Capítulo 7: Los Traumas Abundan Aquí. [Editado]

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Mamá levantó el escudo y me gritó.

—¡Detrás de mí, Artemis!

Hice lo que pidió. Ella levantó su escudo y cuando este chocó con el piso, liberó una onda expansiva que agrietó los muros e hizo temblar el palacio.

Yo sonreí, impresionado, nunca la había visto usar ese truco, pero antes de poder decir algo mamá me arrojó hacia atrás; una roca gigante cayó en medio de ambos. Yo caí boca abajo. Escuché un gran estruendo y luego sentí dolor en mi pierna derecha, traté de moverme pero no pude, miré hacia atrás, mi pierna derecha quedó atrapada bajo una roca que cayó del techo.

Vi a mamá luchar con aquel sujeto, que estaba teniendo dificultades, luego tres espíritus golpearon a mamá, haciéndola caer al suelo y la sujetaron de ambos brazos.

—No eres tan invencible después de todo —dijo el ojos amarillos poniéndole un pie en el abdomen.

No de nuevo...

Kormak sonrió macabramente.

—¡Esto es un medio, para un fin! —levantó la espada.

¡No, No, No!

Artemis sintió su mundo hacerse añicos en cuanto vio la espada de Kormak clavarse en el pecho de su madre.

—¡Mamá! —gritó, sintiendo las lágrimas caer.

Kormak lo miró gélidamente, pero su rostro empezó a quebrarse como si de cerámica se tratara, luego explotó, levantando polvo alrededor del cuerpo de Kormak. Artemis sintió mucho miedo ante la imagen. El polvo se disipó, pero allí ya no estaba Kormak, estaba una mujer que no reconocía.

El lugar dio vueltas, volviéndose un vórtice con figuras indescifrables, pero al detenerse se dio cuenta de que ya no estaba en el palacio de Temiscira, estaba en el obelisco de Washington.

La mujer seguía ahí, frente a él.

Se escuchó un estruendo tan fuerte que no le sorprendería que se hubiera oído hasta el otro lado del planeta. Artemis miró hacia arriba; el cielo estaba agrietándose. Las grietas liberaban un brillo purpura mientras se seguían extendiendo hasta rodear todo el cielo nocturno. Alguien le puso una mano en el hombro, Artemis brincó del susto; vio a Will, quien tenía una mirada perdida y melancólica.

Perdónanos, no debimos abandonarte...

Una espada salió del abdomen de Will, sus brazos se estiraron de forma perturbadora. Gritó de horror. El suelo se quebró debajo de él y cayó a un vacío, pero luego sintió como su espalda golpeó el concreto. Miró al frente y allí estaba el Empire State, rodeado de niebla roja.

Se oyó el chirrido de una espada, siendo arrastrada por el suelo, vislumbró una persona pasar junto a él; arrastrando los pies como si le costase caminar; traía unos jeans azules desgastado y rotos. Artemis retrocedió.

—No te vayas. Quiero que veas como todo cae —dijo el extraño. Tenía una voz joven.

Artemis subió la mirada, el extraño lo miraba con desdén. Al principio no pudo distinguir sus facciones por las lágrimas acumuladas en sus ojos, así que forzó su vista. Aquel extraño le provocaba una sensación de familiaridad. Eso no le gustaba. Vio la piel broceada, los ojos verdes, el cabello negro.

¡¿Percy?! — pensó.

El Olimpo va a caer, nadie me detendrá.

—¡Despierta! —gritó alguien, sacudiéndolo.

Artemis abrió los ojos repentinamente. Amadeus estaba frente a él, viéndolo preocupado. Artemis tensó la mandíbula y le dio un empujón, se puso de pie, y salió corriendo. Quería escapar, sentía mucho miedo y rabia acumulado. Pasó de un vagón a otro hasta que llegó al último, que, a simple vista, parecía no tener pasajeros. Miró a los lados, frenéticamente, buscando una manera de salir. El vagón tenía un techo de cristal, dejando que la luz de las estrellas se filtrara, por las ventanas laterales se veían los árboles. Se fue a una esquina y se sentó a ahí para desahogarse; lloró a mares. Se sujetó los brazos, buscando no caer ante sus impulsos.

Artemis: Deseo de Vida (2) [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora