~1. Llamada

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"Apenas conservo el recuerdo de mi padre. Pero la imagen de mi madre, aún después de tantos años, sigue grabada de forma sobrenatural en mi memoria. Como si me visitase cada noche antes de dormir, como si me susurrase lo que debo hacer".

—Renoir Galant Miria.


Acontece la vigésima novena edad, reino de Anthea, situado al sur de Ajnâ.

Era tarde, un Tywaz (segundo día de la semana) Renoir y sus amigos, Leone y Millow, regresaban de la academia.

—Es un asco que anochezca más temprano. Y encima hace más calor, es insoportable —se quejó Leone.

—Pues a mí me gusta, todo está, aparentemente, más tranquilo —aclaró Millow—. ¿No os parece?

—No, para nada, es cuando la escoria y la basura humana aparece —respondió Leone.

—Sí, eso es cierto. Menos mal que tu padre nos paga la carroza privada. Nunca podremos agradecérselo lo suficiente, Millow —intervino Renoir con un gesto humilde y una mirada vergonzosa.

—Vamos, Reno —respondió el muchacho de cabello rubio—, no es para tanto. Sois mis amigos y no nos cuesta nada hacerlo, ya lo sabéis.

Millow vivía en la ciudad, así que era el primero en abandonar la carrocería mientras que Reno y Leone, que vivían juntos en Elmsford, continuaban el trayecto hacia el pueblo.

Una media hora más tarde, cruzaron la entrada a Elmsford, un pueblo a intra muros de Anthea, rodeado por cercas y poblado principalmente por campesinos.

—Adiós, Leo —se despidió Renoir acomodándose su mochila.

—Adiós, Reno, oye, ¿qué tal está tu madre? —le preguntó Leone.

—Empeora con el tiempo...parece que tiene una enfermedad grave —respondió con semblante notoriamente preocupado—. Además, acudimos a todos los sanadores del pueblo, y no detectan nada. Incluso uno llegó a decir que padecía una enfermedad fantasma. La verdad es que no sé qué pensar —lamentó Renoir apenado.

—Ya veo —sopesó Leone, su ojos miraban tristemente el rostro de su preocupado e impotente amigo—. ¿Por qué no la lleváis a los sanadores de la ciudad? Todos sabemos que son mejores que los del pueblo.

—Sí, ese es el plan para la semana que viene, seguro que descubren lo que le pasa a madre —respondió Renoir recuperando la esperanza en su lustre.

—Manténme informado, hermano —advirtió Leone mientras le daba un amistoso apretón en el hombro.

—Nos vemos, Leo.

Renoir entró a su casa, pequeña en estructura y grande en terreno. La casa tenía dos pisos, el de abajo, el más amplio con el salón como sala principal, mientras que en el de arriba estaban las habitaciones con cada dormitorio, incluido una cama extra por si Leone, azotado por la soledad, se quedaba en casa de los Galant.

—¡Ya he llegado, madre! —gritó con voz afable mientras se apresuraba a subir las escaleras para ver su estado.

—Hola, madre, ¿cómo te encuentras? —preguntó mientras, preocupado, se acercaba lenta y cuidadosamente a su catre. Renoir palpó la hirviente frente de su madre.

Una sensación de preocupación le invadió al medirle la temperatura con sus manos.

—Aguarda madre, iré a por medicinas, padre arribará en cualquier momento, pronto.

El chico de 14 años de edad, bajó rápidamente las escaleras y se dirigió hacia el salón para coger las medicinas cuando, repentinamente, se abrió la puerta rápidamente.

A.R.C.A.N.U.MDonde viven las historias. Descúbrelo ahora