Capítulo 16: La flor blanca

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—¿Dónde nos escondemos? —preguntó Adit oteando el interior del templo, encontrándose con una amplia sala con dos filas de bancos dorados cubiertos de maleza. Estos estaban dirigidos hacia un altar. Para acceder a este había dos escaleras a los lados. Toda la parte superior del templo estaba llena de grandes aperturas que permitían el paso de luz, aire... y seres vivos.

Debajo del altar, había unas pequeñas puertas de madera. A Adit se le ocurrió esconderse allí para protegerse de los seres que pudiesen habitar en la oscuridad del planeta y del frío de la oscuridad. Él lo señaló y tiró de la ropa de Wayn para llamar su atención.

—Podemos escondernos allí.

—Depende de lo que sea. Si es una habitación cerrada, no podremos encender una hoguera para calentarnos —mientras decía esto, Wayn sacó su libélula de su estuche y se colocó las gafas, mandándola a explorar aquella habitación detrás de las puertas de madera.

Mientras, se puso a cortar las plantas que veía a su alrededor para encender una hoguera, esperando que el humo alejase los posibles depredadores o la luz les molestase y no se acercasen. Además, muy probablemente iba a bajar la temperatura con la oscuridad, por lo que necesitarían calentarse.

Al poco, la libélula atravesó el ojo de la cerradura de las puertas de madera, mostrando una pequeña habitación repleta de pergaminos guardados en estantes. El espacio no era muy amplio, apenas podrían caber ambos cómodamente, por lo que no podrían poner una hoguera que los calentase. También se trataba de un espacio cerrado, por lo que deberían tener las puertas abiertas y dejar la hoguera fuera. A Wayn no le gustó la idea de bloquear su única ruta de escape con una hoguera.

—Es un espacio demasiado pequeño y cerrado, mejor hacemos una hoguera aquí afuera y hacemos guardias.

—Bien...

Ambos se pusieron a cortar las plantas que crecían en el interior del templo, limpiando un poco las paredes repletas de jeroglíficos y permitiéndole leer un poco de estos a Wayn, quien no dudó en mandar su libélula por todos los rincones del templo para tener un registro y más tarde ponerse a leerlo con tranquilidad. Aunque, a decir verdad, Adit era quien más cortaba, pues con Alvedo era fácil cortar cualquier cosa.

Tan fácil era que, sin querer, causó un corte en la pared, cortando varios jeroglíficos. Uno bastante profundo, a decir verdad. Adit se quedó quieto un instante antes de mirar a Wayn para saber si se había dado cuenta de lo que había hecho. Soltó un suspiro de alivio al ver que este estaba centrado en otros asuntos.

Adit se dedicó a preparar la hoguera donde iban a descansar. Limpió un poco el suelo de maleza que pudiese incendiarse y buscó escombros que pudiesen servirle para limitar la hoguera.

Para cuando la tuvo lista y encendida, pudo apreciar como esta, poco a poco, iba dando más luz a la estancia, hasta que finalmente fue el único punto de luz.

Una vez se quedó sin la luz necesaria para leer bien los jeroglíficos, Wayn abandonó la pared y se acercó a la hoguera, sentándose al lado de Adit. Este tenía su arma fuera, empuñándola, preparado para usarla en cualquier momento.

En el silencio de aquella extraña noche solo se podía escuchar sus respiraciones y el crepitar del fuego. Ninguno de los dos tenía el valor de decir nada, rompiendo aquella extraña paz en la que se encontraban sumidos.

Estaban solos con sus pensamientos.

Acostumbrado a esto, Adit comenzó a sentir curiosidad por lo que estaba haciendo Wayn, como era capaz de leer aquellos jeroglíficos y lo interesado que estaba por estos. Quiso preguntarle por aquel hecho, sin embargo, no fue el quien rompió el silencio en el que estaban inmersos.

Hasta el Infinito Parte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora