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Tardo un segundo en pensar qué estoy haciendo. He dejado a TaeHyung para irme a buscar a JungKook, pero tengo que pensar bien lo que ocurra a continuación. JungKook me dirá cosas horribles, me lanzará improperios, hará que me vaya... O admitirá que siente algo por mí y que los dichosos jueguecitos son sólo su manera de no ser capaz de admitir ni expresar sus sentimientos de un modo normal, como todo el mundo. Si ocurre lo primero, que es lo que tiene más papeletas, no estaré peor de lo que estoy ahora. Pero si ocurre lo segundo, ¿estoy listo para perdonarlo por todas las cosas horribles que me ha dicho y me ha hecho? Si ambos admitimos lo que sentimos por el otro, ¿cambiará todo lo demás? ¿Cambiará él? ¿Es capaz de quererme como necesito que me quiera? Y, de ser así, ¿seré capaz de aguantar sus cambios de humor?

El problema es que yo solo no puedo contestar a esas preguntas. A ninguna, la verdad. Odio el modo en que me nubla el juicio y me hace dudar de mí mismo. Odio no saber lo que va a decir o hacer.
Aminoro al llegar a la fraternidad de marras en la que ya he pasado demasiado tiempo. Odio esta casa. Odio muchas cosas en este momento, y mi cabreo con JungKook está a punto de caramelo. Aparco en la acera, subo corriendo los escalones y entro en la casa, que está llena.

Voy directo al viejo sofá en el que JungKook suele sentarse pero no veo su mata de pelo. Me escondo detrás de un tío cachas antes de que Momo o los demás me vean. Corro escaleras arriba hacia su habitación. Aporreo la puerta con el puño, molesto porque vuelve a estar cerrada con llave.

— ¡JungKook! ¡Soy yo, abre! —grito desesperadamente sin dejar de dar golpes, pero no hay respuesta.

«¿Dónde diablos se habrá metido?»
No quiero telefonearlo para averiguarlo, aunque sería lo más fácil. Sin embargo, estoy enfadado y sé que necesito seguir estándolo para poder decir lo que quiero decir, lo que necesito decir, sin sentirme mal por hacerlo.

Llamo a SeokJin para ver si JungKook está en casa de su padre, pero no, no está allí. Sólo se me ocurre otro sitio donde buscar: la hoguera. No obstante, dudo que siga allí. Aun así, ahora mismo no tengo otra opción.
Conduzco de vuelta al estadio, aparco el coche y repito mentalmente las palabras furibundas que tengo reservadas para JungKook para asegurarme de que no se me olvide nada en caso de que lo encuentre. Me acerco al campo, casi todo el mundo se ha ido y el fuego está ya casi apagado. Camino de un lado a otro entornando los ojos en la penumbra, fijándome en las parejas por si veo a JungKook y a Emma. No hay suerte.
Justo cuando estoy a punto de tirar la toalla, veo a JungKook apoyado contra una valla en la línea de gol. Está solo y no parece darse cuenta de que me estoy acercando. Se sienta en el césped y se limpia la boca. Cuando aparta la mano, veo que la tiene roja.

«¿Está sangrando?»

De repente levanta la cabeza como si notara mi presencia y compruebo que sí, le sangra la comisura de la boca y la sombra de un cardenal se está formando en su mejilla.

— Pero ¿qué demonios...? —digo arrodillándome delante de él—. ¿Qué te ha pasado?

Alza la vista y veo que sus ojos están tan torturados que mi ira se disuelve como un azucarillo en la boca.

— Y ¿a ti qué te importa? ¿Dónde está tu cita? —me ruge.

Me muerdo la lengua y le retiro la mano de la boca para poder examinar el labio partido. Me aparta pero me contengo.

— Cuéntame lo que ha pasado —le ordeno.

Él suspira y se pasa la mano por el pelo. Tiene los nudillos lastimados y llenos de sangre. El corte del dedo índice parece profundo y tiene pinta de doler mucho.

— ¿Te has metido en una pelea?

— ¿A ti qué te parece?

— ¿Con quién? ¿Estás bien?

KOOKGI : DESPUÉSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora