No ver

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La habitación se oscurecía, empezaba a representar aquello que yacía en los profundos sentimientos que guardaba. 
Las luces de la casa fueron explotando con el tiempo y nadie se ocupó de cambiarlas. 
La lámpara favorita, aquella que se exponía en plena sala para ser admirada, cuando dejó de funcionar se a guardó en la habitación más recóndita, era visitada y apreciada pero no se pensaba que podía ser recuperada. 
Las cortinas cuando dejaron de gustar, cuando ya no eran novedosas, cuando ya no embellecieron a la mirada, fueron descartadas. 
La pintura de las habitaciones menos usadas se fueron descascarando, la humedad hacía presencia pero como nadie las visitaba y si lo hacían no las miraban muy bien, éstas iban arruinándose y nadie se percataba de ello.
Lo que alertó a los que habitaban la casa fueron las gritas en las paredes, en los azulejos, en las puertas, pequeñas grietas que se fueron alargando de a poco, lento, de manera casual, pero que hoy en día si se están enfrente ya no se las pueden ignorar. 
Como tampoco se puede ignorar la oscuridad que invade cada espacio. Oscuridad que inició en las esquinas, se culpaba a la falta de luz artificial, después a los atardeceres apresurados del invierno, hasta que fue verano y las oscuridad se hizo presente y no se la pudo ocultar, ni engañar, ni mentir.  

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