Telarañas

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Capítulo 18

Los tibios rayos del sol se colaban a través la ventana mientras una suave brisa mecía las cortinas. Aquella habitación le resultaba del todo desconocida, pero llevada por la curiosidad, Candy se aventuró a entrar en la gran habitación tapizada totalmente de un blanco cegador, vislumbrando la silueta de alguien de pie al lado de la ventana. A medida que se iba acercando, su corazón latía apresurado, mientras una larga mano se extendía en su dirección.

Sin pensar en lo que hacía, tomó aquella mano para inmediatamente verse envuelta por un par de fuertes brazos que la acogían con ternura. Mientras levantaba lentamente la mirada, el verde esmeralda de sus ojos se encontró con un par de pupilas color azul zafiro que la miraban con adoración.

Terry le acariciaba el rostro dulcemente, mientras los dedos de Candy vagaban por su amplio pecho. Fue entonces cuando tomó el rostro de su amado entre sus manos y lo besó. Ese beso que había empezado de manera dulce, poco a poco subió de intensidad, llenando a Candy de una inexplicable sensación. Sentía las fuertes manos de Terry recorrer con delicadeza todo su cuerpo, milímetro a milímetro. Algo dentro de ella amenazaba con estallar de un momento a otro, mientras escuchaba a Terry murmurar su nombre...

-¡Candy, Candy! Despierta, ya pasa del mediodía-Candy abrió los ojos de manera pesarosa, mientras sofocaba un bostezo.

Todo fue un sueño, pensó Candy, mientras hacía a un lado las cobijas. Después de lo sucedido en la biblioteca, en las noches siguientes Candy apenas había podido conciliar el sueño. Todas esas emociones hasta entonces desconocidas, brotaron de su interior como un torrente de lava hirviendo. El sólo recordar la manera tan sensual con la que Terry la había besado, provocaba que la piel se le erizara. Candy no quería pensar que hubiera pasado si las campanas del reloj no los hubieran interrumpido.

Pero con esos sueños, llegaban pensamientos perturbadores que hacían que esa pasión antes desconocida, se transformara en un torrente incontrolable de celos abrasadores, que carcomían todo su interior al imaginar a Terry tratando con la misma mezcla de pasión y dulzura a las mujeres con las cuales compartía su lecho. Respirando profundamente como hacía cada vez que esos pensamientos negativos la acechaban, se metió en la bañera, dejando que la tibieza del agua relajara su cuerpo.

Una vez se hubo arreglado como de costumbre, tomó un pequeño refrigerio, pues a pesar del tiempo transcurrido, aún se encontraba abrumada por lo sucedido y más aún por aquel sueño. Como cada mañana, Candy se dirigió a la habitación de su cada vez más inquieta hija.

-Buen día, Anna-Candy saludó a la nueva nodriza que habían contratado para alimentar a su pequeña. La amable señora, apenas unos cuantos años mayor que ella, respondió con una tímida sonrisa.

-¿Cómo está mi princesa?-Candy elevó a la pequeña a la altura de su rostro, mientras que en la carita de la niña se dibujaba una sonrisa al ver a su madre.

La manita del bebé tomó entre sus dedos un mechón dorado, mientras Candy llenaba de mimos a la pequeña. Anna miraba enternecida aquella escena, pocas veces había visto a una dama de sociedad tratar con tanto cariño y amor a sus hijos de la manera en que Candy lo hacía.

-Siento interrumpir, señora, pero el señor Andrey y la señorita Klaise la buscan.

-Gracias Marian, dígales que enseguida me reúno con ellos-la mucama salió de manera silenciosa de la habitación, mientras Candy se levantaba con la pequeña Rose Mary, después de despedirse de la que era una segunda madre para su hija.

Había pasado poco más de una semana desde que Karen y Albert habían visto a Terry con el broche de Candy. Los dos habían hecho un sin número de conjeturas del por qué Terry podría tener aquella joya en sus manos, pero lamentablemente todas ellas dejaban en muy mala situación a su querida amiga. Así pasaron los días y al no encontrar una manera discreta de saber la verdad, tomaron la decisión de dejar que el tiempo fuera el que aclarara aquella extraña situación.

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