El beso

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El silencio lo estaba volviendo loco, tanto, que hubiese deseado que la televisión estuviera encendida para no tener que escuchar en sus oídos el pulso desenfrenado que lo atormentaba. Ese doloroso pulso que bombeaba con tanta fuerza en su cabeza que Mo Guan Shan creía que en cualquier momento podría morir.

Sus ojos todavía ardían, cansados, iban y venían entre su madre que lloraba silenciosamente en la cocina y el plato de sopa que ya se había enfriado en la mesa, una extraña sensación de déjà vu lo hacía sentirse aún más incómodo. El estómago se le revolvió al ver el cuenco frente a él, el caldo que con tanto amor la mujer había hecho esperando sanar su agobiado corazón y que, probablemente en otro momento, hubiese disfrutado hasta llenarse; incluso si creía que nadie en el mundo cocinaba tan rico como su madre, no encontraba en todo su cuerpo una pizca de apetito.

Ignorando las preguntas que cada cierto tiempo se escapaban como un suspiro de parte de la mujer y quedaban vagando en el aire, Mo Guan Shan permanecía silencioso en su asiento, esperando que nadie fuera capaz de escuchar el doloroso latido que amenazaba con partirle el pecho. Sus ojos cada vez ardían más y usó toda la fuerza que le quedaba para reprimir las lágrimas que se asomaban desde la parte más profunda de su ser, sus manos comenzaron a temblar sobre la mesa, sintiéndose incapaz de respirar correctamente cuando su madre volvió a preguntar cómo estaba la comida.

Una mano tranquilizadora se deslizó entre sus dedos entonces, una mano firme y segura pero muy lastimada que apretó con cariño la palma sobre la suya, esperando poder calmar su miedo. Pero incluso a través de las capaz de vendas, Mo Guan Shan todavía podía sentir el olor de la sangre, incluso si había sido tratada y medicada, incluso si la hemorragia había sido detenida hace tiempo, no podía olvidar el carmín que brotaba como un río nacido entre sus dedos por su culpa y se sintió tan débil, tan miserable, que ni siquiera pudo devolver el apretón de esa mano que quemaba sobre la suya.

No podía dejar de pensar en el dolor de un hierro atravesando aquella mano que no dudó en sacrificarse por él. Se preguntó entonces qué habría pasado si no llegaba en el momento exacto, cómo se hubiera sentido ese mismo hierro atravesando su propio pecho ¿se sentiría tan doloroso como la presión que lo atormentaba en ese momento? ¿Tan doloroso como el metal que atravesó su carne hace años, dejando la marca en sus orejas que lo etiquetaría por tanto tiempo como parte del rebaño de un demonio? ¿Tan doloroso como ahogarse en el río, como asfixiarse con una cadena o morir quemado? ¿Morir en ese momento hubiera sido realmente tan doloroso?

La respuesta llegó de inmediato, cuando notó cómo el peso sobre su mano no había desaparecido, cómo esperaba tan pacientemente una respuesta de su parte, al igual que su madre.

Sí, probablemente nada dolería más que perderse de esto, pensó; una espada atravesando su corazón no sería nada sino fuera por el hecho de que eso mismo implicaría no poder volver a estar a su lado. Nada en el mundo dolería tanto como morir frente a sus ojos, sin poder hacer nada al respecto. Probablemente eso creía él y Mo Guan Shan estaba de acuerdo, porque en ese momento podría cortarse ambas manos si de eso dependiera la vida de He Tian, estaba completamente seguro.

Devolviendo suavemente el gesto, enrollando sus dedos casi como si lo acariciara con miedo de lastimarlo de nuevo, Mo Guan Shan levantó la vista con el corazón en la garganta y una expresión de terror que no podía borrarse de su rostro, porque aunque no quisiera, los sucesos de aquella noche se repetían una y otra vez en su mente.

Pero He Tian lo observaba con ternura, sus ojos se veían agotados y la esclerótica se teñía de colorado a causa de un pequeño derrame detrás de esos brillantes orbes, incluso si las ojeras que colgaban debajo de ellos eran tan grandes y oscuras para dar por sentado que no había dormido nada en días, las esquinas todavía se plegaban en arrugas mientras le sonreía.

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