Saori vió el palacio con las últimas luces del atardecer, y aunque la suntuosa construcción era maravillosa, lo que realmente llamó su atención, fué la cantidad de carruajes que había allí. Tenía entendido que el baile sería al día siguiente, así que concluyó que la mayoría de las señoritas hicieron un largo viaje para asistir, y como ellas, se hospedarían en ese lugar. Relamió sus labios, secos de guardar silencio durante horas, pues no se molestó en entablar una conversación con Izumi, aunque la mujer varias veces lo intentó. Ella sí se mostraba emocionada con la situación, cosa que no hacía más que molestarla.
Al bajar del carruaje, las recibió un paje que las guió hasta una cómoda y mediana habitación. Era más pequeña que la suya, pero mejor decorada y al menos no tenía esa aura oscura que siempre imaginó. Aún de noche, estaba bien iluminada con velas y eso le permitió ordenar un poco sus pertenencias, lo justo para cambiarse de ropa después de lavarse medianamente con un trapo húmedo, y acostarse tras cenar algo ligero que les fué entregado.
—Te notas nerviosa— observó su madrastra cuando la vió acostarse, y comenzar a acomodar más de una vez la frazada sobre sí misma, dejando suficiente espacio como para no tocarla a ella durante el sueño.
—Para nada.
—Tengo entendido que es tu primer baile.
—¿Y...?— inquirió con mala actitud.
—No te preocupes tanto, como es de día y solo asistirán mujeres, seguro será más una fiesta de té. Pero debes recordar comportarte adecuadamente delante de la princesa Kushina.
—¿De qué estás hablando? Soy hija de un marqués de nacimiento. Mi linaje se extiende por generaciones, no me compares con una inexperta trepadora que solo busca escalar en sociedad— siseó con doble sentido e Izumi soltó una risita cínica.
—Justamente a eso me refiero— señaló, ocupando su lado en la cama después de colocar un gorro blanco en su cabeza —Pero es tu reputación— se encogió de hombros y le dió la espalda al acostarse. Saori rodó los ojos miró y hacia la ventana, donde solo abundaba la oscuridad y algunas estrellas dispersas; al parecer las otras eran demasiado tímidas para salir esa noche.
Bien temprano en la mañana tocaron a su puerta con el desayuno, y aunque no era de su agrado el que Izumi la tocara, permitió que arreglara su cabello antes de vestirse. No tenía criadas que la ayudaran en ese lugar, y ponerse los complejos ropajes en soledad era una proeza. Al final, y con mucho trabajo, su madrastra pudo recoger medianamente su cabello, pues este era tan lacio que ni las horquillas más fuertes podían evitar que se deslizara. Entonces se puso de pie y ambas colocaron los vestidos que habían traído sobre la cama.
—Padre insistió en algo llamativo, pero cada vestido que escogieron las criadas me recuerdan a bufones y festejos de verano. Son horrorosos, ¿de dónde los sacó?
—Son míos— dijo Izumi.
—Con razón.
—Si la señorita se hubiera tomado el tiempo de ir a la modista, tal vez tendría algo más adecuado. Los vestidos sencillos que usa la harían lucir como una campesina junto a esas chicas nobles.
—Puede ser, pero llevar algo que parece vomitado por unicornios, tampoco es una opción— rechistó y dubitativa levantó la pechera de uno en tono celeste.
—Ese es muy simple— dijo Izumi.
—Mejor, así pasaré de ser percibida y todo terminará más rápido, sin tener que tratar con nadie.
Con un suspiro resignado, su madrastra comenzó a vestirla, apretando de más su corset y alisando los pliegues de la falda hasta el cansancio, intentando que tapara los tobillos de Saori.
—No funciona, eres muy alta. Se nota que no es tuyo— exaltó con preocupación.
—Me quedaré sentada y nadie lo notará— le quitó importancia con un gesto de la mano, y después se colocó los guantes antes de tomar su abanico.
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Sus tacones apenas sonaban en el suelo alfombrado, pero los pajes y sirvientes eran más que suficientes para anunciar su llegada. La princesa viuda arribó a uno de los salones de reuniones, donde los más altos señores del consejo la esperaban. Viejos reacios que le rindieron pleitesía con un pegajoso beso en su mano, haciendole agradecer infinitamente que siempre llevaba guantes de seda.
Después de responder las reverencia con una leve inclinación de cabeza, Kushina ocupó una silla y abrió su abanico con un sonoro chasquido.
—Espero que los señores no demoren esta reunión, tengo un compromiso inalterable— recordó severa.
—Sabemos, su alteza real— respondió uno —Es justo por eso que le hemos pedido una audiencia tan apresurada. No estamos de acuerdo en lo que está a punto de hacer. La futura reina debe pertenecer a alguna de las más nobles casas. Hay princesas de nacimiento dispuestas a aceptar— explicó.
—Señor ministro, espero que recuerde y sea conciente, de... la singularidad de mi hijo, el rey. No es momento de pensar en una esposa adecuada, sinó en la descendencia. La casa real debe asegurar la próxima generación a como de lugar.
—Entendemos, alteza, pero...
—Hay excepciones, sacrificios. No tiremos más de la cuerda, señor ministro, sinó queremos que se rompa.
—El rey podría realizar otro tratamiento— aconsejó.
—¿Y quién asegura que dará resultado?— preguntó severa y se puso de pie —A nadie le molesta más esta situación que a mí, sin embargo, no veo una solución próxima— murmuró con dolor y luego se recompuso —Les haré llegar mi decisión en cuanto la fiesta termine— concluyó y sin escuchar protestas, dejó la sala, otra vez seguida por todo un séquito de sirvientes.
Había mandando a decorar el invernadero más grande, y allí, entre las flores, estaban un montón de señoritas en una animada conversación. Mostraban sus vestidos y sonreían sin mesura, demasiado ruidosas, recordándole sus días de juventud despreocupada en palacio. Hicieron una reverencia al verla, algunas más complacientes que otras, pero todas prestándole atención. Sin embargo, durante el largo té en el que las estuvo observando detalladamente, hubo una que captó su interés.
Era hermosa, un porte y elegancia envidiables, aunque sus ropas dejaban mucho que desear, y se mantenía sola y apartada en un rincón, ocupando una silla y con su taza y platillo en las manos. Tenía ojos rasgados y aunque vivos, se notaba de semblante tranquilo e incluso hasta tierno, sociabilizando lo menos posible. Era justamente lo que necesitaba, y con un gesto llamó a un chambelán.
—Esa— murmuró bajo, señalándola discretamente con su abanico. El muchacho asintió y acató su mandato, llevándose a la chica y a la que supuso era su hermana mayor, de regreso al palacio.
Tras otras formalidades reglamentarias, la princesa pidió disculpas y se retiró. Su expresión fría no abandonó su rostro incluso cuando tuvo a la chica que había elegido al frente. Ella hizo una reverencia perfecta, pero los ojos de Kuchina fueron inmediatamente a los bajos de su vestido celeste.
—Eres bastante alta— señaló.
—Sí, alteza— respondió Saori y notó como la reina preguntaba algo a una de sus damas, la cual negó, algo que al parecer satisfizo a Kushina.
—Tu nombre...
—Saori.
—Saori Uchiha— se apresuró Izumi a responder, con una sonrisa complaciente.
—Uchiha— repitió la princesa en medio de una mueca pensativa y después la rodeó —Sonríe, muchacha— ordenó, haciéndola mostrar sus dientes. Luego la mujer le retiró los guantes, examinó sus manos e incluso le hizo soltar un chillido cuando repentinamente sacudió sus caderas —Tienes un cuerpo fuerte y bastante agraciado.
—Gracias... alteza— balbuceó Saori, algo confundida.
—Bien— exclamó Kushina de nuevo frente a ella, dando dos golpecitos con su abanico en la palma de su mano —Está decidido. Te casarás con mi hijo, y serás nombrada reina de Inglaterra.
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Mad King
FanficLa única hija del duque Uchiha, de la noche a la mañana se ve envuelta en los planes de la familia real. Una niña inocente y testaruda, deberá emerger como fuerte mariposa a pesar de los obstáculos, y esta vez cambiar la historia, para ser ella la s...