Dulce rendición

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Capítulo 20

Ambos disfrutaban del hermoso espectáculo que el cielo les ofrecía. Candy admiraba los suaves matices color lavanda entremezclándose con los naranjas del sol al ponerse éste entre las nubes, mientras la suave brisa marina despeinaba sus largos rizos. De pronto, volvió su mirada a un lado encontrándose con las azules pupilas de Terry que la miraban fijamente. Sin poder apartar la vista de él, le dedicó una tímida sonrisa la cual el joven actor correspondió.

-Creo que ha llegado la hora de marcharme-dijo Candy rompiendo el silencio que los rodeaba. Terry, no queriendo estropear su buena suerte pidiéndole que se quedara, se limitó a ayudarla a ponerse de pie con la niña en brazos.

-Que pases muy buena noche, Candy-se despidió Terry con una sonrisa-te veré mañana en el club.

-Igualmente Terry, hasta mañana-respondió la rubia quedándose de pie, viendo como el auto se alejaba.

Atlanta, Georgia, 26 de Junio de 1920

Querida Candy:

Me alegra saber que Roger está cuidando muy bien de Rose Mary y de ti, aunque tengo que confesarte que no me agradó la manera en que te dejó al lado de Terry. Sí, ya sé que no te sucedió nada a ti ni a la pequeña, pero sabes perfectamente lo mucho que me preocupa el no saber las verdaderas intenciones de Terry hacia ti.

Sé que debí haberte dicho que vi tu broche en manos del señor Grandchester, y me alegra saber que cuento con tu confianza para decirme que entre tú y él no pasó nada, pues te reitero que mi principal preocupación es que puedas salir lastimada.

Espero que ambos aprovechen esta oportunidad para conocerse de nuevo, ya que los dos han vivido y sufrido tanto, que es absurdo que pretendan ser nuevamente aquellos jovencitos que se conocieron en el San Pablo.

Cuida mucho de la pequeña Rose Mary y dale un beso de mi parte.

Con los mejores deseos de que seas siempre feliz.

Christopher D. Jefferson-Winslow

Candy guardó aquella misiva que había llegado muchos días después de haber sido escrita. Para su buena suerte, Roger no le contó sus planes de aprender a conducir, ya que seguramente Christopher se preocuparía sin motivo.

Recordaba perfectamente aquella noche en la que Terry la llevó hasta su casa, después de haber pactado que las clases de manejo empezarían al día siguiente. Al llegar a la puerta, Candy se reprendió por no haber llevado las llaves consigo; las luces de la casa estaban apagadas, así que respirando profundamente, tocó la puerta rogando porque Dorothy aún no se hubiera ido a la cama.

Para su gran alivio, su amiga abrió rápidamente la puerta una vez la saludó y Candy se negó a cenar, argumentando que no tenía apetito. Colgó su abrigo en el pequeño closet de la entrada y se dirigió hacia las escaleras, deteniéndose cuando la chimenea encendida en la sala principal llamó su atención.

-¿Dónde has estado?-preguntó Roger con seriedad desde el sofá en el que se encontraba sentado. Candy palideció al instante-¡lo siento querida, pero siempre he querido hacer esa pregunta! ¿Te asusté?

-¡Claro que me asustaste!-respondió Candy.

-Siento haberte dejado sola-dijo Roger a modo de disculpa-pero es que se necesita ser un ciego para no darse cuenta de las chispas que saltan cuando ambos están en la misma habitación. Y al ver que ninguno de los dos hace nada, creí que les vendría bien una pequeña ayuda.

-Esto no te lo perdonaré ni en cien años-lo retó Candy, provocando la risa del castaño.

-¡Querida, tú tienes un corazón tan noble, que cuando mañana te veas con tu Romeo, me perdonarás! Y no intentes negar que no lo verás, mejor cuéntame cómo fue tu día al lado de Terry.

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