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Ryunosuke

Lo primero que aprendes en la calle, cuando estás solo, cuando no tienes nada en los bolsillos, cuando no tienes un trozo de pan que llevarte a la boca, cuando eres un mocoso debilucho con los brazos tan delgados como un hueso de perro, rodeado de miles de personas mucho más fuertes que tú, capaces de hacer cualquier cosa por conseguir un lugar donde pasar la noche, algo de sexo de la manera más sencilla, un cartón de tabaco o una jeringa afilada repleta de droga… es aprender a ser listo. Tienes que saber cuando dar la espalda, cuando escupir a la cara, cuando gritar, cuando pelear y cuando huir. Tienes que aprender a renunciar a aquellas cosas que te interesan, que deseas. Y lo primero a lo que renuncias es a la confianza. A tu buena voluntad. A tu simpatía. Al bien que todo ser humano dice tener…

Lo segundo que aprendes en la calle es que el hombre, el ser humano… es un hipócrita y un cínico. Que los derechos humanos, las libertades individuales y la igualdad, no existen. Que son una mentira del hombre hipócrita que todo el mundo lleva dentro para aparentar ser bueno, para beneficiarse de las personas que lo rodean. Todo el mundo es hipócrita, unos más y otros menos. Y esa es la única diferencia entre un hombre y otro. Su grado de hipocresía…

Lo tercero que aprendes en la calle es que ser “bueno” no lleva a ninguna parte mientras que, ser “malo“, puede hacerte dar la vuelta al mundo.

Y esas tres lecciones pueden reducirse en una sola norma. Simple y clara: Si eres lo bastante listo como para no cometer estupideces, no las cometas.

Pero… desde la comodidad de una cama de sábanas azules, como el cielo iluminado por el sol, con la cabeza sobre una almohada de plumas, suaves, con el olor que desprende un campo de jazmines a primera hora de la mañana, bajo un techo sin goteras, de un verde claro impecable, a una temperatura cálida y agradable… desde ahí, las cosas se ven de diferente manera. Y las lecciones cambian. Se vuelven más flexibles y a consecuencia de ello, las personas se vuelven más blandas y débiles, se tranquilizan, bajan la guardia, y cualquier estupidez se les hace un mundo y se les atasca en la garganta. Las personas se vuelven débiles e ingenuas o, quizás, por tanta hipocresía y superficialidad, acaben convirtiéndose en auténticos villanos.

Pero… por supuesto, desde la comodidad de una cama de sábanas azules las cosas se ven de otra manera y, sobretodo, si a tu lado descansa un chico puro, ingenuo, ajeno a toda la hipocresía del mundo. Un chico que juega con un petardo, de los que se encienden y chisporrotean emitiendo una luz cegadora y, no sabe que en cualquier momento, el petardo puede escurrirse de sus manos y quemarle la cara.

Un chico que se mantiene puro y brillante entre tanta oscuridad.

Mirarlo dormir tranquilamente, con la cara resplandeciente y los ojos cerrados, los labios curvados, sonriendo como si estuviera soñando con juegos mecánicos. El pelo del que tanto presume, coqueto, revuelto y extendido por toda la almohada.

Sus manos me tocan el cuerpo, apoyadas en mi pecho, escuchando los latidos de un órgano mutilado, que aletea, vivo. Y yo, observándolo dormir, su pecho subir y bajar, tan tranquilo, incapaz de pestañear.

Estoy fascinado, aunque no quiera reconocerlo.

Por un momento, creo en el Dios que nunca ha hecho nada por mí, que me abandonó a mi suerte en un callejón oscuro. Creo en los ángeles, creo que tengo uno al lado, con las alas arrancadas. Por un momento creo en amor, el que para mí siempre había estado agotado, recordando como esa misma noche, él me había dicho “te quiero, te amo, estoy enamorado de ti. Quiero estar contigo. Quédate.” Y creo que quizás, podría hacerlo. Quizás podría quedarme para verlo dormir todas las noches a mi lado.

Mío para abandonar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora