Una mañana en Santiago

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El calor del sol se filtra por los agujeros de las dos persianas de mi pieza, llegando directamente a mi cara. 

Es exasperante. Como se escuchan las risas de los niños caminando por la vereda con sus familiar en dirección al parque, llenos de vida. Llenos de energía.

Algunas veces me uno a ellos: me despierto relativamente temprano, si se puede llamar temprano las 10 u 11 de la mañana, me doy una ducha rápida y escojo un outfit lindo para sentirme linda.

Eso es muy importante: el tema del outfit. Porque si yo no me siento linda, ¿quién más me lo dirá? 

Guardo uno de mis cuadernos y un lápiz en mi cartera y voy por un café y un dulce a lugares distintos. Porque por supuesto, donde venden café no siempre tienen dulces que valgan la pena para un domingo en la tarde y donde venden dulces, no siempre tienen ese café que me gusta.

Así que hago dos viajes y vuelvo por mis pasos al parque que queda a una cuadra de mi edificio.

Voy a la sección de picnic y me tomo mi tiempo para comer, tomar el café y sacar mi cuaderno por si algo llega a mi.

Cada vez voy menos. Cada vez hay menos que escribir. 

No sé si es la ciudad, la profunda tristeza, o la resignación de días monótonos, pero el punto es que ya o hay nada en mi que desee compartir. 

Se acabaron las frases o las historias sacadas de la nada.

Se acabaron las noches de lectura por una saga o trilogía buenísima.

Veo hacia delante y no encuentro nada que haga mi alga gritar de felicidad.

Veo una profunda oscuridad. 

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⏰ Última actualización: Aug 01 ⏰

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