
General Fictionnose escribi esto pq me iba a explotar la cabeza si no lo hacia jjjjj mi sona en ese au de un circo uhmm yea...... soy normal