4. "El plan de los sirvientes"

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La futura reina había despertado con fiebre. Y no era para menos, ese baño de agua fría tan tarde en la noche y la temperatura baja de la temporada, solo podía traer malas noticias. La joven permanecía acostada, su nariz tapada y roja, junto con ojos llorosos, sin embargo, la gripe no venía con tristeza, esa que mostraba en su quietud, mientras miraba hacia la ventana en la mañana nublada.

—Solo bebidas calientes y mucho reposo— aconsejó uno de los doctores de palacio, y Temari asintió, despidiéndolo en la puerta de la habitación.

—Alteza, ¿hay algo en especial que desee?— preguntó solícita, intentando animarla un poco.

—¿En verdad...? ¿En verdad era el rey, quien me rescató anoche?— preguntó sin apartar la vista de la ventana. La dama se contuvo de suspirar, no era difícil adivinar lo que Saori pensaba —Si tenía tiempo para pasear por los jardines, ¿por qué no fué a la fiesta?

—Eso es por...

—Que tonta soy— rió un poco, pero demasiado forzado —Yo también faltaría si pudiera, a donde no me apetece ir.

—Estoy segura de que hay un motivo, su alteza— añadió.

—Sí, debe haberlo— volvió a sonreír y luego tosió levemente, alertando a las criadas que también estaban en la habitación, quienes de inmediato arreglaron su manta y avivaron el fuego —¿Estará bien que duerma un rato más?

—Por supuesto, descanse— Temari, después de la reverencia, le hizo una seña a las demás para que la dejarán sola, exceptuando una, quien se quedó sentada en una silla junto a la puerta —Este hombre no sirve para nada ¿Qué carajos está haciendo?— farfulló mientras caminaba a pasos rápido por los pasillos del palacio de descanso.

Al inicio no estuvo muy feliz de quedar al cuidado de la chica, pero algo en ella, quizás su manera espontánea de actuar, o la sinceridad que mostraban sus ojos negros, la atrapó rápidamente. Verla llorar a pesar de toda la opulencia que a su alrededor estaba, le rompió el corazón, aunque no podía mostrar esos sentimientos abiertamente, sinó mantenerse ecuánime y tranquila. Y tampoco tenía que quedarse de brazos cruzados, sabía que la pareja que para el rey Naruto eligieran, no la tendría fácil, sin embargo, quizás podría agilizar las cosas un poco sin que se dieran cuenta.

Aprovechando que la nueva princesa dormía, tomó un carruaje y se dirigió al palacio principal, le dijo al cochero que esperara al bajar, no planeaba demorar mucho. Subió las escaleras hasta los pasillos cercanos a la oficina del rey, y tal fué su buena suerte, que encontró a quien buscaba antes de que este se escurriera al interior de una habitación.

—¿Qué hace aquí? Debería estar con la prometida— regañó con esa voz dormilona que la desesperaba.

—Estaba, mi lord, solo vine a avisar que su alteza amaneció enferma. Tiene gripe.

—Que mala noticia— respondió Shikamaru.

—¿Puede decírselo al rey?— lo vió asentir y luego, tras mirar a los alrededores y cerciorarse que estaban solos, se acercó y comenzó a jugar con el pañuelo de seda en su cuello, poniéndolo nervioso —¿Sabe por qué no fué anoche a la fiesta?

—Él...— carraspeó, mirando sus manos enguantadas de delicados dedos —se alistó, pero no pudo... Ya sabe como es.

—La prometida se siente muy mal por eso. Pobrecita.

—Lamento escucharlo— dijo Shikamaru, tragando saliva al mirar los labios rojos de la dama de compañía.

—Aún no se han visto apropiadamente.

—¿Qué quiere decir?

—Anoche, su majestad la sacó de la fuente en la que se cayó, pero no creo que siquiera se hayan presentado.

—No sabía, no ha dicho nada al respecto.

—Shikamaru...— llamó con voz melódica y dejó un beso coqueto en su mejilla.

—¿Sí... sí, mi lady?— preguntó nervioso.

—Habla con el rey, él siempre te escucha. Convéncelo de ir a visitarla al menos, o cenar... Si no trabajamos juntos, no habrá un heredero al trono. Lo sabes mejor que yo— murmuró —Depende de nosotros dos.

—Tiene un punto— concordó y se alejó un poco, precavido.

—Entonces, confío en usted, mi lord. Me sentiré muy satisfecha si el rey se anima. Eso le conviene— dijo en tono sugerente y le dió la espalda, escuchando con satisfacción otro carraspeo.

Ya había hecho su parte, ahora solo quedaba esperar a que Shikamaru lograra lo imposible.

Este negó con la cabeza, tratando de alejar la imagen de esos labios escarlata y el escote que esomaba por encima del corset de la dama, antes de entrar en el despacho del rey. Naruto estaba de pie, inclinado sobre una gran mesa con planos y documentos. Se notaba bastante animado esa mañana, y eso era bueno.

—¿Shikamaru, dónde estabas?— preguntó.

—Lo siento, majestad, revisaba el menú de su almuerzo.

—Ven a ver esto— ordenó y mostró un gran plano de un navío —El HMS Victory, me llegó hoy temprano. Seis mil novecientas cincuenta y nueve toneladas de desplazamiento, setenta y nueve metros de eslora, ciento cuatro cañones pesados... Una maravilla de la ingeniería. Lo botaran a finales de año en el puerto de Londres, con rumbo a East India.

—¿Debería preparar su asistencia?— preguntó por protocolo, aunque ya sabía la respuesta.

—Necesito madera para empezar a hacer la maqueta. Tiene que estar en mi colección— pidió, ignorando totalmente sus palabras.

—Por supuesto, majestad— respondió y lo persiguió por la gran estancia hasta el escritorio donde se sentó a firmar uno papeles —Debería saber, que su prometida está enferma— anunció, buscando su expresión, pero Naruto mantenía la cabeza baja.

—¿Es muy grave?— indagó al rato.

—Al parecer solo una gripe. Su alteza no me dijo que la encontró ayer en la noche— el rey bajó aún más su cabeza, solo mostrándole al chambelán las puntas muy rojas de sus orejas —¿Ocurrió algo?

—Se cayó al agua... Su vestido...— raspó y luego carraspeó para retomar su compostura —No sé por qué las mujeres se ponen cosas tan peligrosas— farfulló sonrojado.

—Debería ir a visitarla.

—Ya sé.

—¿Para cuándo agendo el encuentro?— insistió Shikamaru.

—¿Quieres molestarme?— bramó, levantando al fin la cabeza.

—Por supuesto que no, majestad. Solo es mi deber recordarle las cosas importantes. Será su esposa, y apenas sabe como luce— señaló y Naruto alcanzó una pluma y comenzó a girarla entre sus dedos.

—Es bonita.

—Me alegra mucho saber que le agrada su físico, pero hay más que eso.

—¿Debería... invitarla a cenar?— murmuró la interrogante y luego negó reticente —No puedo, aún no.

—No se acostumbrará a ella si no hace el esfuerzo. Pronto se casarán y deberán intimar, ¿cómo cree que logrará eso?

—¡¿Por qué estás tan molesto esta mañana?!— protestó, poniéndose de pie otra vez.

—Solo velo por su bienestar y el de la casa real. Si quiere, puede enviarle un presente y la promesa de una agradable comida. Quizás un almuerzo en el jardín... La joven prometida debe sentirse muy triste por su poco interés.

—Haz lo quieras, solo déjame en paz— exclamó molesto, juntando sus manos en gesto ansioso mientras se acercaba a una ventana, sin notar la sonrisa victoriosa del chambelán.

—¿Qué regalo he de enviarle?

Mad KingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora