Una especie de milagro

111 13 29
                                    

Capítulo 11

San Francisco, California 16 de Febrero de 1919

Querida Annie:

Hace mucho tiempo que no se de ustedes, seguramente sus cartas se han extraviado, y es que estamos tan alejados, que es de esperarse. Al parecer, permaneceremos unos meses más por aquí, ya que Christopher aún tiene que ponerse al día con el banco del que es dueño, y en aquellos negocios en los cuales es inversionista.

Los extraño tanto, que no quiero imaginar lo que será de mi cuando partamos a Oregón y Washington, y sus cartas así como las mías, se extravíen en el camino, solo espero que mi estadía en aquellos lugares pase rápido, pues realmente quisiera estar con ustedes.

Esperando tu pronta respuesta.

Candice Jefferson-Andrey

p.d: si, ya sé que te extrañará el que haya puesto el Andrey, pero Christopher ha insistido en que nuestros apellidos deben de ir unidos, ya que, la tía abuela se mostró ofendida al ver que no firmaba con el apellido andrey unido al Jefferson.

*
*
*
*

-Anda Dorothy, solo daremos un pequeño recorrido-insistía la rubia a su amiga, una vez que depositó la misiva con destino a chicago-te prometo que no tardaremos.

-Pero Candy, aún la epidemia de influenza no está del todo controlada, ¿y si de casualidad hay algún niño enfermo?

-Hay Dorothy, si escuchaste lo que dijo la hermana Elizabeth la semana pasada, que hasta el momento ninguno de los niños de los que se encargan ha enfermado, han tenido mucho cuidado en ello.

Candy había llegado a san Francisco a mediados del mes de Enero, con pocas cosas que hacer en su hogar y con su marido fuera gran parte del día, Candy en compañía de Dorothy, poco a poco se fue aventurando en la ciudad que sería por tiempo indefinido su hogar, así fue que un día encontró un orfanato a cargo de unas bondadosas monjas, las cuales, vendían alimentos preparados por ellas para poder sustentar el hogar ya que las ayudas recibidas no les eran suficientes, dado que debido a la epidemia, el número de huérfanos se incrementaba.

Conmovida por ello, Candy acudía en secreto a aquel lugar llevando víveres y ayudando a cuidar a los más pequeños que ahí se encontraban.

-Muy bien Candy, pero solo por un par de horas, no más-la retó Dorothy, mientras Candy corría como una chiquilla en dirección a aquel orfanato.

Y como de costumbre al primer lugar al que Candy se dirigía después de saludar a las hermanas que ahí laboraban, era a los cuneros. Dorothy miraba la fascinación con la cual su amiga mimaba a cada uno de los bebes que ahí se encontraban.

-Serás una excelente madre Candy-dijo Dorothy-disculpa por la intromisión, pero ¿no crees que es momento de que tengas un hijo?

Ciertamente, a Dorothy le resultaba bastante extraño que Candy y su esposo no compartieran el lecho, pues podía ver que ambos se llevaban bastante bien, a diferencia de los muchos matrimonios que Dorothy conocía o había oído hablar.

-No creo estar aún lista para tener un hijo, Dorothy-respondía con una media sonrisa Candy. La realidad era que, de unos meses a la fecha, cada noche, en la soledad y tranquilidad que su habitación le brindaba Candy se preguntaba que se sentiría ser madre; pero por el momento, se sentía feliz de tener entre sus brazos aunque fuera por unas cuantas horas, a aquellos pequeñines que llenaban de alegría su corazón.

-Pero seguramente es lo que todo mundo espera, un heredero de las fortunas más grandes de los Estados Unidos-escuchó Candy a su espalda, aquella voz, provocó que un escalofrío recorriera su espalda-señora Jefferson, es una alegría verla de nueva cuenta.

Falsas impresiones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora