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Madre Miranda siempre ha sido temida por los habitantes de la villa, la devoción y respeto que le tienen se debe al miedo.
Recluta personas fuertes e inteligentes que le sirvan como escudo por si algo llegara a pasarle. Uno de esos escudos se llama Stella, una joven de 20 años exageradamente pálida y con tonos fríos, muy cruel e injusta, perfecta para Miranda.
La rubia decidió hacer una reunión para presentarle a los cuatro jerarcas su nueva arma, así que después de unas horas ahí estaban todos, esperando la llegada de su madre.

Dos figuras femeninas hicieron presencia, una detrás de la otra. Ahí estaban, Miranda con una sonrisa bajo esa máscara de cuervo y Stella totalmente indiferente.

──Mis niños, el día de hoy los he reunido aquí para presentarles a Stella Cruhël, mi nueva guardia, o más que eso. Ella ha tomado un puesto elevado para mí, es mi mano derecha, mis ojos y mis oídos. A partir de ahora habrán visitas sorpresa a cada uno de ustedes, esto para asegurarme de que se portan adecuadamente, y Stella es quien se encargará de visitarlos, así que pórtense bien en sus hogares, y con ella.

Pronunció la última frase con detenimiento, resaltando lo comentado. Seguido hablaron sobre otros asuntos referentes a sus experimentos, su plan para conseguir el anfritión perfecto y cómo la apoyarían los jerarcas con ello.

Pasaron las horas y cada uno ya se encontraba en su hogar, Miranda solo estaba en su cueva experimentando sin parar, mientras que su nueva arma, Stella, la veía desde una esquina, atenta a cualquier cosa.

──Stella, ven aquí ──ordenó la rubia.

La albina se acercó a la sacerdotista de inmediato, silenciosa y rápida, totalmente entrenada.

──¿Sí, ama? ──Habló cortante, frío.

Miranda se quitó la máscara de cuervo y la miró con una sonrisa en el rostro, poniendo ambas manos sobre los hombros de aquella.

──Eres muy especial para mí ──mencionó en tono bajo, Stella solo la miró con indiferencia──, y siento que eres mi seguidora más fiel ──Stella seguía sin hablar──. Pero hay algo que me preocupa... Te comportas extraño, como si solo fueras un robot. Háblame, expresa tus emociones conmigo.

──¿Necesita ayuda con algo? ──ante aquella respuesta Miranda solo se decepcionó, desvaneciendo la compasión de su rostro y volviendo a esa fría inexpresión.

──Ve al Castillo Dimitrescu, presiento algo malo proviniente de ese lugar ──ordenó mientras se ponía de nuevo la máscara.

──Enseguida ──respondió antes de salir de aquel calabozo, iniciando camino a mencionado destino.

Por el lado de la vampira, ella había permanecido en su despacho, tomando vino, fumando, pensando en qué había hecho mal para no haber logrado llegar al mismo lugar que Stella. Sentía que el alma le dolía, espinas se enterraban lentamente en su interior y casi le prohibían poder respirar bien; quién iba a imaginar que el corazón no solo bombeaba sangre.
Mirando por la ventana la nieve caer y lamentándose como recién divorciada mientras fumaba, un fuerte golpeteo irritante alteró lo que podría denominarse paz, independientemente de la lucha interna que cargaba. La Condesa se puso de pie y abrió la puerta de su oficina, sabiendo que se trataba de sus tres hijas.

──¡Madre! ¿Podemos quedarnos con ella? ¡Por favor!

──¿De qué hablas, Daniela?

──¡Bela encontró una gatita!

Antes de que la mayor pudiera responder, un gato blanco de ojos azules fue cruzado en su camino, con las otras dos hijas correteándolo por detrás.
Suspiró. Cada día algo nuevo con esas niñas.

──Si creen que podrán mantenerla con vida... adelante. Vayan a pedirle leche y comida a una de las sirvientas.

──¡Gracias! ¡Te amo! ──respondió Daniela con gran entusiasmo antes de salir corriendo.

Alcina solo suspiró de nuevo y cerró la puerta otra vez, decidida a perderse en sus pensamientos y lamentos.
Minutos después de haber tomado asiento, el mismo gato de hace un rato apareció repentinamente.
La mayor dio una ligera sonrisa y lo tomó, poniéndolo sobre sus piernas y acariciándolo.

──¿Lograste escapar de esos diablillos? ──susurró──, eres una gatita muy linda. ¿Qué nombre te pondremos?

El gato solo la miró, ante la ternura que este otorgaba la vampira soltó una risita, ahora cargándolo entre sus brazos y apegando su rostro contra el animal. Sí, la Condesa era una mujer muy dulce y, quizás, tierna.
Un maullo fue lo que la hizo alejarse, enseguida el gato saltó de sus brazos y así como apareció tan repentinamente, desapareció.
Alcina solo soltó un nuevo suspiro y se dedicó a seguirse sumergiendo en sus pensamientos y sentimientos, tratando de decifrar por qué se sentía tan terriblemente mal. Es bien sabido que ella adora e idolatra demasiado a Miranda y por ello desea ser su favorita, pero en ese momento se sentía como algo más.

Pasaron las horas, Stella se acercó a Miranda mientras esta cocinaba. Sí, no por estar loca y ser una asesina deja de tener necesidades.
La rubia, en un movimiento para sacar algo del refrigerador, sintió que su pie chochó con algo, y ahí la encontró. Tomó a la gata en brazos y le sonrió.

──¿Y? ¿Qué tal está todo allá?

El animal se movió para saltar de los brazos ajenos, pero Miranda se lo impidió y negó suavemente con la cabeza; segundos después la albina se pudo distinguir en los brazos de la sacerdotista, siendo cargada como a una bebita. La mayor soltó una risita y la contraria solo suspiró y rodó los ojos a su vez.

──¿Entonces? ¿Qué tal todo? ──Reiteró Miranda.

──Todo está bien, pero la jerarca se nota deprimida.

──¿Deprimida? Qué extraño, si por eso le di a las niñas... Mhm, gracias Stella.

──¿Ya puede bajarme? ──Susurró dirigiendo su mirada hacia otro lado.

Miranda sonrió, apegando más el cuerpo ajeno contra el suyo y buscando su mirada.

──Te he dicho que me mires a los ojos cuando te hable o me hables; ¿acaso ahora me desobedeces?

La ojiazul solo dirigió su mirada hacia la mayor, sin mostrar algún tipo de expresión, lo que seguía molestándole a la sacerdotista.
Bajó la lumbre de la estufa y, sosteniendo en brazos a la menor, se dirigió al sofá, sentándose y tomando el mentón ajeno para después dar delicadas caricias.

──¿Qué pasa, Stella? ¿Por qué, después de tanto tiempo, no puedes abrirte conmigo?

La menor miró hacia otro lado nuevamente, pensando, procesando, sin saber cómo reaccionar.

──¿Por qué quieres que te muestre algo, Miranda?

Rubor. Las mejillas de la más grande se pintaron de un tenue rojo que, a gracia de su piel blanca, era muy notorio. Esa era de las pocas veces que "su niña" le hablaba sin formalidad y usaba su nombre. Por alguna u otra razón, a Miranda le encantaba.

──Porque te quiero conocer. A ti, no a ese extraño y frío robot que siempre demuestras. Déjame ser la única que pueda ver tu versión más íntima.

Un suspiro fue lo único que se escuchó como respuesta de la albina, levantándose y quedando sentada sobre las piernas ajenas, mirándola con indiferencia.
La tensión en el aire era tan fuerte que podría cortarse con unas tijeras, ambas manteniendo el contacto visual pero sin decir una sola palabra.
Fue entonces cuando la menor bajó su mirada hacia los belfos frente a ella, y Miranda tuvo el impulso de besarla, el primer beso que se dieron y que, al parecer, ambas habían estado deseando.

──No lo haga de nuevo... ama ──habló la albina mientras se ponía de pie, mirando a la nada.

──Dios, no. No te portes así, Stella ──respondió la mayor mientras se ponía de pie──. Mírame, solo mírame ──tomaron unos segundos que parecieron eternos para que la menor se girara a verla──. Dime que no sientes nada...

Un silencio terriblemente incómodo se hizo presente, Stella solo volvió a desviar su mirada y se marchó sin dejar rastro. Miranda, pese a saber que no la abandonaba, terminó tumbándose al sofá para sentir casi lo mismo que sintió cuando perdió a Eva. El dolor no era fuerte, pero ese sentimiento de rechazo era simplemente insoportable.

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⏰ Última actualización: Dec 30, 2023 ⏰

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