Prólogo: "Fuera de la zona de confort"

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Este fic está inspirado en "La reina Charlotte: Una historia de Bridgestone", y en el filme "El discurso del rey", del director Tom Hooper.

Inglaterra, 1750

En el lago oscuro se veía el reflejo de aquella vieja mansión, la piedra grisácea cubierta de hiedra verde le daba un aspecto fresco, pero las ventanas de madera oscura, habían tenido mejores días. Ya a su padre no le importaba como lucían sus jardines, hacía mucho que el marqués no cumplía sus funciones como era debido, y el poblado que regía, le tenía apenas respeto. Para contrarrestar esto, el anciano había contraído matrimonio con la hija de un nuevo rico, que había hecho su fortuna con la venta de carbón, pero de más está decir que gastó la dote de la joven chica en excesos.

A Saori no le interesaba lo que sucedía a su alrededor, a pesar de ser única hija, seguía siendo mujer, y no tardaría para que su padre engendrara un heredero con su nueva esposa, apenas dos años mayor que ella. Se sumergía en sus lecturas o en la equitación, aunque no era una muchacha que se pudiera describir como tranquila. Con un cabello tan oscuro con el plumaje de un cuervo, ojos afilados y una piel blanquecina, resaltaba sin quererlo, más aún por su notable altura; cinco pies de figura femenina, muy armoniosa y exquisita, la cual hubiese sido pretendida por más de un joven casadero, si no viviera el marqués Uchiha en ese fin del mundo, o si a ella le importaran las fiestas y los galanteos. Era conocida entre sus sirvientes por su falta de paciencia y su lengua mordaz, sin tapujos, sobre todo cuando se trataba de mostrar su inconformidad con su nueva madrastra o su padre.

Ese rato de disfrutar del silencio a la orilla del lago, se terminó cuando un niño de la servidumbre llegó corriendo hasta ella. El muchacho, boqueando por la carrera, bajó la cabeza para ocultar sus mejillas rojas y trató de recuperarse antes de dar su mensaje.

—Señorita Saori, el marqués solicita... su presencia cuanto antes— informó bajo unos ojos negros y fríos, que se tornaron con hastío al escucharlo.

—Regresa, dile que lo veré en la cena— ordenó, pero el niño se balanceó inquieto —¿Qué esperas?— inquirió.

—Es... es que... recibiré un castigo si la señorita no regresa. El marqués estaba nervioso, llegó una carta importante del palacio real— explicó inquieto, rascando su cabello marrón despeinado.

—¿Una carta?— preguntó para sí misma en voz baja.

Eso sí era un suceso extraño. El anterior rey no fué muy entusiasta hacia su apellido, tanto que los orilló a los confines del reino y les quitó mucho prestigio, eliminándolos casi por completo de la alta sociedad ¿Qué querría el nuevo monarca de su padre? No había nada que ese viejo pudiera ofrecerle. Más por curiosidad que por obedecer, decidió regresar; así que se puso de pie y después de arreglar los pliegues de su vestido, tomó un camino de hojarasca que bordeaba el agua y llegaba justo a la parte trasera de la mansión.

Los sirvientes y la cocinera hicieron una reverencia al verla, pero Saori, acostumbrada desde pequeña a la pleitesía, poco caso les hizo. Tras recorrer largos pasillos, llegó al salón principal, donde en un sofá sobre una alfombra desgastada, su padre miraba una hoja de papel en sus manos, mientras su madrastra lo observaba sonriendo levemente. Ella no anunció su llegada, simplemente se quedó de pie, esperando.

—Siéntate, querida— le dijo la esposa de su padre y el vello de su espalda se crispó.

—Si supieras que asco me da, cada vez que te diriges a mí de esa manera...— exclamó y su padre frunció el seño.

—¡Saori, Izumi es tu madrastra! ¡Ten más respeto!— gruñó el marqués.

—¡Que deje de tratarme como su hija, cuando tenemos prácticamente la misma edad!— bramó la chica, colocando sus manos en la ceñida cintura de su vestido verde.

—Solo trato de ser amable— señaló Izumi —No quería incomodarte.

—No lo empeores con esa expresión de candidez. Sé que no me soportas tampoco, eres libre de decirlo— esta vez, Saori se cruzó de brazos y el marqués suspiró agotado, tragándose su ira.

—Si no soltaras mierda cada vez que hablas...— murmuró, pero su hija, acostumbrada a sus palabras hirientes, ni siquiera se inmutó —Deja de farfullar y siéntate de una vez— mandó y por par de minutos el salón quedó en silencio, mientras su padre releía la carta antes de hablar —La princesa Kushina de Namikaze, ha organizado un baile en su palacio, solo para jóvenes casaderas, has sido invitada— informó serio —Saldrás mañana hacia la capital, Izumi te acompañará.

—¿Qué? Yo no quiero ir a ningún baile— protestó.

—Es cierto que no eres educada o discreta, pero no puedes rechazar una petición de su alteza real. Hace mucho que la corona no nos tiene en cuenta.

—¿Y por qué debo pagar yo el pato muerto?— inquirió algo desesperada.

—No estés nerviosa, seguro disfrutarás de la velada— dijo su madrastra, pero Saori solo la miró de reojo.

—¡Sirve de algo por una vez, solo pululas por mis tierras sin hacer nada! Aprovecha la influencia de la princesa y codeate con la alta sociedad. Cualquiera en tu lugar, estaría gritando de emoción— señaló el marqués, dando un golpe en el apoyabrazos.

—Ah, pero a mi padre se le olvida que yo no soy cualquiera...— remató fría.

—¡Te crees la gran cosa, chiquilla insolente! Solo eres bonita por fuera, tu corazón es seco como una rama en otoño, y tus escasos talentos a duras penas te dan valor ¡No estás aquí para adornar mi casa, paga lo que he invertido en tí! Asiste a esa fiesta y compórtate como es debido, porque no me cuesta nada casarte con un campesino y sentenciarte a una vida precaria.

—Esposo...— pidió Izumi en tono bajo.

—¡Madura de una vez, ya tienes dieciocho años!— bramó él, poniéndose de pie e imponiendo su altura.

—Asistiré, padre, como usted lo ordena, y espero tener un accidente en el camino de regreso, y no ver más su rostro— esas palabras salieron de su boca como puñales, dejando al marqués en un silencio que aprovechó para abandonar el salón.

Saori no medía sus impulsos, no sabía la razón por la que levantaba grandes defensas a su alrededor cuando alguien violaba su privacidad. Quizás el estar sola gran parte de su vida, hizo que se volviera esquiva y atacara a cualquiera que la incomodara, o tal vez en realidad ocultaba sus miedos bajo una coraza de espinas. El sentimiento de no ser suficiente, de no encajar. Sin embargo, nadie la vería claudicar, rebajarse; podría estar cubierta de estiércol hasta el último pelo, pero Saori Uchiha seguiría mostrando una pose orgullosa y nariz respingada. Y así, con la espalda recta y sus manos de guantes blancos sobre su falda, se trepó en el carruaje sin despedirse, esperando a que los sirvientes terminaran de acomodar sus baúles, y a que su joven madrastra se sentara a su lado, para poner rumbo a la capital del reino.











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