II. 17. Y todo por un maletín

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No es lo mismo una bala perdida que una bala sin rumbo. Una bala sin rumbo puede encontrar su dirección a medida que avanza, como cualquier persona. Empieza sin rumbo, da tumbos por aquí y por allá, y al final encuentra su perdido. Alguien perdido, en cambio, se perdió. Es como un golpe de Estado...

–Está delirando –escucho que dicen.

–No, no. Es como un golpe de Estado –digo yo.

Por lo visto, hace un ratito que vengo diciendo cosas como esa.

–No tiene importancia ahora. Vas a estar bien.

Estoy en la misma habitación donde hace unos minutos me llevó Petra a cambiarme. No entiendo cómo llegué hasta ahí. Tengo un dolor insoportable cerca del ombligo. Lo siento como si tuviera todavía metida una largo alambre de acero candente. Pero cuando estiro la mano encuentro una venda. Levanto la remera y miro la venda. No veo sangre. Levanto la cara y miro quién está en la habitación.

Recién ahí me doy cuenta de que son tres personas. La misma de anoche, pero no tengo la sensación de que la historia se repita: Max, Petra, Wanda. No se repite porque yo no soy el mismo pero sobre todo ellos son distintos. Petra me vendió a mi propietario. Wanda estuvo de acuerdo. Max, en cambio. ¿Max, en cambio?

Max me llevó a esta habitación, es verdad, pero tal vez formó parte del negociado original y él también me vendió.

Aparte de las personas hay un maletín contra la pared. Es el que me dio Kubrick antes de que nos separaran. Pienso que no puede ser y que por el momento ni siquiera me importa. Por el momento me importa sobrevivir, lo demás es secundario.

Seguimos escuchando disparos.

–¿Y cómo sabe Antay que se viene un golpe de Estado? –pregunta Petra, mirándome con desconfianza–. Tiene que ser una espía, la está mandando alguien.

–No dijo que fuera un golpe de Estado –explica Wanda–. Dice que le pareció, por la cantidad de estruendo que hubo.

–Para mí este hombre sabe más de lo que dice –sigue Petra, señalándome con el dedo.

–No es un hombre –dice Max.

–Bueno, este nene.

Me parece una charla semejante a la que tuve ayer con Sierra, cuando iba en bicicleta a la escuela. Ayer. De nuevo me parece imposible que entren tantas semanas en un día.

–Digo que no es de género masculino –dice Max.

–Ya tuvimos esta charla. Ahora no importa. Si Antay sabía que los poderes de la Franja estaban planeando autonomizarse de la Federación, y que por eso Pympp no podía maltratar al Caddy, mucho menos matarlo, porque el Caddy era en este complot mucho más importante que el Caddy medio imbécil que conocíamos de sus idas y vueltas en la confitería, si Antay sabía todo eso entonces es un agente que nos plantaron, y tenemos que averiguar para qué nos lo plantaron.

–¿Yo un agente? –digo, sin entender bien–. ¿Dice que me plantaron, como si fuera un árbol?

–Escuchen –dice Wanda–. Enseguida nos van a venir a buscar. No tenemos muchas alternativas.

Dice eso y mira la puerta. Es una puerta de madera muy ligera, que no ofrece ninguna protección real. Y no termina de decir eso que ya alguien tira abajo la puerta.

***

Al verlo yo no sé si ponerme contento o llorar. Más bien pienso en llorar. Es Rozas, alias la Flor, el que casi hace explotar la casa donde conocí a Kubrick en la Tóxica. Ayer, y hace mil años.

–Hola, amigas y amigos. Qué lindo encontrarlos por acá.

Wanda hace un movimiento rápido, que puede interpretarse como una agresión potencial. Rozas da dos pasos tan rápidos que tal vez sean saltos. Termina atrás de Wanda, empieza a ahorcarla con una cuerda muy delgada. Yo me arrojo encima para que la suelte, pero él me patea. Ubica su patada exactamente en mi herida. Yo caigo al suelo y me retuerzo de dolor.

Max, que es más decidido y se prende al brazo de Rozas, recibe una herida punzante con una navaja que la Flor abre con su mano izquierda mientras con la derecha sigue estrangulando a Wanda. Max cae de espaldas y se queda quieto en el suelo. Pronto también Wanda se queda quieta. Hasta Petra, me doy cuenta, se queda quieta, pero ella no porque le haya pasado algo.

Ella porque es traidora hasta cuando aparece la Flor.

–¿Dónde está el maletín? –pregunta Rozas.

–A-ahí –dice Petra.

Señala a una pared de la habitación. Yo ahí confirmo que de verdad es el maletín. El que me dio Kubrick, el que Max iba a llevar a un laboratorio.

–¿Lo tuvieron bajo los ojos todo el tiempo? –pregunta Rozas.

–N-no –dice Petra–. Se lo di a Max para que lo llevara al laboratorio, así podíamos abrirlo, tiene una combinación conectada con un explosi...

–Ya sé eso.

–Él se lo llevó y lo escondió acá. No lo llevó al laboratorio y creo que nadie lo habló.

Yo ya estoy pudiendo moverme. Titubeo un poco pero lo logro. Me acerco a Max. Siento que respira suavemente. Lo ayudo a incorporarse. Me imagino que no sirve para nada, pero es todo lo que hago. Él vuelve a caer. Lo dejo y me acerco a Wanda. Mi amiga traidora. Le tengo algún cariño, pese a todo.

Más me valdría no tenerle. En ella sí que no encuentro ningún respiro, ningún latido.

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