XXXIV: Suave y Fresco

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En la casona todos ya estaban camino a sus cuartos a descansar, pues la noche había caído. Samira había ido a la cocina para preparar un poco de té de tilo. Lo necesitaba, estaba muy nerviosa. Luego desde la ventana de la cocina miró a los establos, pero no vio movimientos, por lo que separó dos tacitas de té y se llevó la tetera a su habitación. Ya en su habitación, sirvió las dos tacitas de té y miró por la puerta del balcón... luego salió y vio a través de la puerta de Zeth, pero no parecía haber nadie allí, entonces lo buscó con la mirada por el jardín, pero no vio a nadie tampoco. Finalmente se sentó en el banco donde Zeth acostumbra sentarse para esperarlo.

Pasó una hora, pero Zeth no llegaba. Samira entró a calentar de nuevo el té y se bebió su taza, se puso su ropa para dormir, una bata más abrigada y volvió a salir al balcón con el té para su prometido. Sabía que aquella noche le iba a costar dormir, más que otras como a ella. Pero Zeth no llegaba aún.

Zeth estaba sentado en uno de los miradores de las montañas, su respiración era agitada, pues había estado casi hora y media blandiendo con todas sus fuerzas su espada contra un macizo y seco tronco de árbol. Se sentía cansado, y con los brazos entumecidos por el esfuerzo. La noche era despejada y comenzaba a refrescar. Las estrellas desde allí se veían infinitas y la luna alumbraba débil todo a su alrededor... a lo lejos el desierto brillaba gris como sus ojos. Layl su caballo de repente hizo un resoplido.

-Ya, esta bien, regresaremos...- le dijo el con desgana. –Lo siento, la vuelta será tranquila...- Le decía Zeth mientras se ponía de pie y enfundaba su espada y la guardaba en la montura de Layl.

Al regresar a la casona, esta estaba en silencio y el se tomó su tiempo en desensillar a su caballo y luego con su espada en mano se fue a su habitación. Dejó el arma y se quitó parte de sus prendas para quedarse solo en camisa y pantalón, luego se lavó un poco la cara y el cuello, las manos... Se sentía cansado, pero no tenía ganas de dormir, entonces se acercó al balcón y allí la vio. Samira estaba dormida en el banco más cercano a su puerta, recostada de lado, abrazando sus piernas y cubierta con una bata blanca. A su lado, había una taza de té, ya fría.

Zeth se enterneció y rio de lado. Se acercó a ella y acarició sus cabellos apenas para no despertarla, eran tan suaves. Se veía tan hermosa a la luz de la luna, parecía dormir tranquila a pesar de que la noche estaba refrescando. Con cuidado la tomó en brazos. Ella al sentir su calor  se removió un poco, el se quedó muy quieto para no despertarla, pero ella sin abrir los ojos balbució su nombre...

-Zeth... déjame calentar de nuevo tu té...- dijo ella entre dormida.

-Pero estás dormida ya, no hace falta...- le dijo el con ternura en voz muy baja.

-P-puedo hacerlo...- insistía ella mientras luchaba por abrir sus pesados parpados, pero el sueño la vencía.

Zeth con media sonrisa la llevó a su cuarto, y con delicadeza la puso en su cama y la arropó bien. Samira como un niño pronto se sintió cómoda y dejó de luchar para despertarse.

-No... te vayas...- dijo ella acurrucándose con las frazadas entre dormida.

Por un momento, Zeth dejó de respirar, pero pronto se dio cuenta que Samira estaba profundamente dormida. Aún así su corazón se había acelerado. Se sentía algo estúpido por haber creído por un segundo que ella le pedía que se quede allí, salió al balcón sigiloso y se sentó en aquel banco. Observó la taza de té con una leve sonrisa. Lo olió con cautela, como un lobo desconfiado que se acerca a algo nuevo. Era tilo con un toque de cascara de limón, 'suave y fresco, como quien lo prepara', pensó. Se lo bebió, aunque estaba frío, de un solo trago que realmente disfrutó. De repente tomo conciencia de que no sentía aquella pesadez en su pecho y hombros con la que llegó. Se daba cuenta que Samira comenzaba a tener ciertos efectos sobre él.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora