~6. Culpa

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Dimitri cavó una tumba para Allan, donde fue sepultado.

—Debemos continuar, Renoir —dijo Dimitri.

Renoir estaba sentado en la maleza contemplando a Aja, que rezaba por Allan cerca de su tumba. Le hicieron una lápida con un tronco en el que grabaron su nombre.

—Dimitri —le llamó Renoir, su mirada fija en el desconsuelo de Aja—, dime; ¿Qué nos atacó, quién hizo esto? Vi que era un jinete, iba de negro y tenía una Mæ ígnea... ¿Crees que sería un dominante?

—No lo sé —respondió el caballero—, no sé de dónde venía, ni a dónde ha huido, solo sé dos cosas. Una es que te buscaba, de alguna manera, sabía que estábamos aquí, puede que la bestia que destrozó tu hogar le haya guiado. Y la otra es que impedí que te llevara, cortándole un brazo. No puedo saber dónde está ahora mismo.

Dimitri estaba preocupado, un solo día había pasado desde que encontró al objetivo de su misión de hace años, y ya les habían ocurrido cosas de lo más extrañas.

Muchos eran los días que faltaban para llegar a Lestari, la capital del Sacro Reino Etéreo, y muchos los peligros que deberán evitar, soportar o padecer.

—No podemos dejarla —explicó Renoir mirando a Aja—, es una dominante, pero, no lo entiendo, ¿qué hace una dominante en una aldea Antheina? No tiene sentido. ¿Sería una prisionera?

—No —le replicó Aja, pendiente de la conversación—, yo no era una prisionera, Allan cuidó de mí cuando mataron a mi madre —explicó una aturdida Aja mientras se erguía y caminaba hacia Renoir—. Vengo de Wiggs, una ciudad al sureste del Reino Etéreo, allí vivía junto a mi madre.

—¿Wiggs? —se extrañó Dimitri—. Esa ciudad está lejos de aquí. ¿Cómo acabaste en territorio Antheino?

—Yo... no me acuerdo bien, solo sé que recuerdo a mi madre, muerta y luego... luego recuerdo a Allan llevándome de viaje, me quejaba de que mamá ya no estaba. Después, llegamos aquí... era un lugar tranquilo.

—Pero —contradijo Renoir—, los Antheinos no soportan a los dominantes en sus tierras, ningún humano puro os habría aceptado ni a ti ni a Allan.

—La única dominante que había en esta aldea era yo —aclaró cabizbaja—. Allan era un humano puro. Y yo... escondía mi naturaleza, la naturaleza que mamá me enseñó a utilizar. Era curandera, sanaba a la gente. Allan vivió gracias a ella, según me contó. Cuando descubrieron que era una dominante, amenazaron con llamar a la guardia de Anthea, pero Allan me protegió, hizo que toda esta gente me aceptara si, a cambio, les sanaba y les curaba las enfermedades o las heridas de campo. Así es como me mantuve con vida y desarrollé mi naturaleza en secreto en esta aldea.

—Por eso la llamaban la aldea eterna —recordó Dimitri— tú les aportabas vitalidad a esta gente.

—La gente de esta aldea, la mayoría, me insultaba, despreciaban y escupían donde pasaba. Pero era mi hogar —la joven miraba aturdida la calcinada aldea—, había gente buena también, me agradecían por mis cuidados... ¿Por qué? ¿Por qué la han masacrado?

—Por nosotros —intervino Renoir mientras levantaba la cabeza para mirar a la muchacha—, Aja, tu aldea ha sido masacrada por nuestra culpa —Renoir la miró fijamente, el arrepentimiento se le notaba en su rostro—. Si no nos hubiésemos alojado aquí, Allan seguiría vivo. Y encima, me has salvado la vida, yo... ahora mismo estaría muerto, y todo lo que he jurado habría sido en vano.

—Renoir —susurró Aja—, gracias por salvarme la vida tú también. De no ser por esa protección tuya, los dos estaríamos carbonizados.

—Pero —le respondió Renoir—, ¿qué va a ser de ti ahora, estás sola Aja... Dimitri, ella tiene que venir, vendrá con nosotros.

—Una dominante Ayurveda no se ve todos los días —remarcó el príncipe—, vendrá con nosotros, nos será útil. Aunque, ahora sois dos, y tengo una misión muy importante que llevar a cabo. En estos últimos dos días, me he acercado más que en tres años. Es una misión en la que he encomendado, literalmente, mi vida entera. Una prueba de mi valía, y, según las palabras del hombre más sabio de esta podrida tierra, una misión que podría salvar nuestro oscuro futuro como especie —los ojos de Dimitri se dirigían fijamente en Aja—. Si las cosas se tuercen, elegiré el bienestar de Renoir antes que el tuyo, es fundamental su supervivencia... hasta llegar a Lestari.

—Está bien, lo entiendo —asintió tímidamente la joven.

—Di-Dimitri... ¿¡Pero cómo puedes hablar así!? —gritó Renoir enfurecido por las palabras tan crudas y secas del caballero—. No harás tal cosa, no te preocupes Aja —se dirigió a la muchacha—, no dejaré que te ocurra nada.

Aja, incomodada, agachó la cabeza.

—Yo... —musitó la muchacha—, intentaré no ser un estorbo, lo prometo.

—No hables por ti solamente chica —sugirió Dimitri mientras caminaba hacia la aldea cubierta de cadáveres—. Resultas, a estas alturas, mucho más útil que Renoir. De no ser por ti, estaría muerto... —se quejó Dimitri, mirando su brazo calcinado por la hoja llameante de la sombra.

Aja se acercó después de escuchar su sollozo, y, posando su mano delicadamente en su brazo, le imbuyó de elemento rîgel, mientras Dimitri, asombrado, contemplaba el milagro curativo de la regeneración de la Magia ancestral Ayurveda.

—Antigua es la época en la que los dominantes de esta milagrosa prána le daban un buen uso —dijo el caballero, maravillado por la completa regeneración de su brazo—. Ahora no son más que mercenarios al mejor postor. Chica, podrías ser la última ayurveda con un corazón fehaciente en esta maldita tierra.

Los jóvenes le observaron sin entender nada de lo que decía.

Dimitri comenzó a buscar entre los muertos calcinados, buscando a su corcel, el cual halló completamente chamuscado.

—Me has servido bien, criatura, ve en paz —lamentó Dimitri con una mirada triste y solemne—. Coged todo lo que nos pueda servir y en marcha —imperó drásticamente, reanudando la marcha.

A.R.C.A.N.U.MDonde viven las historias. Descúbrelo ahora