Douglas
Tuve suerte de haber dejado un poco de ropa limpia en mi casillero la semana pasada después de haber tenido una clase de gimnasia. La idea que había plantado Alexandra en mi cabeza de pronto empezaba a tener más sentido, y desde luego tuvo más sentido cuando me encontré mojado en la acera y totalmente furioso.
—¿Vas a hablar con el decano? —se acercó a preguntarme Alex, cuando nos reunimos afuera del edificio D.
—No estoy seguro —fue lo primero que respondí— Estuve pensando en lo que dijiste y...
—¿Lo harás? —preguntó emocionada, abriendo los ojos más de la cuenta— ¡No puedo creerlo! ¿Cómo tomaste la decisión?
Elevé las cejas con incredulidad. Mi amiga parecía más emocionada de lo que esperaría. En el fondo quizá tendría algo de razón, a lo mejor Eva simplemente era y había sido una mala persona y quizá merecía una cuchara de su propia medicina.
—Solo te he dicho que he estado pensando en ello... —dije, colocando mis libros en mi casillero uno a uno.
Alex rodó los ojos al cielo, como una niña fastidiada.
—Ya me la veía venir —bufó— Me cuentas lo que vayas a hacer ¿Si? —se acercó repentinamente para depositar un suave beso en mi mejilla— Tengo que buscar al profesor Muñoz sobre un trabajo extra que me interesa hacer. Nos vemos luego ¿Vale?
Asentí con la cabeza y me despedí de ella con una sonrisa. Pude darme cuenta de lo rápido que empezaba a correr por el pasillo para poder alcanzar al profesor Muñoz, quien iba a paso a acelerado. Alexandra al igual que yo, era una estudiante bastante aplicada, la diferencia era que su familia sí se alegraba por ella y hasta la felicitaban con regalos y viajes carísimos a diferentes partes del mundo.
Revisé dos veces mi horario del día. Aún me faltaban un par de clases para ser libre y poder ir a casa. Sin embargo, podía disfrutar del tiempo libre que me quedaba yendo a la biblioteca a leer un poco.
A eso me disponía cuando la visión de una pelirroja invadió mis sentidos. Eva Galeano se encontraba fumando a las afueras de la universidad, en total paz y tranquilidad. En su mano sostenía en cigarrillo mientras que poco a poco el humo insesante se escaba por sus labios carnosos y rosados.
Me quedé observandola, mientras la curiosidad se apoderaba de mí poco a poco. Se encontraba apenas a unos cuantos pasos de mí, y estaba seguro que ni siquiera se había dado cuenta de mi presencia. En su espalda sostenía una mochila de color negro, que por alguna razón empezó a llamar mi atención.
Cuando me di cuenta que llegaba otro chico y de pronto intercambiaban mochilas de manera disimulada, entonces supe por qué.
Fumar en la universidad no era algo que no se pudiera hacer. Empapar a un estudiante accidentalmente tampoco. Estaba seguro que incluso arruinar la bicicleta de un compañero no era un castigo tan severo, como lo era vender sustancias ilegales.
Me di cuenta de cómo apagaba el cigarrillo una vez el chico con el que se había encontrado la dejó sola y fue cuando nuestras miradas se encontraron. Pude observar un poco de preocupación en sus ojos aperlados, pero no desvié la mirada en ningún momento hasta que ella se fue, ondeando su cabello rojizo de lado a lado.
Bufé con desaprobación, cuando ví que se reunía con Carmín, una de sus amigas y empezaban a conversar quien sabe de qué.
A partir de ese día me volví en un completo stalker, debo admitirlo. No había que ser un genio que todos los miércoles a la misma hora se reunía con Jeremiah Gonzalo, un estudiante de Administración de Empresas promedio, y que solía esperarlo en el mismo lugar para intercambiar mochilas.
Tampoco había que ser un genio para darse cuenta que los jueves entregaba un paquete sospechoso en el casillero de Rodolfo Augusto. Cuando me fijé con cómo contaba unos billetes que había extraído de la mochila de Jeremiah, me di cuenta que los chismes de Alexandra eran ciertos.
A la vez que su negocio de venta de sustancias parecía florecer, sus notas cada vez iban en decadencia. Conforme pasaban los días me pregunté por qué rayos seguía asistiendo a la universidad si era obvio que no iba a graduarse.
—¿Harás algo el sábado? —me preguntó Alexandra, mientras salíamos de la universidad.
—Tengo una cena familiar —me sinceré— Mi hermano mayor regresa de su viaje a Italia, y mi mamá planes recibirlo con una cena bastante grande.
—Oh... —soltó, mientras suspiraba.
—¿Por qué lo preguntas? —cuestioné de manera amistosa, mientras abría una barrita de nueces.
—Las chicas harán una fiesta porque nos acercamos al final de la época de parciales —anunció, completamente emocionada— Me han invitado a mí, y me dijeron que también podías venir.
Lo cierto era que las fiestas no eran lo mío. En toda mi vida lo más cerca que estuve de asistir a fiestas fue cuando en la secundaria, las niñas empezaron a cumplir quince años y en lugar de servir alcohol, servían cidra de manzana.
—¡Vamos! —exclamó mi mejor amiga— Será divertido, y podemos estar juntos.
Desvié mi mirada hacia otro punto en el pasillo, y me di cuenta que Eva caminaba con rapidez hasta la salida de la universidad. Se encontró con un chico, que en mi opinión parecía que le doblaba la edad y le estampó un beso, antes de meterse a su auto.
—De acuerdo —solté, de repente— Le diré a mi madre que tengo una reunión de estudios.
—¡¿Piensas mentirle a tu madre?! —exclamó impresionada y se detuvo de pronto— ¿Pero qué te está pasando Dou? ¿Te quieres volver un chico malo?
Una risa me asaltó inmediatamente, cuando Alexandra me dió un golpecito en el hombro de manera amistosa.
—¿Todos los del curso van a asistir? —fue la siguiente pregunta que lancé, de manera curiosa.
—Eso creo. Hasta los más vagos piensan celebrar el final de los parciales —dijo, notoriamente molesta.
Aquel pensamiento se quedó conmigo el resto de la tarde. Si Eva asistía a la fiesta a lo mejor estaría vendiendo aquellas sustancias y tendría más pruebas para acusarla con el decano. Por alguna razón, aquella pelirroja se había vuelto un verdadero fastidio.
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Encuentro Accidental
RomanceUna chica que acaba de obtener su licencia de conducir y un chico que necesita un aventón.