Unique spark.

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“Elegiste tu ego antes que mi voz y el calor de mi cuerpo”

El silencio pesaba en la habitación mientras él se recostaba en la cama, sus pensamientos girando como remolinos en la oscuridad que acechaba como una cruel depredadora su tranquilidad. La noche, fría como el rechazo que acababa de experimentar ese día por la mañana, se filtraba a través de las grietas de la ventana abierta, helando cada rincón de su ser; se envolvió en las sábanas, pero el frío persistía, no solo el de la noche gélida, sino el que había empezado a anidar en su corazón tan agrietado que ni mil tiritas conseguirían reconstruir lo que alguna vez fué.

Sus hebras castañas estaban esparcidas por su expresión afligida, escondiendo su cristalina mirada del techo que lo resguardaba. Su esposa no se encontraba en casa... Desde hace tiempo que no era así. Desde que había puesto sobre la mesa del comedor los papeles de divorcio, desde que había ganado el juicio por la custodia de su pequeño Samuel. Desde aquel día en el que empacaron sus cosas y se marcharon, lo atormentaba el recuerdo de su hijo tan retraído como entristecido abrazando su viejo peluche mientras él tan solo lo veía partir.

Ahora simplemente eran los recuerdos de todo lo que alguna vez fué junto a él en aquella antigua casa.

Con el pasar de los meses, había encontrado un pilar de apoyo en el elegante británico de ojos de plata; había aprendido, a su lado, a dejar de intentar de crear la ilusión de vida cuando su mente podía hacerlo por él. Pero oh, sus grandes mentes diferían, chocaban y disputaban, dos genios cuya melodiosa tanto como peligrosa compatibilidad los había llevado a la perdición.

Recordaba cada palabra, cada gesto que condujo a este momento. Su querido amigo había optado por el orgullo, prefiriendo el eco de su propio ego sobre el susurro cálido y reconfortante de su voz. La elección de aquellos momentos de silencio resonaba en su mente, eclipsando cualquier atisbo de calor que alguna vez compartieron. Y así, con la luna como únic a testigo, se encontraba solo en la penumbra, sintiendo la falta de aquel abrazo que ya no estaba, enfrentando la helada realidad de una cama que, aunque físicamente cálida, se había convertido en un lugar desolado y gélido.

“Mi nene, bebé, mi cuerpo me duele. Siempre hay uno de los dos que quiere más.”

Había entregado su corazón sin reservas, pero la balanza del afecto se inclinaba desigualmente. Él ansiaba más: más conexión, más complicidad, más calor humano, mientras Afton parecía contentarse con lo que nunca fueron y el eco frío de sus propios deseos. Era como una melodía disonante, una sinfonía de amor unilateral que solo resonaba en su ser. Y ahora, recostado en esa cama vacía, era plenamente consciente de la disparidad de sus anhelos y la cruda realidad de las frases que su subconsciente formulaba cada que sus ojos se cruzaban con los del mayor.

Había sido el que buscaba, el que anhelaba con desesperación la profundidad de un lazo inquebrantable, la intimidad que se deslizaba entre sus dedos como agua escapando de un recipiente agrietado. Se removió en el frío colchón, las sábanas rozándose contra su cuerpo semidesnudo mientras la incomodidad se encargaba de hacer doler todo su cuerpo... ¿Había sido muy temprano para abrir su corazón al hombre?

Sabía mejor que nadie que William, sumergido su mundo de secretos, prefería mantener la distancia emocional. Se reservaba, guardando su vulnerabilidad bajo llave, temeroso de las profundidades que podrían revelarse si abría las compuertas de sus verdaderos sentimientos. Le había tomado tiempo acercarse y establecerse firmemente hasta ser alguien relevante en el círculo social de Afton, sin embargo,  en cada intento por alcanzarlo, el abismo entre sus deseos se ampliaba, como dos planetas destinados a girar en órbitas divergentes. Henry había tratado de cruzar esa brecha, extendiendo su mano hacia lo desconocido, pero el británico se aferraba a la seguridad de la distancia emocional, manteniendo su mundo interior resguardado en un enigma impenetrable.

Así, la balanza de la pasión se inclinaba dispareja, con él ofreciendo el alma mientras William se aferraba a la máscara de la reserva. Y mientras se sumergía en la quietud nocturna, abrazado por las sombras y envuelto en la soledad, reconocía con pesar que, en esta danza de corazones, siempre había uno que quería más.

“Te sigo esperando y vos ya no buscas”

Los horas inevitablemente habían pasado con el transcurso de la noche, una nueva jornada laboral lo esperaba en su restaurante. Entre las idas y venidas de la rutina diaria, el deprimido hombre se topó con la imponente presencia de quien había acaparado sus emociones la noche pasada; cualquier otro día simplemente se habría acercado, emocionado, a charlar agustamente con aquel británico... Ahora, desde lejos, solo observaba en silencio, como un espectador en un teatro de emociones donde la trama ya estaba escrita.

Las miradas se cruzaron brevemente, apenas un destello de reconocimiento en medio de un mar de rostros anónimos. Intentó descifrar en esos ojos la misma pasión que alguna vez compartieron, pero solo encontraba la ausencia de aquel brillo que alguna vez se le había sido dedicado. La distancia entre ellos ahora no era solo física, era la brecha de dos almas que habían compartido sueños, pero que ahora se encontraban en universos emocionales divergentes.

A pesar de ello, ansiedad palpitaba en el pecho del americano, latiendo al compás de la esperanza que persistía en su interior. Con cada latido, anhelaba que su querido amigo tomara la iniciativa, que diera un paso hacia la reconciliación, que rompiera el hielo que había cristalizado entre ellos durante la noche helada... Sus esperanzas se desvanecieron en un suspiro ahogado cuando vio cómo el mayor simplemente lo pasaba de largo, ajeno a la tormenta de emociones que rugía su interior. Cada mirada furtiva, cada gesto de expectativa, quedó sin respuesta, como si el otro hombre hubiera cerrado la puerta a cualquier intento de reconciliación.

La ansiedad se mezclaba con la decepción y la resignación, una mezcla de emociones que pesaba más que cualquier carga que la pizzería pudiera dejarle. Sus ojos seguían su recorrido, observando cómo se alejaba sin siquiera un atisbo de reconocimiento, como si el pasado compartido se hubiera desvanecido en la neblina del olvido; se sentía atrapado entre el deseo de correr tras él, de gritar las palabras que ardían en su pecho, y la aceptación de que Afton había optado por el silencio. El vacío que dejaba su indiferencia era palpable, una herida abierta que latía con cada paso que se alejaba.

En ese momento, mientras el bullicio de los niños correteando continuaba a su alrededor, se dió cuenta de que la realidad dolorosa se cernía sobre él: su amado seguía adelante, ignorando las posibilidades de reconciliación, y él se encontraba solo en su anhelo de un pasado que ya no le parecía importar al otro.

«Sigues teniendo a tu esposa, sigues teniendo a tus hijos... Tienes razón, ¿Por qué arriesgarías tu reputación buscándome?» Los pensamientos que resonaban en su mente aceptaron que William ya no perseguía lo que una vez compartieron. Las miradas furtivas y los destellos de recuerdos compartidos se desvanecían ante la realidad incuestionable: su vínculo se desgastaba, desdibujándose en las líneas borrosas del pasado.
Una separación que ninguna conversación podría remediar.

“El tiempo no cura mi alma, decile al pasado que me deje en paz”

La revelación golpeó al americano como un rayo en medio de la oscuridad. Después de tanto tiempo, cuando las huellas del pasado parecían haberse desvanecido en el tiempo, descubrir la realidad que se había escondido de él sobre William lo sumió en un abismo de incredulidad y dolor. La devastante noticia de que el británico era responsable del asesinato de su amada hija envolvió su mundo en una tormenta de emociones encontradas. La conmoción inicial se entrelazaba con la furia y la tristeza, una amalgama de sentimientos que amenazaban con desgarrar su alma.

La conmoción lo dejó sin aliento, incapaz de asimilar la cruel ironía que se desplegaba ante él.  El hombre que había anhelado, el mismo que había optado por la distancia emocional y el silencio, era el responsable de arrebatarle lo más preciado en su vida; su percepción de Afton se desmoronó en mil pedazos ante la verdad atroz que había permanecido oculta durante tanto tiempo. Las lágrimas mezcladas con el peso abrumador de la traición, la devastación de comprender que aquel a quien había amado había ocultado un oscuro y desgarrador secreto.

Aquella revelación marcó el fin de cualquier destello de amor o esperanza que Henry hubiera albergado por él. Lo que una vez separó sus corazones ahora se amplificaba hasta convertirse en un abismo insondable, imposible de franquear.

Mientras William se escapaba de nuevo, esta vez como un fugitivo, Henry quedó atrás, confrontando una realidad aún más oscura y dolorosa de lo que alguna vez hubiera imaginado.

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⏰ Última actualización: Nov 24, 2023 ⏰

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