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PÉSIMA JUZGANDO A MONSTRUOS
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Lucy fué al río a bañarse —sintiendo una satisfacción casi absurda al enjabonarse el pelo, y más incluso al permanecer sin hacer nada los quince minutos que tardó en secársele extendido sobre una roca caliente— y cuando regresó a la fortaleza, el seguro había desaparecido de su puerta.

– ¿Dónde está? – clamó dirigiéndose a Brandish.

– ¿Cómo voy a saberlo? Estaba contigo.

Sí, había estado con ella, aunque Lucy no hubiera querido su compañía. No resultaba seguro que fuera sola, había dicho Zeref, ni siquiera hasta el bajío del río que nacía en las montañas y descendía por la colina junto a la kasbah, totalmente visible desde la torre del centinela —con unas enormes rocas que Lucy valoraba enormemente porque ocultaban su desnudez de ojos ansiosos—. Las quimeras se sentían tan intrigadas por su aspecto humano como Acuario y Virgo se habían mostrado siempre, aunque con menos amabilidad.

– Qué ser más raro y monótono eres – había comentado Brandish ese mismo día al mirar de arriba abajo el cuerpo de Lucy sin cola, sin zarpas, sin pezuñas y sin nada.

– Gracias – había respondido Lucy, sumergiéndose en el río – Me enorgullece.

Había sentido el efímero impulso de dejarse arrastrar por la corriente bajo el agua, simplemente a cierta distancia río abajo, dónde pudiera librarse de la loba durante, eh, ¿media hora? Brandish había sido una presencia casi constante en los últimos días; su ayudante, además de acompañante, supervisora y sombra.

– ¿Qué harás cuando tenga que salir por dientes? – le había preguntado Lucy a Zeref esa mañana – ¿Enviarla conmigo?

– ¿A Brandish? No, a ella no – había respondido de tal manera que Lucy comprendió instantáneamente su propósito.

– ¿Cómo, ? ¿Vas a venir conmigo?

– Admito que tengo curiosidad por ver este mundo. Tiene que haber algo más aparte de este desierto. Tú puedes enseñarmelo.

Lo decía en serio. A Lucy se le encogió el estómago. Lo de Brandish había sido una broma de mal gusto, ¿pero, él

– No podrías. No eres humano, te verían. Y no puedes volar.

Y eres repugnante, y no quiero tu compañía.

– Ya se nos ocurrirá algo.

Claro, había pensado Lucy, imaginando a Zeref en la Cocina Envenenada con sus patas de lobo apoyadas sobre un ataúd y metiéndose cucharadas de goulash en su cruel y sensual boca. Se preguntó si su belleza derretiría a Levy como la de Natsu, e inmediatamente pensó: No. Levy desconfiaría al instante.

Pero había un asunto. Que Levy no había desconfiado de Natsu. Y ella tampoco. Aparentemente, Lucy era pésima juzgando a monstruos, lo que resultaba más triste teniendo en cuenta su actual situación.

– ¿Quien lo quitó? – preguntó Lucy. Los latidos de su corazón surgían desacompasados, en breves ráfagas entrecortadas.

– ¿De qué te quejas? Es solo un pedazo de metal.

– Es solo mi seguridad.

Días d Sangre y Resplandor #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora