Eva
Sus cejas elevadas y su nariz arrugada solamente me indica que he dado en el clavo. Me doy cuenta que cambia su peso disimuladamente de un pie a otro un par de veces, denotando la incomodidad que he sido capaz de provocar en él.
Sin embargo, luego de algunos segundos, sus manos van hacia su rostro y suspira de manera exagerada. Se queda congelado por un tiempo antes de decir:
—Tienes razón —afirma.
Me cruzo de brazos tratando de comprender a qué se refiere. ¿A caso el gran Douglas Saavedra ha sido capaz de darle la razón a alguien que no sea él?
—He sido un tonto, Eva —empezó a decir y mi primera reacción fue levantar las cejas incredulamente— Déjame compensarte. En serio quiero ayudarte a que mejores tus calificaciones.
Sus palabras entran por mis oídos en menos de un segundo, pero mi cerebro tarda mucho más tiempo en procesarlas y formar una respuesta. Los ojos verdes de Douglas conectan con los míos, y por alguna razón no encuentro nada de falsedad o mentira en su mirada.
—¿Por qué de pronto quieres ser amable conmigo? —pregunto de manera desconfiada.
—Porque he sido un cabrón desde que inició la carrera —responde rápidamente— Mis papás están muy ocupados para venir a dejarme a la universidad, así que solo te pido un aventón a cambio.
La sonrisa que me dedica me deja sin palabras. Nunca me he considerado una persona que entra en confianza tan fácilmente, pero por alguna razón que no podria haber explicado en ese momento, le devolví la sonrisa.
—¿Tienes tiempo por las tardes? —me cuestionó, mientras comenzabamos a caminar a la cafetería.
—Por las tardes voy al trabajo, así que...
—No te preocupes —me interrumpió— ¿Qué te parece a la hora de almuerzo?
—Entre semana siempre almuerzo en mi departamento —le hice saber, desviando un poco la mirada mientras caminábamos.
—¿Dónde vives?
—En la Torre de departamentos que está al lado de Villa Tul —contesté de manera instantánea, haciendo un pequeño ademán con mis manos, imaginando la calle en mi cabeza.
—¿La Torre Norte o la Sur?
—La Sur —contesté, asintiendo con la cabeza.
—Puedo almorzar contigo si no tienes problemas, y de paso practicamos los últimos temas que vendrán en el próximo parcial.
De pronto Douglas empezó a hablar muy rápido, como si tuviera ensayadas sus palabras desde hace mucho tiempo. Entrecerré mis ojos al verlo. Aunque en realidad sabía que era un grano en el culo, era totalmente consciente de lo inteligente que era, y de lo bien que me haría estudiar con él.
Sin embargo, una pequeña voz empezó a formarse en mi cabeza. Una voz que mi madre solía decir que era el sexto sentido al cual siempre había que hacerle caso. Una voz que me decía que las intenciones de Douglas no eran tan desinteresadas como las hacía parecer.
Su ofrecimiento se quedó en el aire, y por suerte Carmín apareció en ese preciso instante.
—¡Eva, cariño! —saludó desde el otro lado de la cafetería.
Corrió en mi dirección para encontrarme. A diferencia de Esteban, a Carmín la conocía desde hace relativamente poco, pero se había vuelto mi amiga de una manera tan rápida que era como si la conociera desde siempre.
Esa tarde lucía unos botines de color café y una falda blanca que contrastaba con el color de su blusa roja de tirantes. Siempre lucía despampanante cuando de ir a la universidad se trataba. Solía decir que nunca se sabía cuando un chico de ingeniería se fijaría en ella, y por eso siempre tenía que arreglarse.
—Hola linda, ¿Qué haces? —una vez Carmín llegó a mi lado, me envolvió en un tierno abrazo— ¿Quién es tu amigo?
Douglas se irguió en su lugar, como si fuera un niño al cual una madre le acaba de llamar la atención. Acomodó sus anteojos en el puente de su nariz y extendió su mano para estrecharla con la de mi amiga, de una manera demasiado formal para alguien de veintidós años.
—Soy Douglas Saavedra —anunció, con una sonrisa radiante— Eva y yo estudiamos juntos —explicó.
La mano de mi amiga se encontró con la de él de una manera un tanto desconfida. Sin embargo, también fue capaz de darle una sonrisa y presentarse:
—Carmín Guerra, veintitrés años, soltera, estudiante de Veterinaria.
—¿En qué semestre vas?
—Septimo semestre —explicó, haciendo una especie de cuenta mental del uno al siete— A tres semestres de graduarme y por fin dejar esta pocilga de universidad —añadió, asintiendo con la cabeza.
Douglas esbozó una sonrisa y seguidamente una pequeña risa se escapó de sus labios.
—Ya sabré entonces con quién puedo acudir si mi Bulldog se enferma.
La conversación se tornó de un instante a otro sobre cuál raza de perro era la que podía vivir más años, en promedio en una ciudad como la nuestra. Aunque Carmín señaló un par de veces que quería dedicarse al área de fisioterapia y rehabilitación.
—Douglas —habló una voz femenina y todos volteamos a ver de dónde provenía.
Observé una figura pequeña y esbelta, justo detrás de Douglas, quien lo observaba de manera insistente y demandante. Era Alexandra, su mejor amiga. En el pasado no habíamos tenido una buena relación, puesto que en el colegio a ambas nos había gustado Arturo. Sin embargo, los buenos modales que me había enseñado mi madre, me permitieron levantar la mano para saludarla.
—¿Vamos a clase? —le preguntó Alexandra a Douglas, ignorando por completo mi saludo.
Él asintió con la cabeza, acomodando sus anteojos sobre su nariz, como ha había notado que hacía varias veces. Su mirada viajó hasta a mí, y pude notar una pequeña sonrisa incómoda.
Durante ese lapso de tiempo, me di cuenta que también la mirada de Alexandra se había pasado sobre mí. Me escudriñó por unos leves segundos, analizando mi postura como si fuera un verdadero monstruo.
—¿Te veré en la fiesta de hoy en la noche? —me preguntó Douglas, y la sorpresa me impidió responder de manera rápida.
Cuando escuché a Alexandra carraspear se manera impaciente por su amigo, decidí asentir con la cabeza un par de veces. La comprensión llegó a mi cabeza, hasta que ambos amigos se fueron de aquel lugar: Alexandra lucía extremadamente molesta con su amigo, porque había estado charlando conmigo.
—¿Él no es el chavo mimado del que se quejan Esteban y tú? —preguntó Carmín a mi lado.
Mi vista se encontraba aún posada en el chico de cabello castaño y ojos verdes que se iba alejando poco a poco por el pasillo. Cuando regresé a ella, una expresión divertida y de asombro se había formado en su rostro.
—¡Te gusta, Eva! —afirmó mi amiga y la indignación se colocó sobre mis hombros.
—¿De qué hablas? —pregunté como si fuera lo más estúpido que había escuchado en todo el día.
—Tranquila, no se lo diré a Esteban.
—Ese tonto no puede gustarme, Carmín —rodé los ojos al cielo— No sé de qué diablos hablas, es un estúpido que nadie soporta.
—Un estúpido que te encanta.
—No empieces, por favor.
Mi amiga me siguió de cerca, mientras empezaba a caminar por el pasillo para ir a clases también.
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Encuentro Accidental
RomansaUna chica que acaba de obtener su licencia de conducir y un chico que necesita un aventón.