Capitulo 6| Al asecho

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El tiempo pasó volando como si no fuera nada y cuando recupere la noción del tiempo habían pasado tres semanas. Phil había estado yendo y viniendo, las cosas entre nosotros eran como una cuerda delgada, tensándose cada vez más, amenazando con romperse. Ambos hacíamos el esfuerzo de aguantar estar en la misma habitación al menos unos momentos pero la mayoría de las veces siempre terminábamos en un ambiente de miradas fulminantes y disculpas innecesarias.
Pase mi mano por la esquina de la hoja del libro que tenía sobre mi regazo, con la otra tome la taza de té de menta humeante que tenía sobre la mesa de noche y le di un sorbo, el líquido dorado me calentó la garganta y solté un suspiro en satisfacción, entornando la mirada por la ventana de mi habitación. Los árboles nevados me daban la sensación de ver un horizonte infinito que cubría kilómetros y kilómetros de largo.
Volví mi vista al libro, deje la taza deliberadamente en su lugar inicial y retomé la lectura.

«Busca donde no ves, encuentra lo que buscas antes del amanecer. Ve más haya de lo que encuentras, no pares hasta encontrar lo que asecha. Cuidado con la muerte, si no eres rapido te atrapará, mira detrás de ti, ve más haya, más haya de la oscuridad perpetua.»

Suspire, volví a mirar a la ventana, el libro que estaba leyendo era una filosofía oscura de hace años, muchos años, me tomaría un tiempo comprender complemente el manuscrito tan ambiguo...
Me perdí en el bosque, más haya, más haya... en la oscuridad que asecha. Resoplé y cerré el libro en un movimiento suave para no doblar las débiles hojas amarillentas que por el tiempo se fueron haciendo frágiles hasta casi el más mínimo movimiento pudiera romperlas. Me puse de pie, tome la bufanda a cuadros de color café y beige —regalo de Phil como disculpa—, mi abrigo acolchonado y mis guantes, deslizando a los bolsillos, abrigándolos del frío que ni el fuego podía evitar que entrara. Baje las escaleras, la casa estaba en un silencio solitario, casi gris, no era muy diferente al silencio que se asentaba en la prisión. Menee la cabeza, abrí la puerta, ignorando el rechinido molesto que Phil dijo que arreglaría —cosa que no hizo—, la brisa gélida me golpeó la cara como un latigazo en seco, suspire y pude ver la nube húmeda de mi aliento anillándose ante mi por las bajas temperaturas. Mire hacia un lado, nada más que nieve, hacia el otro, igual.

Camine hacia adelante, abandonando el pórtico y la calidez de la cabaña y me dirigí al establo que se encontraba a unos metros, en el camino tomé la cubeta de alfalfa que Phil nuevamente había dejado apropósito en una biga de madera en los límites de las cercas de la casa. Aún podía recordar sus palabras: «Alimenta a los caballos. Son de muy buena compañía si lo piensas bien.» Bufé por lo bajo, llegue balanceándome de un lado al otro, las rodillas me temblaban y podía sentir mis mejillas y nariz congelándose. Volví mis ojos hacia el único compartimentó en el cual se asomaba una yegua curiosa, de melena blanca como la nieve que cobijaba todo el bosque, me acerque con cuidado y vacíe el interior de la cubeta en su comedero, ella comió gustosa, relinchando y moviendo su cabeza como si estuviera diciendo: «Gracias, me estaba muriendo de hambre.» Me recargue en la pared de madera del establo y sople mi aliento en las palmas de los guantes.

Alce mi mirada para ver de nuevo a la yegua que ya había terminado de devorar el alfalfa y ahora solo se me quedaba viendo fijamente. Tuvimos esa conversación silenciosa, aquella sensación de anticipación me erizo el vello de los brazos. Me acerque a pasos lentos y cuidadosos antes de ponerle una mano en el centro de su cabeza.

—Philza es un cursi empedernido... —murmuré y junté nuestras frentes. Me estremecí al sentir como una parte de mi se deslizaba en su mente vulnerable, afianzando ese vinculo invisible entre nosotros dos, entre nuestros seres, esa intimidad que me hacía sentir la lealtad que este animal... mi compañero, me juraba en ese momento.

Los susurros confusos se aclararon, rondaron por mi mente como una corriente de agua limpia que fluye libremente sobre la montaña. «Vamos» «Cabalguemos juntos» «Estamos juntos ahora». La voz que los siseaba era una voz dulce, femenina y casi tan feliz que podía jurar que había esperado mucho tiempo para eso.

Helpless but dangerousDonde viven las historias. Descúbrelo ahora