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Mientras besaba apasionadamente a Lily, con nuestras manos sobando el cuerpo del otro, me descubrí redactando la nota que pasaría por debajo de la puerta de Lando aquella noche: No soporto el silencio

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Mientras besaba apasionadamente a Lily, con nuestras manos sobando el cuerpo del otro, me descubrí redactando la nota que pasaría por debajo de la puerta de Lando aquella noche: No soporto el silencio. Necesito hablar contigo.

Lily y yo habíamos pasado en su habitación en casa de sus padres viendo películas románticas, nada del otro mundo, no le tome mucha importancia pero se que a ella le gustaban.

Ahora, cuando me dirigía de vuelta al hotel, en el paso me compré unas notas adhesivas y un lapicero para escribirle. Ya en mi habitación, me coloque en el pequeño escritorio y escribí.

Por favor, no me evites.

Luego lo reescribí:

Por favor, no me evites. Me moriría.

Una vez más

Tu silencio me está matando.

Demasiado exagerado.

No puedo dejar de pensar en que me odias.

Muy llorica. No, lo haré menos lagrimoso, pero manteniendo el manido discurso sobre la muerte.

Antes me moriría al saber que me odias.

En el último momento volví al original.

No soporto el silencio. Necesito hablar contigo.

Doblé el trozo de papel cuadriculado y lo metí por debajo de su puerta con el mismo temor y resignación con que César cruzó el Rubicón.
Quince minutos después era presa de dos sentimientos compensatorios: lamentaba haber enviado el papel y no haber añadido un poco de ironía en lo escrito.

Durante el desayuno con los demás pilotos, cuando se presentó finalmente después de haber salido a correr, todo lo que me preguntó, sin tan siquiera levantar la cabeza, fue si me había divertido la noche anterior, implicando también que me había acostado muy tarde

— Insomnio, más o menos — respondí, con la intención de responderle de la forma más imprecisa posible, lo que era también mi modo de sugerir que estaba resumiendo una crónica que de otra forma se habría extendido demasiado.

— Debes de estar cansado entonces— era la manera irónica que tenía Carlos de entrar en la conversación— ¿Tú también estuviste jugando al póquer?

— Yo no juego al póquer.

Lando y Carlos se dirigieron unas miradas muy significativas y comenzaron a planear lo que harían durante el día. Y yo le perdí de vista. Otro día más de tortura.

Cuando volví a subir en busca de mis libros, encima de mi mesa se encontraba el trozo de papel doblado. Lo había dejado en un lugar donde yo lo pudiese ver. Si lo estudiaba ahora me arruinaría el día, era muy probable que me lo hubiese devuelto sin añadir nada, como queriendo decir. Me he encontrado esto en el suelo. Creo que es tuyo. ¡Luego! O podría significar algo más definitivo: No hay respuesta.

Inocencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora